Ya tiene un buen rato desde la última vez que escribí algo, y no porque no hayan pasado cosas, al contrario, han pasado demasiadas. Algunas bonitas, otras absurdas, varias innecesarias y unas cuantas que prefiero fingir que no existieron. Pero bueno, como parte de esta nueva etapa en mi vida adulta, me pareció justo venir a contar qué ha sido de mí últimamente.
Para quienes no lo sabían o se hacen los que no sabían porque les gusta el drama, estoy estudiando Arte Digital. Animación, para ser más específico. Y sí, aunque suena muy cool cuando lo dices en voz alta, y pareciera que mi día consiste en dibujar monitos bonitos que se mueven, la realidad es que estoy metido en una carrera que combina la exigencia emocional de la medicina con el presupuesto de un proyecto escolar mal planeado.
Me gusta mucho el 3D, la verdad. Me encanta ver cómo un personaje que modelé desde cero cobra vida… aunque a veces cobre vida mal, con una pierna saliéndose del pecho y los ojos flotando a medio metro. Pero ahí voy, progresando. También me gusta todo lo que tenga que ver con edición y VFX. Me emociona muchísimo poder crear cosas que no existen, meter explosiones, hacer portales, destruir ciudades… TODO sin ir a la cárcel.
Entre las herramientas que usamos, están programas que ya forman parte de mi identidad emocional. After Effects, por ejemplo, es un programa donde el más mínimo error te puede arruinar tres días de trabajo, pero también te da la satisfacción de decir “yo hice eso”, mientras tus ojos sangran del cansancio. Maya es el otro: un software tan potente como volátil. Puedes estar modelando algo perfecto durante horas y luego, sin previo aviso, todo explota. Literalmente. Le das click a algo y pum, el modelo se va al inframundo.
Blender también entra en la lista. Es como el primo alternativo que hace de todo, pero con una actitud pasivo-agresiva. Funciona, pero si lo miras feo, se crashea. Y luego está Toon Boom, que usamos para animación tradicional. Es hermoso… hasta que te das cuenta de que animar cuadro por cuadro consume más tiempo que cualquier relación tóxica que hayas tenido. Pero bueno, uno firma ese contrato con el sufrimiento desde que decides estudiar esto, aunque no lo haces consciente sino hasta que ya llevas media carrera.
Lo que hace más llevadera la cosa es el grupo de estudiantes con el que me ha tocado convivir por tres años. La verdad, parecieran más una colección de personajes salidos de la mente de Tim Burton (ahora que está de moda por estos lares). Mis dos más cercanos son Juan y Mario, con los que básicamente formamos un trío caótico, pero funcional. Como los tres mosqueteros, pero con más memes y menos espadas. Nos llevamos tan bien que a veces parece que nos odiamos. Hay discusiones a gritos en clase sobre temas completamente estúpidos, tipo “quién ganaría en una pelea, Freezer o Naruto con poderes prestados”. O sea, nivel vergonzoso. Y claro, más de una vez nos han llamado la atención por el escándalo. Pero es con cariño. Todo lo que decimos es con cariño. Bueno, la mayoría.
El resto del grupo no se queda atrás. Es una mezcolanza de gente rara, intensa, con gustos muy pero muy cuestionables y playlists musicales que parecen hechos por insectos alienígenas. Amamos el anime, debatimos cosas como si estuviéramos resolviendo teorías científicas, y vivimos en un limbo entre la genialidad creativa y el colapso nervioso colectivo. Y de alguna manera, funciona. Nos entendemos. Estamos todos igual de destruidos por la carrera, y eso une.
Tenemos dinámicas bien divertidas en clase también. Desde mini competencias de quién hace el personaje más feo a propósito (spoiler: yo he ganado dos veces), hasta sesiones improvisadas de doblaje donde terminamos gritando líneas como si estuviéramos en una telenovela de caricaturas. A veces el salón se siente más el cuarto de juegos de un grupo de enfermos mentales y menos como un salón de universitarios, pero aun así aprendemos. O eso creo.
Y justo ahora que todo eso estaba agarrando ritmo, me voy. Me voy a España el próximo semestre por un intercambio. Y no es que me tire al drama, la verdad es que estoy muy emocionado, pero también me pega fuerte la nostalgia. Me da tristeza separarme de ellos, aunque sea por un tiempo. Porque a pesar del caos, de los trabajos mal entregados y de las juntas a las dos de la mañana para terminar un corto de treinta segundos, estos han sido los mejores años de mi vida.
Así que sí, me voy feliz, pero sintiendo que una parte de mí que se queda aquí. Porque no importa cuántas veces el render se crasheó, o cuántas discusiones ridículas tuvimos sobre Goku y sus fases, lo cierto es que todo esto ha valido la pena. Y si pudiera repetirlo, lo haría sin pensarlo.
Por ahora, me llevo todos esos recuerdos en la maleta, junto con mis chamarras, mis cuadernos, y una fea animación que hice en primer semestre y que todavía me hace reír.
Nos vemos pronto, querida secta Friki, espero encontrar y sumar más locos como ustedes estando allá. No me olviden!!!
