El contraste cultural de limpieza
Entre las anécdotas de la entrada de los conquistadores españoles al Valle de México, está una que relata cómo la visión de la Gran Tenochtitlan fue algo más que impresionante: una ciudad amplia, bien trazada que brillaba por su limpieza, encontraron canales y avenidas tanto amplios como limpios; sus pobladores eran igualmente limpios. Debió aquello ser un gran contraste para estos europeos sucios, divorciados del uso del agua para higiene personal, viniendo de ciudades de calles obscuras y sucias, en donde el término “aguas” se refería al lanzamiento del contenido de las bacinicas a las calles, en donde la acumulación de basura y todo desperdicio era parte del ambiente general.
De esta diferencia cultural no se habla o ha escrito mucho, sin embargo, el legado entre conquistado y conquistadores es mixto. Aunque el temazcal hoy es una tradición delegada a ciertos lujos urbanos, los mexicanos en general son pulcros, mantienen un nivel de higiene personal aun no común entre los europeos modernos, para ellos el baño diario es parte de la cultura, no es común ni tolerado estar cerca de una persona cuyo tufo personal es ofensivo a los demás.
La inspiración principal para esta nota es observación personal pues no logro entender el contraste tan grande entre la higiene personal y el abandono total y valemadrismo para tolerar grandes acumulaciones de basura en las calles, parques, fábricas, carreteras, ríos, playas y lagos; menos comprensible aún es la contribución constante y la falta de conciencia para tirar lo que estorba en la calle, sin importar el nivel educacional o socio económico de las personas. Es totalmente común ver como de la ventana de un auto particular, de un colectivo o de los mismos peatones, salen papeles, latas, botellas en un flujo constante para llenar y ahogar al país. Estas acciones son reforzadas por quienes colocan sus bolsas de basura en medio de las calles y esquinas donde se va acumulando sin ser recogida y sin que moleste a nadie.
Lo más interesante -y triste- es que México es el país más sucio del mundo. De acuerdo con el informe del Banco Mundial Los desechos 2.0: Un panorama mundial de la gestión de desechos sólidos hasta 2050, la basura generada por quienes habitamos este planeta alcanzó en 2016, los 2 mil millones de toneladas. El mismo informe indica que México es el país más sucio con 1.16 kilos de basura al día generada por cada mexicano, cifra que nos coloca por encima de cualquier otro país latinoamericano y en contraste con Guatemala, en donde se producen 0.57 kilos de desperdicios diarios por persona. En palabras del columnista Eduardo Navarrete: “somos una fábrica de desechos y de indolencia”.
En México se recolectan diariamente 86,343 toneladas de basura generada principalmente en viviendas, edificios, calles y avenidas, parques y jardines. A esta cantidad habría que sumarle la que no se cuantifica, la que es tirada en las calles y que constituye un creciente ‘monumento’ nacional.
Un contraste notable
En una visita reciente a Japón, vimos el inmenso contraste de las calles limpias, sin un papel de dulce fuera de su lugar, de la mano con la famosa pulcritud personal de los japoneses para quienes el baño es un ritual -y placer-. En Japón hay un consenso unánime: son vivamente limpios. ¿Cuántos recordamos ver a los aficionados japoneses recoger la basura del estadio al finalizar sus partidos en el pasado Mundial de Futbol?
Epílogo
El pueblo mexicano supuestamente está cansado de la corrupción (un legado de los conquistadores, junto con otros males) y por esto votaron por el gobierno de la Transformación de Cuarta. Pero ¿acaso no es molesto vivir entre tanta basura y desperdicio? ¿El nivel de corrupción e inseguridad no van de la mano con la suciedad? Si no hay ímpetu ni conciencia para hacer una limpia completa, tenemos que honestamente preguntarnos ¿qué tanto nos interesa el presente y futuro de nuestra nación y nuestra sociedad? La continua acumulación de basura, la destrucción del medio ambiente y la corrupción van de la mano. O tenemos la voluntad de que se limpie todo, o estamos voluntariamente condenándonos a seguirnos ahogando en nuestros excrementos.