Mascarada es, según la Real Academia de la Lengua Española, un festín de personas enmascaradas; una farsa.
Y viendo la realidad de nuestro país, según la mirada del extraordinario Octavio Paz, los mexicanos nos ocultamos tras variadas y coloridas máscaras adornadas de folklor, fiesta, música, explosión de sabores y una aparente alegría permanente. Murallas invisibles que simulan lo contrario a desconfianza, miedos, inseguridades, vulnerabilidad, resignación, enojo, violencia.
“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación….Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables”1.
Hoy en México, ante una elección complicada, polarizada y, particularmente, violenta, se vuelve prioritario definir los escenarios que podrían provocar los participantes convocados a esta fiesta de máscaras. No solo son los candidatos o los votantes, también sectores completos que, como el empresarial, están jugando roles muy activos, pero también de quienes detentan el poder cuando las tentaciones de perpetuidad son percibidas e, incluso, incentivadas.
Los candidatos y sus genios comunicacionales, han contribuido a dividir a los mexicanos y por tanto a México. PAN y PRI han tratado de posicionar dos proyectos de gobierno radicalmente opuestos: uno que garantiza estabilidad y paz pero que, implícitamente, sugiere mantener el mismo sistema corrupto de privilegios y de desigualdad que tiene en pie de guerra a la mayoría de la población; y otro que, a decir de estos mismos, es una apuesta para el caos y la destrucción.
No se necesita ser especialmente brillante para saber por qué, después de lo anterior, Andrés Manuel López Obrador se mantiene arriba en las preferencias electorales. Si consideramos que más de la mitad del país padece algún tipo de pobreza, que se dispararon los índices de desempleo, marginación e inflación y disminuyó drásticamente la capacidad adquisitiva de los ciudadanos durante los últimos 12 años, difícilmente esa mitad brutalmente agraviada votará por mantener el estado de cosas tal como está.
De ahí que López Obrador sea esa bandera que han tomado los Sin Trabajo, los Sin Hogar, los Sin Esperanza, que se cuentan por millones, para tras su máscara -que esconde un gran enojo con potencial de violencia social-, salir a votar en contra de toda esa runfla de desvergonzados que, aún acusados de enriquecimiento mal habido o de proteger a quienes cínicamente se han apropiado de los bienes de todos para su propio beneficio, se atreven a pedir el voto de esos a quienes han robado impunemente.
Y AMLO es la bandera, porque fuera de él, Morena no existe. De hecho si tuviéramos que definirlos como partido sería algo así como MONUMENTO DEGENERACIÓN NACIONAL porque, salvo honradas excepciones, no es más que un recogedor gigante de personajes con terrible reputación y peor trayectoria. Mucha de la porquería política del país ha sido reclutada y forma parte de sus filas y, peor aún, ya se preparan para instalarse en el Congreso de la Unión, en las gubernaturas, alcaldías y congresos locales.
Un punto importante a considerar es que el 80% de los mexicanos desconfía de quienes organizan las elecciones y considera la posibilidad de un fraude electoral contra el candidato que ha perdido ya dos veces por escasísimo margen de votación.
Si consideramos que la mayoría de las casas encuestadoras, unas más serias que otras, colocan a AMLO como gran puntero. Un resultado cerrado o contrario sería tomado como fraude. Y si a ello le sumáramos el evidente y mayoritario enojo popular, las posibilidades de desbordamiento social son altamente probables.
Ahora bien, existen al menos dos estados cuyos gobernadores actuales han dado muestras de querer perpetuarse en el poder: Puebla y Veracruz. El primero al mando, no oficial, de Rafael Moreno Valle y que ha impuesto como candidata a la gubernatura a su esposa; y el segundo, bajo el mandato de Miguel Angel Yunes quien ha colocado a su propio hijo como candidato a sucederlo.
En ambos casos, es evidente ya una elección de estado, pero con el agravante de una contienda cerrada, en donde la mayoría de las encuestas colocan a los candidatos de MORENA con ligeras ventajas.
Estos dos estados representan ya un foco rojo pues contienen todos los elementos necesarios para convertirse en un coctel explosivo.
Por el bien de todos los mexicanos, atendamos a lo que en su momento advirtió Don Jesús Reyes Heroles y exijamos a la clase política actual civilidad, transparencia y respeto absoluto a lo que decidan los mexicanos en las urnas:
“Pensemos precavida o precautoriamente que el México bronco, violento, mal llamado bárbaro, no está en el sepulcro; únicamente duerme. No lo despertemos, unos creyendo que la insensatez es el camino; otros aferrados a rancias prácticas….Todos seriamos derrotados si despertamos al México bronco”2.