“Yo no puedo decir felicito a un candidato, felicito al otro,
porque quiero esperar a que termine el proceso electoral,
nosotros padecimos mucho de las cargadas,
de cuando nos robaron una de las veces la Presidencia
y todavía no se terminaban de contar los votos
y ya algunos gobiernos extranjeros estaban
reconociendo a los que se declararon ganadores”.
Andrés Manuel López Obrador
Cuando creemos que no pueden ya sorprendernos la ignorancia, la terquedad o los pésimos modos del tlatoani mayor que habita, por uno más de sus caprichos, Palacio Nacional, sucede. Una vez más decidió, por sus pistolas, poner a su gobierno en la mira internacional y no de forma positiva.
Su posición sobre no felicitar al ya presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, argumentando se debe esperar a que concluya el proceso dadas las impugnaciones legales interpuestas por DonaldTrump y, elogiándolo mientras éste se decía víctima de fraude, nos ha dejado, como país, muy mal parados.
Nótese que su supuesto apego a los Principios de Política Exterior[1] -argumento que seguramente le dieron tras tan desafortunadas declaraciones-, no aplica. El señor presidente López Obrador, no solo se negó a reconocer el triunfo de Biden sino que además comparó la elección norteamericana con los supuestos fraudes electorales de los que él mismo, dice, fue objeto. Es decir, implícitamente, despreció el triunfo demócrata, hizo suya la postura de Trump y participó de la descalificación de la democracia estadounidense y sus instituciones. Antes, ya había violentado esos mismos Principios cuando decidió respaldar a Trump con su visita en plena campaña electoral mientras, paradógicamente, se había negado a salir de país e incluso participar de importantes reuniones regionales y mundiales desde que fue electo.
Este error no puede considerarse solamente diplomático, es político. El discurso incendiario de Trump dirigido a sus fans más radicales estaba encaminado a provocar caos, a generar violencia. La clase política, empresarial, artística, religiosa y de los medios de comunicación de nuestro vecino del norte, actuaron responsablemente no permitiendo se iniciaran pequeños fuegos que pusieran en peligro a los ciudadanos. Y entonces aparece nuestro atronado[2] tabasqueño a hacer de las suyas.
Contrariamente a AMLO, el mundo reaccionó en consecuencia y los jefes de Estado de democracias liberales se apresuraron a felicitar el triunfo de los demócratas. Incluso dirigentes del tipo totalitarios hicieron lo propio. Somos tres los miembros del T-Mec, Justin Trudeu de Canadá jugó bien sus cartas, fue el primer mandatario en reconocer, a nombre de su nación, a Biden como el próximo presidente de los Estados Unidos.
Entonces, pareciera que la terquedad de López no nace de su aversión a la democracia (China y Venezuela ya lo felicitaron), tampoco por su “amistad” con Trump (esa no existe), mucho menos por su conocimiento de política exterior mexicana (AMLO sabe poco y lo que sabe, lo sabe mal). Aquí privó, como en la mayoría de sus decisiones, la insensatez y probablemente fue, en escencia, producto de su narcisimo[3], trastorno de la personalidad que, por cierto, comparte con Trump. El dicho “dios los hace y el diablo los junta” queda como anillo al dedo.
Los paralelismos entre el presidente saliente y el nuestro no pueden ser más evidentes. Ignorantes, necios, soberbios, polarizantes, ajenos a la realidad, autoritarios, demagogos, y, en resumen, peligrosos.
A ambos les tocó el inicio de la pandemia por Covid19 y su actuación fue igualmente irresponsable. Petulantes y omisos, han rayado en lo criminal.
Disienten de lo global, piensan en lo local y, aún peor, actúan en lo personal. En términos reales a López, lo mismo que a Trump, solo les importa su agenda personal, su interés personal y su posicionamiento personal.
Joe Biden, igual que lo será para quien llegue después de López Obrador, recibirá un país dividido, polarizado, afectado por la pandemia, la recesión económica y un deterioro ambiental agravado; un país que perdió espacios en el concierto internacional, mismos que ya fueron ocupados, principalmente, por China; un país que agravió espectacularmente a otros, incluyendo a sus aliados.
El desastre de poner payasos autoritarios y sin razones de Estado es evidente, lo es en Estados Unidos, lo es en México, lo es en muchos otras democracias que han enfermado de populismo.
Iniciamos mal en la relación bilateral con la nueva administración Biden-Harris. Los errores de López nos son cada vez más costosos y peligrosos. Este se suma a la ya larga lista. Y no es por asustarlos, pero nos quedan aún cuatro años más de desagradables sorpresas.
[1] Las normas fundamentales que rigen permanentemente la conducta de las relaciones internacionales en México, se encuentran en la fracción X, del artículo 89 Constitucional:
- “Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales, sometiéndose a la aprobación del Senado. En la conducción de tal política exterior, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo y la lucha por la paz y la seguridad internacionales“
[2] Que hace las cosas precipitadamente , sin cordura ni reflexión. RAE
[3] Trastorno en el que una persona tiene un sentido exagerado de egocentrismo. Los síntomas incluyen una necesidad excesiva de recibir admiración, endiosiamiento, indiferencia con respecto a los sentimientos de los otros, intolerancia a la crítica y sentimiento de que los demás le deben algo. Clínica Mayo
