Inicio con un comentario simple y realista de la Dra. Devi Sridhar, profesora de la Universidad de Edimburgo: “Este coronavirus está aquí para quedarse y debemos aprender a vivir con él”.
El enfoque diario a nivel nacional e internacional se divide entre cuántos enfermos hay y el número de muertos; y en la capacidad de hospitales y servicios médicos para atender a la población afectada por la emergencia sanitaria.
Estamos ahogados entre miles de teorías y leyendas acerca de este virus, sus efectos, orígenes y tratamientos. Gobernadores como el de Puebla, por ejemplo, con una gran falta de clase y calidad humana dijo que a los pobres (incluyéndose), no les afectaba pues eran inmunes, que ésta era una enfermedad de ricos; otros ya practican a ser dictadores ordenando a sus ciudadanos quedarse en casa bajo amenazas de arresto sin importarles el respeto a las libertades individuales básicas. Ambas fórmulas, podría adelantar, solo llevarán al caos. Coincido con lo dicho por Joseph Ladapo (Wall Street Journal): “La batalla contra el Covid-19 está gradualmente transformándose en una batalla sobre libertades civiles. Tal como la primera fase de la lucha ha sido consecuencial sobre vidas y empleos, la siguiente fase sobre levantar los encierros va a tener una gravedad similar”.
EL MOMENTO EN MÉXICO
La falta de preparación y la aparente ingenuidad malévola del presidente y sus secuaces, les ha llevado a minimizar la crisis diciendo nada va a pasar y todo está controlado. Paralelamente a ello, tenemos a un sector privado que, por años, se ha rehusado a invertir en estudios de riesgo y planes de continuidad de operaciones; y a una población que, mayoritariamente, sigue saliendo de sus casas sin protección preventiva. Todo ello genera una mezcla volátil que aún no está adecuadamente cuantificada pero que estamos en la víspera de sentir sus efectos reales. Julio Frenk Mora, ex titular de la Secretaría de Salud durante el gobierno de Vicente Fox, ha dicho que el número de víctimas es probablemente 50 veces mayor a lo reportado.
¿QUÉ CAMINO TOMAR?
Mientras esperamos el golpe más duro ¿qué hacemos? Los que podemos, jugamos al avestruz y seguimos resguardados. Estamos conscientes de que los cierres obligatorios y el encierro son medidas preventivas para evitar contagios, evitar una saturación de los servicios de salud y, eventualmente, salvar vidas. En principio, esto es cierto para algunos grupos vulnerables (enfermedades pre-existentes, edad avanzada, obesidad) para quienes el índice de mortalidad es el más alto. Sin embargo, las estadísticas nos dicen que, a pesar del alto nivel de contagio, para el resto de la población es bastante bajo. Ello nos lleva a considerar que, estas medidas “preventivas” serán a la larga más dañinas. El efecto cascada sobre la economía del encierro de los que pueden y la obligatoriedad dictatorial de algunos gobiernos de cerrar empresas a capricho, sumados a la falta de preparación del sector privado para enfrentar crisis, se vuelve peligroso.
EL PETRÓLEO
Independientemente de la corrupción e ineficiencia de quienes dirigen PEMEX, la crisis mundial balconea ampliamente lo que todos sabemos, pero que nadie ha tenido los ‘aguacates’ para resolver. Sabemos que el petróleo es de los mexicanos desde la reforma de 1938, pero que los mexicanos dueños del petróleo siempre han sido unos pocos: el gobierno en turno, los directivos y el sindicato. Para complementar el cuadro, la ineficiencia de las refinerías, el robo de combustible y la falta de capacidad de almacenamiento complican el panorama para un país cuyas finanzas aún están petrolizadas. Como dice Rodrigo Pérez-Alonso en su artículo sobre el Acuerdo México-OPEP: “En México, el consumo interno de productos derivados del petróleo es mayor a la capacidad de refinamiento del crudo que se extrae en nuestro país, por lo que es necesario importar gasolina y otros combustibles, así como productos plásticos, fertilizantes e insecticidas, por mencionar algunos. Es decir, somos un productor del llamado “oro negro”, pero no contamos con los medios de refinación y destilación requeridos, por lo que exportamos petróleo e importamos sus derivados…” Si a eso añadimos la crisis petrolera mundial y sus efectos en México, su quiebra es casi inminente.
¿MAÑANA?
Tenemos varios retos. ¿Qué camino tomamos? Sin importar lo que decidamos, no hay respuesta ni salida fácil. Todas las opciones tienen riesgos, aún si no hacemos nada. En principio, hay dos caminos a tomar: seguimos encerrados pretendiendo protegernos del virus, pero incubando un mayor desastre económico y social (desempleo, hambre, desesperación, protestas violentas, incremento del crimen, saqueos y, hasta posibles levantamientos armados); o demandamos y promovemos la apertura escalonada de la industria, el comercio, etc. con el riesgo de contagios masivos y el desbordamiento del sistema de salud. Por supuesto, la decisión más importante será como se hace, bajo qué reglas de distanciamiento social, apoyados en qué insumos de protección (cubrebocas de calidad, mascaras, gel, desinfectantes, etc.). Tomar este riesgo pareciera necesario para poder recuperar el país, permitir el libre comercio y la libertad de movimiento. La no pérdida de libertades civiles se vuelve prioritario pues una vez cedidas, son muy difíciles de recuperar.
CONCLUSIÓN
Toda decisión representará un riesgo, pero considero debemos optar por la continuidad, tenemos la capacidad de ser muy resilientes si así decidimos. Si queremos sobrevivir, habremos de tomar el riesgo medido de salir de nuevo a la calle, abrir los negocios y asegurar que los gobiernos apoyen esta decisión, cambiar por un gobierno que apoye el interés de la nación, no su ego.