“Si las mujeres no son reconocidas
en las estructuras del poder,
lo que necesitamos entonces
es redefinir al poder, no a las mujeres”.
Mary Beard
Una de las escritoras mexicanas más entrañables, Rosario Castellanos, escribió un ensayo en 1970 basado en el dicho popular: “Mujer que sabe latín, no tiene marido ni tiene buen fin”. Su abuela, nos enteramos en el libro, solía repetirlo porque las mujeres que desafiaban el papel que les había sido asignado, eran vistas con desconfianza y con reproche.
La esfera privada: la casa, la familia y la iglesia, eran los lugares para ellas; mientras que la esfera pública, especialmente los espacios donde se disputa y se decide el poder político, estaban reservados para ellos. La política, la burocracia y los liderazgos, en general, no eran juego de niños; mucho menos de mujeres.
En el fondo, lo que resultaba escandaloso era que las mujeres fueran capaces de mantener una vida independiente de figuras masculinas. Su papel se concibió con tres características: subordinado, en la esfera privada y atendiendo cuestiones domésticas. Una mujer que sabía cocinar y zurcir era mejor valorada que aquélla que se interesaba por las matemáticas o por la filosofía. Ninguna de las opciones, por cierto, es en sí misma superior a las otras. Sólo depende de la decisión de cada mujer.
Las barreras que tuvieron que derribar se construyeron alrededor de pequeños actos cotidianos: se les decía cómo vestir, cómo comportarse, sobre qué interesarse, qué leer y cómo hablar.
El dicho de la abuela era, en realidad, una advertencia. Quienes se inconformaban con estas condiciones “no tenían buen fin”. Las luchas de las mujeres, además de enfrentar al poder público, tenían que resistir las descalificaciones cotidianas de sus familias, de sus vecinos o de sus compañeros de trabajo. En muchas ocasiones -si vemos la historia de las sufragistas inglesas, por ejemplo- la violencia trascendía las expresiones verbales y llegaba a golpes y daños físicos.
Desde el mundo antiguo -nos explica Mary Beard, en el libro indispensable “Mujeres y poder”- su papel fue invisibilizado y su voz silenciada. Sólo algunas lograron el reconocimiento de sus aportaciones, luego de una continua lucha por estar presentes.
Las restricciones, afortunadamente, se van quedando atrás. Desde el 17 de octubre de 1953, cuando se reconoció a las mujeres su calidad de ciudadanas mexicanas, los avances han sido constantes. Y, en las elecciones federales del año pasado, se logró la paridad en la integración del Congreso de la Unión. Es decir, hay tantas mujeres como hombres en el Poder Legislativo del país y eso tiene que reflejarse en un cambio en la cultura política.
Hasta el momento, desafortunadamente, los avances políticos de las mujeres mexicanas han tenido como correlato el incremento de la violencia hacia ellas. En algunos casos, han sido asesinadas por desafiar a los hombres fuertes de sus comunidades. En otros, han sido despojadas de los cargos que ganaron con los votos de la ciudadanía.
La violencia política se ha incrementado en la medida en que ellas han ocupado más espacios y cargos públicos. Desde hace 12 años, se han multiplicado los intentos por evadir las cuotas a favor de las mujeres; como el caso de las diputadas “juanitas”, que fueron electas y luego obligadas a renunciar para dejar la curul a sus suplentes; varones, por supuesto. Las autoridades electorales han tomado posturas firmes que no han dejado pasar ni un solo intento por disminuir la presencia ganada por las mujeres en los espacios de poder.
Para algunas, estas agresiones son parte del costo por aventurarse en el espacio público y las asumen como si fueran “naturales”. No lo son. Y nadie debería dejarlas pasar.
Si las estructuras de poder son rígidas e impiden o dificultan el avance de las mujeres, tienen que cambiarse por otras en las que todos podamos participar con oportunidad y libertad. Coincido con el planteamiento que nos hace Mary Beard al respecto: “Si las mujeres no son reconocidas en las estructuras del poder, lo que necesitamos entonces es redefinir al poder, no a las mujeres”. Y para ello, todavía nos queda un buen tramo por avanzar.
Lo que está claro es que el mundo será mejor cuando haya más mujeres que sepan latín. Y a 66 años del reconocimiento de nuestra calidad de ciudadanas, es necesario tenerlo presente.