¿No les ha pasado que en su vida van muy felices y, de pronto, algo sucede que no esperaban y, de un golpe, se acaba tanta felicidad, o que están hartos de todo y ya no quieren saber nada más de nada ni de nadie y justo alguien llega y te regaña haciéndote enojar aún más? Pues no eres el único, aunque te sientas como que la traen contra ti en todo momento, no es así. Generalmente sucede que se juntan los hechos y no hay forma de evitarlo, salvo dejar de cagarla, pero eso suena muy difícil, al menos para alguien como yo a quien siempre persigue la desgracia.
Mi mamá y yo estamos siempre juntos y la amo con locura pero, a veces, me agarra con la vena medio salida por otros problemas y pues exploto en un acto de furia desenfrenada y me pongo a discutir con ella por más estúpido que sea el tema y, para colmo, mi terquedad no ayuda. Yo le gano todas nuestras peleas ya que soy una fuente inagotable de sabiduría y, por tanto, nunca me equivoco. Naaaa, no es cierto, por más que no estén ahí para corroborarlo, he de decir la verdad. Ella gana el 95% de nuestras discusiones.
Mis problemas tal vez sean consecuencia no tanto de mi mala suerte sino de mis muchos momentos de derroche de creatividad que me llevan al desastre. Mi madre, generalmente, se enoja conmigo por diversas razones y, si hiciera una lista de todo lo que hago no acabaría de escribirla, pero por poner un ejemplo les contaré un breve cuento (a ver si adivinan qué personaje soy yo).
Érase una vez que había un pequeño hobbit dichoso, guapo, carismático y muy feliz conocido como Ratúfulo el Grande. A él le gustaba cantar mientras iba de copiloto en su carruaje conducido por una hermosa ogra gruñona llamada Marloca. Cierto día, a la ogra se le cruzaron los cables y le exigió a Ratúfulo que tomara las riendas del carruaje y fuera él quien los llevara de vuelta a su castillo en las afueras de la ciudad. El hobbit reflexionó sobre la última vez que tomó el carruaje sin permiso y lo rayó de punta a punta, y eso que no pasó de la entrada del castillo. Ese pensamiento llenó de miedo a Ratúfulo quien lo consideró una pésima idea ¿cómo se le ocurría a Marloca someterlo a tal prueba? ¿qué no se había dado cuenta que no tenía la suficiente práctica como para hacerlo conducir en carretera? Al hobbit no le quedó otra opción que negarse. Cualquiera pensaría que tomó la decisión correcta ya que consideró que no era necesario exponerse, pues aún tiene mucho por vivir y experimentar, pero la malvada ogra en vez de entenderlo se ofendió de alguna manera (el escritor del cuento aún todavía no entiende que pensó la ogra) y empezó a regañarlo como si fuera eso un pecado capital. Semanas después, Ratúfulo se reunió con otro amigo hobbit de nombre Macclío, quien resulta que tenía un problema similar, pero con los papeles invertidos. Él quería manejar y su ogra Ganele no se lo permitía. El pequeño hobbit pensó “el mundo es una locura, ¿cómo dos ogras muy parecidas pueden actuar tan diferente ante el mismo problema? Entonces se dio cuenta que cada ser en la tierra tiene historias de vida diferentes que los hacen actuar y tomar decisiones diferentes; que nadie es igual y que, es justo eso lo que hace que vivir sea toda una aventura…. Tan tan….
Como notarán el autor de este cuento es talentosísimo, todo un mar de conocimiento.
Yo quiero a mi mamá con sus defectos y virtudes (ay que horror, con esa frase me acordé de una canción que ella canta de una tal Dalessio) y sí, a veces peleamos, pero sinceramente no puedo enojarme con ella mucho tiempo, aún y cuando ella este muy enojada o casi a punto de matarme.
Siempre después de que nos peleamos me arrepiento, pero no de la estupidez que hice si no de hacerla enojar y eso si me hace pensar mucho en como vivo y en cómo debería de cambiar muchas de las cosas que hago y así hacerla más feliz. Lo siento mamá, en serio, y perdón por mis futuras tonterías, has de saber que no las hago a propósito.