“Mal Gobierno es el que exprime al pueblo
dándole poco a cambio”. Thomas Macaulay
De nueva cuenta, en un sueño profundo cae el presidente de México, quién en esta ocasión se encuentra ante unas puertas humeantes, lo recibe el poeta Virgilio, mismo que le da la bienvenida al Infierno. El presidente pregunta ¿por qué está ahí? Recibe por respuesta que es solamente una parte de la Divina Comedia en que ha convertido a su país: para algunos es el infierno, para otros es el purgatorio y para sus fieles seguidores es el paraíso.
Virgilio continúa el diálogo mientras bajan y le explica que, en esta ocasión, solamente conocerá el infierno. Al terminar el descenso se encuentran al cancerbero, un animal parecido a cierto gobernador poblano, con ojos saltones, de rostro duro, que mira amenazante y desconociendo a su amo. El poeta le avienta una despensa para distraerlo y poder pasar.
El Primer Círculo se llama Limbo le explica, y aquí están los titubeantes, que no fueron ni buenas ni malas personas en vida, pero no recibieron el bautismo partidista lo que les impide entrar en la cumbre del paraíso. Su castigo será no pertenecer a la burocracia del Infierno. Algunos ilustres moradores son funcionarios, diputados, senadores y políticos que llegaron más por la suerte que por méritos propios, su gestión fue gris y aunque no se les conocen actos de corrupción, escándalos o algo que los coloque en los demás círculos, estuvieron contagiados por la ambición que provoca en los débiles el roce con el poder.
El ilustre Rey de Macuspana le pregunta cómo definen el círculo al que pertenece cada alma y, entonces, el poeta refiere que varios de ellos deberían de estar en todos los círculos posibles pero que debe de colocárseles donde más reincidentes fueron o en función del mayor daño causado.
En el Segundo Círculo, la puerta del verdadero Infierno, encuentran a los Lujuriosos. Un demonio con cara de rana, figura fálica y caderas infladas juzga a los recién llegados y les asigna el lugar donde cumplirán su condena eterna. En este círculo encontramos a los que en vida se dejaron arrastrar por la lujuria, le explica: su castigo será no poder satisfacer ese deseo incandescente dado que toda su vida la dedicaron a desahogar sus bajas pasiones con lo que encontraban – hombre, mujer, animal, planta o quimera-, es decir, en este círculo existe el deseo, pero no el modo de satisfacerlo, pues el demonio los dota de manos cortas, panzas abultadas y órganos disfuncionales. López Obrador se sorprende a ver tantos conocidos: Cuauhtémoc Gutiérrez, Bill Clinton, John F. Kennedy, Carlos Ahumada, Carlos Saul Menen, Norma Jeane Mortenson, Adolfo López, Marcial Maciel, Cleopatra, Kamel Nacif, Mario Marín.
Al llegar al Tercer Círculo, el de la Gula, entiende que es un lugar destinado a los que devoran lo que encuentran a su paso, metidos en un lugar de abundante comida del seguro social y de las prisiones estatales, su castigo es fácil: sus estómagos son barriles sin fondo y tienen la boca tapada. Ahí están Idi Amin Dada, Mohamad Reza Pahlevi, Javier Duarte, Luis XVI, Ericsitón, y uno que otro gobernador y político mexicano que, en el fondo, sabía conocía pero no recordaba sus nombres.
En el Cuarto Círculo, el de la Avaricia, vaya que encontró conocidos. Aquí estaban los avaros, que acumularon riquezas, como los pródigos, que las derrocharon. Ahí estaban Henry Ford, Carlos Slim, Alfonso Romo, Hetty Green, Ricardo Salinas, Rosario Robles, Diego Fernández, Rockefeller, Carlos Romero Deschamps, Fidel Velázquez, Leonardo Rodríguez Alcaine, Napoleón Gómez, sus propios hijos y la familia Bartlett, y mil más, le parecía era el salón más saturado.
El Quinto Círculo, el de la Ira y la Pereza, le pareció la Cámara de Diputados con ring y guantes de plomo para los iracundos de quienes supo, mantenían su espíritu rabioso golpeándose unos a otros por toda la eternidad y por cualquier estupidez. En ese grupo estaban Félix Salgado, Gerardo Fernández Noroña, Javier Lozano, José Murat, Evo Morales, Napoleón Bonaparte, Maximilliem Robespierre, Jean Paul Marat. En cuanto a los perezosos, poco dados a la acción en vida, permanecían bajo el fango privados de aire y palabra. Aquí sí que se sorprendió, estaba casi todo su gabinete, aunque no encontró a López Gatell, también había alcaldes y gobernadores de la 4T.
Al Sexto Círculo de la Herejía, lo administraba un demonio al que apodaban el Pejelagarto, estaba reservado para quienes no comulgaron con el proyecto alternativo de nación y fueron blasfemos al régimen. No había internet, prensa, nada que decir y nadie quien escuchar. En este espacio estaban Jorge Ramos, Ciro Gómez Leyva, Felipe Calderón, Carlos Loret, Ulises Hernández, Alejandro Junco, Julio Scherer, Javier Lozano, Francisco Darío González, Chumel Torres. Este lugar le pareció encantador, les dedicó una mirada de satisfacción que denotaba había sido vengado.
A los Violentos los tenían en el Séptimo Círculo, en este nivel estaban todos aquellos que habían vivido entregados a la malicia, aquellos para los que él mismo pidió que se le tratara con respeto y cariño. Estaba custodiado por un demonio de un solo ojo. Encontró a los responsables de los 43 desaparecidos de Guerrero, a los líderes de los grupos criminales mexicanos y otras mafias del mundo, a Raúl Salinas, Fidel Herrera, el verdadero Aburto, Fidel Castro, Nerón, Calígula, Atila, Gengis Kahn, Mao Tse Tung, Kin Jong Un, Adolf Hitler, Francisco Franco, Iosif Stalin, Vladimir Illich, Gustavo Díaz Ordaz y muchísimos más. El castigo al que eran sometidos era que tenían todas las armas a su disposición para atacarse entre ellos e infligirse las heridas más dolorosas y de tardía recuperación.
Al Octavo Círculo del Fraude, llegaban los que no fueron dignos de confianza. Era custodiado por un demonio calvo con orejas grandes y colmillos retorcidos. Ahí estaban Elba Ester Gordillo, Porfirio Diaz, Humberto Moreira, Ricardo Monreal, Yeidckol Polevsky, Carlos Imaz, George W. Bush, Rene Bejarano, de vez en cuando trasladaban a Rosario Robles, Carlos Salinas, Fernando Gutiérrez Barrios, Jaime Bonilla y muchísimos más que no alcanzaba a distinguir. El castigo era que se traicionaban entre sí, se apuñalaban por la espalda constantemente, hacen elección y aparecen más votos de los que votantes hay. Se roban entre ellos y abusan unos de otros.
Pero se fijó bien y encontró que el 8avo Círculo estaba dividido en tres áreas: la de los aduladores y quienes se dejaban adular quienes nadaban entre excrementos humanos con inmensos tsunamis y ola pronunciadas. Ahora sí pudo ver a su López Gatell braceando de la mano de John Ackerman, también pudo distinguir a Antonio Attolini, Gibran Ramírez, Ignacio Ramírez, Federico Arreola, Carlos Marín, Adela Micha, Emilio Gamboa, Miguel de la Madrid, Mario Delgado, Joseph Goebbels, Raúl Castro.
En otra sala estaban los políticos Bravucones o Taciturnos cuyo castigo era que la saliva que derramaban no los deja hablar y mucho menos mantener la boca cerrada, en ella estaban Vicente Fox, José López Portillo, Donald Trump, Hugo Chávez, Gustavo Madero, Roberto Gil.
Y la última sala, la de los Hipócritas y Narcisistas, aquellos que mostraban cierta imagen al mundo exterior pero solo en apariencia. Su castigo es el deseo y cuando lo tienen se convierte en vomito, golpes bajos, su rostro encuentra desgarrado y parecen ancianos decrépitos. Pudo distinguir a Enrique Peña, Jorge Aristóteles, Emilio González, Martha Sahagún, Manuel Velasco, Martí Batres, Marcelo Ebrad y Ernesto Zedillo.
Resultó que el Noveno Círculo era el último y más hermético de todos, el de los Traidores, aquellos que abusaron de la confianza de muchos, vendieron o intentaron vender a su patria, robaron a su pueblo y cambiaron de partido político sin ningún rubor. Estaban Victoriano Huerta, Manuel Espino, Antonio López de Santa Ana, Benito Juárez, Germán Martínez, Antonio Noriega, Mobutu Sese Seko, Luis Echeverria. Aquí eran tratados con la misma miseria humana: les daban cobijas que les hacían arden en calor, al quitárselas el frío es inmenso; morían de sed y entre más agua tomaban, más sed les daba; las manzanas sabían a cebolla; los dulces eran salados y la comida quemaba sus bocas; sus sentidos les traicionaban, olían con los ojos, miraban por la boca, sentían con el olfato y escuchaban con el tacto, y después el orden volvía a cambiar.
Después de este último, Virgilio da por terminada la visita al Infierno y le dice que hay que volver desandando los pasos. El presidente comienza a preocuparse, teme le hagan quedar atrapado en alguno de los círculos. Siempre había estado seguro de su llegada directa al cielo, ahora no se sentía tan confiado. ¿El poeta tendría otros datos diferentes a los suyos?