El populismo fue un tipo de gobierno que prevaleció en América Latina durante los años 30 del siglo pasado. Sus principales representantes fueron Lázaro Cárdenas en México, Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil. Los tres casos ocurrieron justo en el momento en que el trío de economías inició su proceso de industrialización, por el cual el sector secundario pasó de representar el 10% al 30% de sus respectivas economías entre los años 1920 a 1940. En los tres casos, los presidentes establecieron alianzas estratégicas con las centrales obreras existentes en sus países, o las reestructuraron para agenciarse su lealtad, como fue el caso mexicano en el cual la CTM fue creada para reemplazar a la CROM. Asimismo, los tres mandatarios nacionalizaron la industria siderúrgica, que es fundamental para impulsar el crecimiento industrial. Finalmente, los tres ejecutivos lograron afianzar su estilo político en sendas instituciones, que incluso prevalecen en el caso de Argentina (mediante el partido Justicialista y sus descendientes kirschenistas), y con el cardenismo, alojado durante décadas en el ala izquierdista del PRI, la cual pasó posteriormente PRD y ahora integra un sector de Morena, en el caso de México.
El populismo clásico tuvo la virtud de encauzar la lucha de clases en favor de un crecimiento económico de tipo capitalista-oligopólico, integrado por un discurso nacionalista, mismo que generó una clase capitalista propia, y ciertamente proporcionó beneficios económicos importantes para las clases trabajadoras afiliadas a las centrales obreras. Los apologistas del populismo clásico apuntan que logró afianzarse como una gran innovación política, en un entorno en que otros modelos políticos estaban en pugna: capitalismo liberal, socialismo, fascismo y nazismo, entre otros. De esta manera, el populismo en América Latina logró convocar a trabajadores y capitalistas incipientes, con el campesinado de comparsa, hacia la unidad nacional necesaria para conformar economías nacionales menos dependientes del capital internacional, al tiempo de iniciar una industrialización al amparo de la sustitución de importaciones. La importancia del populismo nacionalista fue que generó un factor esperanza entre las clases trabajadoras al tiempo que permitió el surgimiento de una clase capitalista nacional, pero a costa de las clases no integradas al crecimiento capitalista periférico: los campesinos y el lumpenproletariado.
Vino después la era de los capitalismos oligopólicos, ampliamente corruptos y poco aptos para mejorar las condiciones de las clases más desprotegidas, junto con crisis económicas endémicas, que incluso conformaron la llamada “década perdida para América Latina” durante los años 80. Buena parte de las causas del colapso de las economías latinoamericanas en esa época fue precisamente el diagnóstico populista sobre la necesidad de industrializar a cualquier costo la actividad económica, lo cual implicaba dar la espalda a la competitividad y al libre comercio, así como ver con mucha desconfianza a las inversiones extranjeras. Otra cosa hubiera ocurrido si se hubiera puesto en marcha un proteccionismo selectivo, que permitiera una tasa cero a los bienes industriales e insumos para las exportaciones, y combinarlo con un proteccionismo efectivo a los productos terminados. Esta combinación terminó por agotar al mercado interno hacia los años setenta, y fue entonces cuando surgió el neopopulismo en toda la región.
En México, el neopopulismo estuvo representado por el gobierno echeverrista, el cual, lejos de emprender los grandes cambios que requería la economía, se aferró a las viejas fórmulas, pero apelando constantemente al pueblo en un estilo político que tuvo muy buenas intenciones, pero muy mal ejecutadas. El resultado fue una estanflación (alta inflación con bajo crecimiento económico), antesala de la catástrofe económica de los años 80. En Argentina y Brasil, el neopopulismo izquierdista de Perón y su segunda esposa, Isabelita, así como el de Joao Goulart, fue abruptamente interrumpido por sendos golpes militares en 1964 y 1976. La misma suerte tuvo el experimento socialista de Salvador Allende en Chile y del General Velasco de Alvarado en Perú. En términos generales, el neopopulismo de los años 70 fue un intento ingenioso, aunque desesperado, por rescatar lo que quedaba del modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones, apelando para ello a las masas trabajadoras, pero sin realizar cambios significativos en las reglas internas para la acumulación y la distribución de la riqueza y del ingreso.
Y luego vinieron los gobiernos neoliberales, con algunos casos de excepción de neopopulistas notables, como Alán García en el Perú de los años 80, quien decretó la moratoria de la deuda externa de su país. El orgullo y admiración que García generó en Perú le valieron contar con 96% de aprobación en 1985 –sin duda un récord mundial–, mientras aparecían bardas pintadas en varios países latinoamericanos que rezaban “Patria adorada, Patria querida, dame un presidente como Alán García”. Tres años y medio después, las políticas neopopulistas de García hicieron crisis y tuvo que reiniciar los pagos de la deuda externa. La economía peruana colapsó, como casi todas las de sus vecinos latinoamericanos, y la aprobación de García cayó a sólo el 9% –otro récord mundial en ese entonces.
La reaparición del neopopulismo en México, a partir del triunfo de Morena en 2018, tiene una fuerte e innegable influencia del echeverrismo de los años 70, pero también cuenta con sus muy grandes diferencias. En primer lugar, el neopopulismo actual no apela a las clases trabajadoras, sino a las clases improductivas aunque ciertamente excluidas del capitalismo oligárquico: el lumpenproletariado y los segmentos envejecidos de la población que no están cubiertos por pensión alguna. De esta forma, Morena está cultivando clientelas electorales entre los jóvenes que no estudian ni trabajan (ninis), por una parte, y por la otra, supuestamente se amplía el apoyo económico a los integrantes no protegidos de la tercera edad (promesa que por cierto no se ha materializado hasta la fecha). Junto con ello, se han otorgado subsidios a quienes vivían del robo de combustible (huachicoleros) y se ha hecho evidente la falta de interés en perseguir a los cárteles del narcotráfico. En tanto, se han recortado los apoyos que hasta hace poco se otorgaban a científicos, universidades públicas, atletas, creadores, intelectuales, y a 100 mil burócratas cesados, mientras más de 2 millones de ellos han visto menguados sus ingresos u opciones de movilidad social.
En el fondo de las causas, el neopopulismo de Morena es un ataque a las clases medias que ahora son tachadas de “fifis” (lo que sea que ello signifique), con el fin de financiar las transferencias prometidas en campaña a los segmentos improductivos. Pero esta acción no está compensada con un ataque significativo al gran capital, pues recientemente se ha otorgado una concesión extraordinaria para proporcionar servicios de internet a los multimillonarios Emilio Azcárraga Jean, Ricardo Salinas Pliego y Carlos Slim. Esto es, la reconciliación del actual gobierno con los más ricos de México, se realiza al tiempo de mantener la pauperización de las clases medias, en aras de una supuesta equidad de los ingresos, aunque hacia abajo de la pirámide social, y profundamente improductiva en sus consecuencias económicas. No en vano, los analistas han recortado las proyecciones para el crecimiento de México en alrededor de 1% del PIB, pero con grave riesgo de encaminarnos a una recesión inflacionaria, justo como en los años 70.