El 14 de septiembre de 1968, un cohete Protón-K despegó con una nave soviética tipo Soyuz 7K-L1 desde el Cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán —entonces parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)— con un destino ambicioso: la Luna. A bordo viajaba la cápsula Zond 5, la quinta misión del programa espacial soviético Zond, concebido como antesala de futuras misiones tripuladas.
El 18 de septiembre, la nave logró dar una vuelta completa alrededor de la Luna. En su maniobra, pasó a 1,960 kilómetros de la cara oculta del satélite natural, utilizando la gravedad lunar para modificar su trayectoria y emprender el regreso a la Tierra por una ruta de retorno libre.
La cápsula aterrizó en el Océano Índico el 21 de septiembre, cerca de las siete de la tarde, auxiliada por grandes paracaídas que amortiguaron el impacto. Fue recuperada a la mañana siguiente por el buque Borovichy y posteriormente trasladada al carguero Viasili Golovin, que la llevó a Bombay. Desde allí, un avión Antonov la repatrió a la URSS. Hoy, la cápsula Zond 5 se exhibe en el Museo de RKK Energía, en Moscú.
Hasta aquí, todo podría parecer una misión más dentro de la agitada carrera por la conquista espacial de aquella época. Pero lo que convirtió a la Zond 5 en un hito fue su insólita carga: una colección de organismos vivos. La primera carga biológica que orbitaría la Luna y regresaría con vida.
De ahí que la Zond 5 sea considerada precursora de los viajes tripulados a la Luna.
Carlos Prego, periodista de Xataka, lo resume con agudeza: “Con el objetivo de comprobar si los viajes alrededor de la Luna podrían entrañar algún problema para los astronautas, los soviéticos introdujeron en la cápsula de Zond 5 moscas de la fruta, gusanos, plantas, semillas, bacterias y… dos tortugas, dos ejemplares de Testudo horsfieldii. […] Una peculiar arca de Noé…”.
Las tortugas, numeradas como 22 y 37, tenían entre seis y siete años de edad y pesaban entre 340 y 400 gramos. Formaban parte de un grupo de ocho; las otras seis permanecieron en tierra como grupo de control. Al regresar, ambas mostraban buen estado general de salud, aunque famélicas —no comían desde días antes del despegue— y con una pérdida de peso cercana al 10 %. Una de ellas, se dice, tenía una lesión ocular.
¿Por qué tortugas y no otro animal? La respuesta es pragmática: la cápsula no contaba con un sistema de soporte vital capaz de mantener con vida a animales de mayor tamaño. Las tortugas, por su parte, tienen bajos requerimientos de oxígeno y pueden sobrevivir sin beber durante un mes, e incluso más tiempo sin comer. Perfectas candidatas para una misión de prueba.
Los exámenes clínicos realizados al regresar mostraron que no presentaban diferencias significativas respecto al grupo de control ni señales de haber sido expuestas a niveles peligrosos de radiación. Los soviéticos concluyeron entonces que no había impedimentos biológicos inmediatos para realizar una futura misión lunar tripulada.
Además de su carga biológica, la Zond 5 llevaba también un maniquí, colocado en el asiento del piloto, que simulaba un astronauta soviético. Medía 1.75 metros, pesaba 70 kilos y tenía sensores insertados para registrar los niveles de radiación a los que era expuesto durante el trayecto.
Este detalle es más que anecdótico. Refleja la seriedad con la que la URSS se preparaba para enviar a seres humanos a la Luna. Porque, aunque la historia recuerda a Neil Armstrong como el primer hombre en pisar su superficie, no debemos olvidar que los soviéticos también estuvieron muy cerca.
Un poco de contexto histórico. El viaje de la Zond 5 se enmarca dentro de la carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos, durante las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo XX.
El vuelo de la Zond 5 no fue un esfuerzo aislado, sino parte de una larga serie de misiones soviéticas que marcaron hitos en la historia espacial. Antes de ella, existieron las misiones Luna, precursoras en la exploración del satélite natural.
La sonda Luna 1, lanzada el 2 de enero de 1959, fue la primera en alcanzar las cercanías de la Luna, tenía forma esférica, 80 centímetros de diámetro y estaba hecho de magnesio y aluminio. Su propósito era estrellarse contra la Luna, sin embargo, por problemas técnicos, no lo logró.
La Luna 2, lanzada el 12 de septiembre del mismo año, y cuyo viaje duró 36 horas, sí logró estrellarse exitosamente contra el satélite al este del Mare Serenitatis, cerca de los cráteres Arístides, Arquímedes y Autolycus, convirtiéndose en la primera nave espacial en alcanzar otro cuerpo del sistema solar.
Y un mes más tarde, en octubre de 1959, la humanidad contempló por primera vez la cara oculta de la Luna, gracias a las imágenes transmitidas por la sonda soviética Luna 3. Aunque las imágenes eran borrosas, gracias al procesamiento informático se pudo elaborar un atlas provisional de esa misteriosa región. Dos de las regiones oscuras descubiertas en esas fotografías recibieron los nombres de Mare Moscovrae (Mar de Moscú) y Mare Desiderii (Mar de los Sueños).
La URSS también protagonizó el primer alunizaje controlado. El 3 de febrero de 1966, la sonda Luna 9 – máquina relativamente ligera de 99 kilogramos- aterrizó suavemente en el Océano de las Tormentas, enviando a la Tierra las primeras fotografías tomadas desde la superficie lunar.
Estos logros soviéticos ejercieron una fuerte presión sobre Estados Unidos, que hasta entonces había quedado rezagado en la carrera espacial. La carrera por liderar la conquista del espacio se intensificó.
En un discurso ante el Congreso, el 25 de mayo de 1961, el presidente John F. Kennedy lanzó un ambicioso compromiso nacional: llevar un hombre a la Luna y regresarlo sano y salvo antes del fin de la década.
Ese objetivo se cumplió el 20 de julio de 1969, cuando la misión Apolo 11 logró lo que hasta entonces parecía casi inalcanzable. A las 02:56 horas UTC del 21 de julio, Neil Armstrong descendió del módulo lunar y pronunció su famosa frase: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”, dejando con ello una huella imborrable en la historia de la humanidad.