México lleva más de dos meses sufriendo los estragos de la pandemia causada por el Covid-19. En la mayoría de la gente ha causado desconcierto y desazón dada la incertidumbre de lo que vendrá una vez sea levantada la contingencia. Mucho se habla y dice de las consecuencias de un nuevo brote de contagio, de los problemas económicos que enfrentarán un gran número de personas y de la posible conflictividad social. Y si a estos escenarios sumamos un gobierno desunido, con poca visión y falta de estrategias adecuadas, que no ha sabido encausar de manera correcta los problemas de salud y otros, es que se nos presenta un futuro poco promisorio en términos de hacerle frente de manera exitosa.
Los paliativos inmediatos y de bajo impacto que trata de implementar el gobierno federal, parece que no serán suficientes para encarar la crisis posterior a la de la pandemia y cuyo efecto, seguramente, durará varios años y no meses. Pero eso sí, ya se aprovecha políticamente para incidir en las elecciones del próximo año y hacerse de votos.
Ante esta serie de aciertos y desaciertos de la Administración López Obrador, es necesario que cada ciudadano utilice un ingrediente esencial para contrarrestar situaciones adversas como la que vivimos: la “resiliencia”. Y para ello debemos aprender de la naturaleza y su capacidad para adaptarse ante los desastres ocasionados, ya sea por efectos naturales o por el hombre. La “resiliencia”, es un término que tiene su origen en la física y se refiere a la capacidad de un material para recobrar su forma después de haber estado sometido a altas presiones. Por lo tanto, si se traslada este concepto al campo de las ciencias sociales, se puede inferir que una persona es “resiliente” cuando logra superar y salir avante ante presiones y dificultades.
A mediados del siglo pasado, las ciencias sociales comenzaron a utilizar este concepto para referirse a las pautas que permiten a las personas salir adelante de situaciones adversas y sacar provecho de ellas. E Chávez y E. Iturralde la definen como “la capacidad que posee un individuo frente a las adversidades, para mantenerse en pie de lucha, con dosis de perseverancia, tenacidad, actitud positiva y acciones, que permiten avanzar en contra de la corriente y superarla”. Semejante a lo que hace la naturaleza, el hombre tiene la capacidad de rehacerse, de reinventarse.
Mucho se ha investigado y hablado sobre los efectos negativos causados por el ser humano a la naturaleza, habiendo casos en donde no se le da oportunidad de reponerse y sobrevivir -resiliencia- debido a la explotación irracional de los recursos y al abuso de los servicios ambientales que nos ofrece. Mireya Ímaz, coordinadora del Programa Universitario de Medio Ambiente (PUMA) de la UNAM, ha dicho que: “detener la degradación y acelerar los procesos de restauración son dos aspectos que deben tomarse en cuenta para conservar el medio ambiente”. Bajo este enfoque, el 9 de diciembre de 1987, se estableció el “Día de la Sobrecapacidad de la Tierra”, como el día en que la humanidad en su conjunto agota todos los recursos naturales suficientes para vivir sustentablemente un año. Este día es determinado anualmente por The Global Footprint Network que ya determinó el año pasado, concretamente el 29 de julio, la humanidad había agotado sus recursos anuales. ¿Qué pasó después? Bueno, pues consumimos los recursos que nuestro planeta debía estar generando para 2020. Esta es una alerta acerca de la velocidad con que consumimos los recursos naturales. Esto se traduce en que ponemos en peligro la resiliencia de la Tierra cuyo límite estamos sobrepasando y, entonces llegado a ese punto, los ecosistemas ya no podrán ser como antes, es decir, lo que era un bosque se convertirá en un desierto, se extinguirán más especies y no habrá vuelta atrás. ¿Qué se necesita? Entre otras cosas, darle tiempo y espacio a la naturaleza para regenerarse adecuadamente, desde luego la voluntad política, la responsabilidad social y el conocimiento también son imprescindibles. La capacidad de resiliencia del planeta se está agotando y comenzamos a vivir a costa del futuro.
Con las medidas tomadas a nivel mundial para combatir la propagación del coronavirus como la sana distancia y el aislamiento social, se ha constatado un descenso importante de emisiones contaminantes. Tan solo en Madrid, España, el tráfico ha descendido un 70% en su red de carreteras impactando directa y positivamente en la calidad del aire que ha mejorado en un 35%; en China la reducción fue aproximadamente del 25%. La baja o nula producción de las empresas de todo tipo han bajado el ritmo de explotación de los recursos naturales, y la inmovilidad de la gente ha contribuido a disminuir la generación de basura y contaminación. El Covid ha contribuido a darle un respiro a la naturaleza que ha recuperado, al menos momentáneamente, su capacidad de resiliencia. Desde luego para que esto se mantenga, debe haber un cambio en nuestros patrones de consumo y explotación una vez superada la crisis sanitaria. A todos conviene ayudar al planeta en su proceso de regeneración.
Esa misma capacidad que tiene la naturaleza para sobreponerse a las presiones externas, la tiene cada ser humano, solo le basta darse la oportunidad de ponerlo en práctica. Pero ¿qué se necesita para activar esa resiliencia? Convencimiento para superar obstáculos; adaptarse y ser flexible ante los cambios; paciencia para afrontar un futuro incierto y poder llegar a resultados positivos en el mediano y largo plazo, lo que exige también, tener la capacidad de superar nuestros propios límites e ir más allá de lo que conocemos.
Seguramente el mundo será otro aún después de superada la pandemia. Como lo señalé en el artículo pasado, la naturaleza es sabia y no se equivoca, los ciudadanos y países que alcancen la misma capacidad de resiliencia que ella, habrán de salir adelante de esta crisis y sus efectos colaterales. Trabajemos en ello. Hasta la próxima.