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La Llave de Pandora

PLANDEMIA

Guillermo Farber por Guillermo Farber
24 diciembre, 2020
en Edición 29, Buhedera
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Meme: este año 2020 no lo vamos a despedir con nostalgia; lo vamos a mandar con asco al basurero de la historia (sin entender que este año sólo fue el aperitivo del prolegómeno del preludio).

NÓMADAS

Uno de los lugares comunes de la historia, es que la especie humana dio un salto cualitativo, evolutivo, al pasar de la etapa de cazadores y recolectores básicamente comunistas, en clanes pequeños de veinte o treinta individuos, con esperanza de vida de 30 años (hoy en los países desarrollados es de 75 años), a agricultores y propietarios. La primera etapa duró un par de millones de años, desde Lucy hasta el cromañón; la segunda etapa ha durado unos 50 mil años, desde el fin de los neandertales hasta la actualidad de unos sapiens que parece a punto de estallar en un holocausto nuclear detonado por un pleito infantil como todas las guerras que en el mundo han sido. En fin, nada nuevo bajo el sol, la espiral vuelve y ahora pasamos de ser nómadas “civilizados” (se llamaba turismo, se llamaba trasladarse al trabajo, se llamaba ir de compras, se llamaba asistir a la escuela, se llamaba salir a comer o a beber, se llamaba acudir a una sucursal bancaria o cajero automático, se llamaba jugar en el parque o en el gimnasio o en la cancha), a ser sedentarios confinados por una pandemia exagerada con gobiernos draconianos y trabajando-estudiando-socializando-comerciando vía internet. Todavía muchos no entienden o no creen que esa es la “nueva normalidad” y que todo ya cambió y nada será jamás igual que antes. Todo lo que conocimos ya se acabó o va en vías de acabarse o al menos se mengua, se limita, se encarece o se burocratiza. De un golpe dejamos de ser nómadas clasemedieros (lo que fuimos “for a brief shining moment”) y nos volvimos sedentarios obligados, esperando confinados-desempleados-empobrecidos el anunciado y temido genocidio.

PLANDEMIA

¿Muertos por la plandemia de Covid-19? 1.3 millones en un año, en todo el mundo, de 60 millones de contagiados (cifras oficiales, muy infladas según algunos). ¿Cáncer? 9 millones de muertes al año, con 16 millones de casos. ¿Cuál es más pandemia? ¿La del Covid-19, con una tasa de mortalidad de 2.17% o la del cáncer, con una tasa de 56%? Pero nadie habla ni está aterrado por la evidente pandemia del cáncer, muuuuucho más extendida, amplia, letal, prolongada, costosa y dolorosa que la que nos tiene desempleados, confinados, distanciados y aterrados. Aparte de que el Covid-19, como cualquier virus, genera inmunidad de rebaño, mientras que para el cáncer no hay inmunidad de ninguna clase, a ninguna edad.

HE APRENDIDO

Le pregunté a uno de mis amigos que ha cruzado los 60 años y se dirige a los 80. ¿Qué tipo de cambio está sintiendo en él? Me envió estas líneas que me gustaría compartir contigo.

1) Después de amar a mis padres, mis hermanos, mi cónyuge, mis hijos, mis amigos, ahora he comenzado a amarme a mí mismo.

2) Me acabo de dar cuenta de que no soy Atlas. El mundo no descansa sobre mis hombros.

3) Dejé de regatear con vendedores de frutas y verduras. Después de todo, unos pocos centavos más no van a hacer un agujero en mi bolsillo, pero podrían ayudar al hombre a ahorrar para las colegiaturas de su hija.

4) Pago al taxista sin esperar el cambio. El dinero extra podría traer una sonrisa en su rostro; él está trabajando mucho más duro que yo.

5) Dejé de decirles a los ancianos que ya han narrado esa historia muchas veces. Después de todo, la historia los hace caminar por el camino de la memoria y revivir el pasado.

6) He aprendido a no corregir a las personas, incluso cuando sé que están equivocadas. La responsabilidad de hacer que todos sean perfectos no está en mí. La paz es más preciosa que la perfección.

7) Doy elogios libremente y generosamente. Después de todo, mejora el estado de ánimo no solo para el receptor, sino también para mí.

8) He aprendido a no molestarme por un pliegue o una mancha en mi camisa. La personalidad habla más que las apariencias.

9) Me alejo de las personas que no me valoran. Después de todo, puede que no sepan mi valía, pero yo sí.

10) Me mantengo tranquilo cuando alguien juega a la política sucia para superarme en la carrera de ratas. Después de todo, no soy una rata y tampoco estoy en ninguna carrera.

11) Estoy aprendiendo a no sentir vergüenza por mis emociones. Después de todo, son mis emociones las que me hacen humano.

12) He aprendido que es mejor rendir o suspender el ego que romper una relación. Después de todo, mi ego me mantendrá distante, mientras que con las relaciones nunca estaré solo.

13) He aprendido a vivir cada día como si fuera el último. Después de todo, podría ser el último.

14) Estoy haciendo lo que me hace feliz. Después de todo, soy responsable de mi felicidad y me la debo.

15) He aprendido a valorar a mis amigos, porque cada día los estoy perdiendo, no porque me enemiste con ellos sino porque se me adelantaron a la vida eterna.

16) Valoro todo lo que tengo, más que lo que anhelo, porque lo que tengo es mío: mi vida, mi familia y mis amigos.

Autor desconocido.

OOOOOOMMMMMM

Recuerda meditar cuanto puedas, cuando puedas.

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Tags: empobrecimientosedentarismonómadas.cáncernueva normalidadplandemia.confinamientoCovid19desempleopandemia
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Guillermo Farber

Guillermo Farber

Nací en Mazatlán en 1951, a los tres años de edad. Mi vocación, que obedezco rigurosamente, es la de aprendiz de todo y maestro de nada. Tengo publicados 32 libros, de los cuales, con suma benevolencia y atenuada autocrítica, rescataría quizá dos o tres. Escribo a diario en periódicos y revistas, y eso me divierte mucho, pero sé que no estoy haciendo lo que debería hacer: novelas, literatura seria. Eso me causa un sentimiento de culpa muy relativo: sé que si alguna cosa no necesita este mundo son libros nuevos, y que el pecado capital de esta época es producir libros innecesarios. Milagrosamente, brincando de trabajo en trabajo, he podido vivir siempre dentro de los márgenes de ese delgado jamón social conocido como clase media. Ya me advirtió mi astróloga de cabecera: nunca serás rico y nunca serás pobre; nunca me faltará de comer, pero nunca me sobrará un centavo; ni opulencias ni miserias; esa espléndida aurea mediocritas de Horacio (que se la recomiendo con mucho cariño a su abuelita, por cierto). Estoy en la quinta de las siete edades que tiene el hombre: niñez (0 a 12), adolescencia (13 a 18), juventud (18 a 25), madurez (25 a 55), envejecencia (55 a 75), vejez (75 a 95) y ¡qué bien te ves! (horas extra). He sobrevivido a pruebas de salud que, de habérmelas anunciado en mi infancia, tal vez me habrían llevado a un suicidio prematuro; pero que resultaron mucho menos temibles ya en la práctica (también se las deseo a la abuelita de Horacio, cariñosamente). Desde hace 7 años voy en la tercera vuelta emocional, mejorando al siempre sensato doctor Johnson: el tercer matrimonio es el tenaz triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Tiendo a pertenecer a la lamentable especie de los humoristas serios. Esto es, soy un incurable cobarde existencial (la mejor definición de humorista se la leí a Pitigrilli: un niño asustado que atraviesa la oscuridad chiflando para distraer su miedo). Jamás salgo de casa sin llevar en el bolsillo una medalla grande, metálica, de Atenea, la diosa de la verdad. Y, dentro de los márgenes de mi sentimiento fundamental (el miedo), procuro ser fiel a ella. Me parece estar entendiendo a estas alturas que la esencia más profunda del universo, descubierta por la física cuántica, ya la habían anticipado los taoístas en su noción de Tai- Chi, y el pueblo mexicano en su esquema conceptual totalizador del desmadre intrínseco. En suma, soy exactamente como todo el resto de mis congéneres humanos: un ser irremediablemente equivocado de planeta. Tan, tan.

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