Si Andrés Manuel López Obrador hubiera leído “¿Quién manda aquí?” (antología sobre la crisis global de la democracia representativa en la que participa Felipe González) antes de tomar la decisión de cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco, se habría ahorrado muchos dolores de cabeza.
En la parte central de su ensayo, el ex presidente del gobierno español dice: “La política, cuando fracasa, se judicializa. Llevamos a los tribunales lo que no conseguimos validar (…) en el diálogo para encontrar consensos básicos. (…) Y después de judicializar la política nos quejamos o lamentamos de que los tribunales se politicen”.
En efecto: AMLO no recurrió a la política para resolver el caso del fallido nuevo aeropuerto. Prefirió que el conflicto se vaya directo a los tribunales. Imagine el lector la cantidad brutal de solicitudes de amparos que ingresarán a los juzgados a partir del 1 de diciembre, una vez que, ya como presidente de México, López Obrador anuncie formalmente la cancelación de las millonarias obras. Amparos y denuncias por incumplimiento de contratos… Ufff. Habrá decenas.
Los pleitos judiciales durarán años y le pondrán un corsé al nuevo gobierno. ¿Había necesidad? No. Si hubiera leído el libro que puso como florero en una esquina de su casa las cosas habrían sido distintas.
Es evidente que alguien le dijo al presidente electo que subrayara -en un video en el que apareció con ejemplares de “¿Quién manda aquí?” y “Memorias de Adriano”- que él no iba a ser un florero en la Presidencia de la República.
Teniendo el libro en el que participa Felipe González a un lado, el guiño era evidente. Sí, cierto, alguna vez el ex huésped del Palacio de la Moncloa dijo que en España los ex presidentes eran como jarrones chinos en apartamentos pequeños: “Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes”.
AMLO tropicalizó la frase. En lugar de un jarrón chino habló de un florero. Pero nuestro presidente electo es eso: un presidente electo. Técnicamente no empieza a gobernar. (En la práctica sí, pues Enrique Peña Nieto prefirió convertirse en el fantasma de Los Pinos). Pero Felipe González usó la metáfora para hablar de los ex presidentes. Y López Obrador está lejos de serlo. La analogía con el florero, pues, no cabe en su caso. Floreros son, qué pena, los libros que puso a su lado sin haberlos hojeado siquiera. De haberlo hecho se habría ahorrado muchos dolores de cabeza.
En “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar, un emperador romano le escribe una carta a su sucesor en la que hace un balance de su vida en el poder. Para entonces está cerca de los 60 años de edad. Está débil y enfermo. No es ni la sombra de lo que fue. En ese contexto escribe la carta al tiempo de prepararse para morir.
AMLO supera los 60 años de edad. Está más sano y fuerte que una ceiba. Lejos de preparar su muerte, arma todo para su entronización. En nada se parece al Adriano de la novela de la Yourcenar. O sí. En algo: va a ser emperador de México. Pero ésa es otra historia.
Así, pues, si el presidente electo no usara los libros como floreros otro gallo cantaría.