¿Alguna vez han tenido un día de esos en donde sienten que todo lo que hacen les sale mal? Pues yo acabo de pasar por uno así. Y todo, absolutamente TODO, me salió mal y no logro entender por qué.
Todo comenzó como un día normal. El despertador sonó, me levanté, me vestí para ir al colegio y me fui a desayunar. Cuando abrí el refrigerador para prepararme algo ¡NO HABÍA JAMÓN! y yo quería hacerme unas deliciosas quesadillas de queso y jamón. Así que la cosa iniciaba pésimo. Tuve que conformarme con un cereal que me supo a nada, sobretodo porque cuando encendí la tele para ver Netflix descubrí que nuestro internet había muerto. Ya iban dos avisos de que la cosa no pintaría bien ese día. Me fui a la escuela un poco frustrado.
Ya una vez ahí, revisé como todos los días, mi agenda de clases. Me tocaba historia. Nos habían dejado como tarea terminar unas páginas del libro, yo si lo había hecho, así que le presté mi libro a un amigo para que las copiara y ¿qué creen? ¡NO FUE AL COLEGIO! Menos mal que mi comprensiva y muy observadora miss, había visto que un día antes yo si terminé. Me salvé de milagro, pero el susto nadie me lo quitó.
Pasó la mañana sin ningún otro sobresalto. Salí del colegio y me fui a comer y a hacer ejercicio rumbo al Parque del Arte que está en Puebla capital y es un lugar súper agradable. Ahí mismo hay un restaurante en el que, regularmente, comemos mi mamá y yo. De camino, me quité el uniforme y me puse ropa deportiva. Pero al llegar, estaba lloviendo muy fuerte. Así que saqué el paraguas y quise verme caballeroso. Le dije a mi madre que yo le abría la puerta y le llevaba el paraguas pero, al abrirlo, voló mi celular, cayó en un charco, empecé a empaparme, hacía malabarismo entre el paraguas, mi bote de agua y el celular que no lograba rescatar. Y ahí si se me armó. Vi los ojos de mi mamá a punto de dispararme con un rayo mortal. Me quitó el celular empapado y, bueno, ya ni les digo todo lo que salió de su boca. Inútil fue lo más suave. Al llegar al restaurante, gracias a dios, estaba mi tía Gaby, ella es hermana de mi abuela y nos amamos con locura. Espero esté leyendo esto y, en cuyo caso, le mando un beso enorme porque me salvó de la regañiza que me estaban dando.
Hablamos hasta que mi madre volvió en sí. Y otra vez, las malas nuevas. No había lo que quería comer, así que me conformé con un sándwich pero no tenían pollo, así que me lo comí de jamón. Me empezó a doler el estómago, pero ni como decir nada, quería que mi progenitora me notara lo menos posible.
Llegaron mi entrenador y mis dos amigos del futbol americano, Pepe y David. Salimos del restaurante y nos fuimos a correr. A los pocos minutos David se tiró al suelo para que lo vieran lastimado y así descansar un poco; Pepe se empezó a sentir mal por comerse toda una charola del pan gratis que había en nuestra mesa y casi me vomita. Yo fui el único que siguió corriendo. Y así, de la nada, se soltó un aguacero. Nos mojamos. Volvimos al restaurante y esperamos un poco para regresar al estacionamiento en donde dejamos los coches.
Una vez ya afuera nos despedimos y, al subir al coche nos dimos cuenta que nos habían roto la ventana trasera izquierda. ¡NOS HABÍAN ROBADO! Y por qué no, tres oficiales del parque nada más mirando. Creemos que estaban coludidos con el que abrió la camioneta. Mi madre dijo que no faltaba nada. No contaba con que yo había dejado una mochila con mi uniforme y tenis justo ahí. He de aclarar que tengo prohibido dejar tentaciones para los ladrones a la vista. Ya no sabía cómo decirle que faltaban mis cosas. Ahora si me iba a matar. Pensé YA VALIÓ, UN ADOLESCENTE MENOS EN ESTE MUNDO.
Habían abierto nuestro coche por mi culpa, por no regresar la mochila a la cajuela. Se armó un desastre. Mi madre llamó a la policía, a los supervisores y a cuanta persona pudo. Aquello parecía una fiesta de tanta gente. Para mi buena suerte, mi entrenador volvió porque su boleto de estacionamiento estaba dañado y no podía salir. No sé por qué pero me sentí más seguro.
Él nos acompañó y me ayudó a poner una bolsa de basura como ventana. Pero lo hicimos del asco. Creo que mi, aún no iniciada, carrera de ingeniero terminó ahí. Ya mi madre a punto de golpear a alguien, acabó poniéndola ella. Y cuando creí que la cosa no podía ir peor ¿qué creen? Descubrí que se habían robado también mi lonchera. ¿Qué clase de ser malvado puede quitarle su lonchera a un niño? No es de Dios. Temeroso aún, lo dije. No lo esperaba, pero tanto mi entrenador como mi mamá soltaron tremenda carcajada. Supe entonces que viviría para contar esta aventura.
Ahí terminó ese horrible día. Fue más alocado e intenso de lo que suena. Le agradezco con todo mi corazón a mi tía Gaby y a mi entrenador, sin ellos no la hubiera contado. Y una disculpa a mi mamá, ¡YA NO LO VUELVO A HACER!