Andrés Manuel López Obrador es un hombre emblemático y lleno de símbolos. Su larga carrera como luchador social lo marcó de por vida. Los Éxodos por la Democracia, caminando de Tabasco a la ciudad de México, curtieron su alma y su piel. Quizá en esas jornadas en las que terminaba con los pies llagados se forjó una idea: la de ser un continuador de la obra de Benito Juárez.
“Cuánta falta nos hace Benito Juárez”, reza una canción basada en La Paloma, la pieza favorita de la emperatriz Carlota. López Obrador se tomó muy en serio ese verso y le ha dado por devolverle al pueblo de México esa figura, renovada.
En el libro de Enrique Krauze sobre los liberales mexicanos del siglo XIX hay una escena que retrata a Benito Juárez y, en consecuencia, a López Obrador:
La hija del entonces gobernador de Oaxaca le negó una pieza de baile a un estudiante pobre argumentando que se sentía indispuesta. Inmediatamente después aceptó la invitación de un estudiante rico. Juárez se interpuso y le dijo a éste que su hija no bailaría con él. Luego le reprochó a ella el desdén cometido. Finalmente se acercó al estudiante pobre -y rechazado- y le dijo que su hija ya se sentía bien para bailar. Y así ocurrió.
Así era Juárez. Así es López Obrador. A los ricos de este país los hará a un lado para favorecer a los pobres de México. No es una novedad. Lo ha venido anunciando desde hace más de una década: “Por el bien de México, primero los pobres”.
A Juárez y a López Obrador los unen varias cosas: los orígenes humildes, la fobia a los ricos, la modesta medianía, el gesto hierático, la tozudez, la perseverancia…
En medio del bullicio de la noche del 1 de julio, una vez reconocido el triunfo en las urnas, López Obrador respiró profundo y seguramente pensó en el Benito Juárez -muy afrancesado, muy de guante blanco- que pintó Tiburcio Sánchez de la Barquera, y sonrió ligeramente.
Y es que su victoria es como la de Juárez: una epopeya nacional. O cuando menos, así la visualiza él. Y en eso habrá de perseverar.
Hoy por hoy, AMLO y Juárez son dos extraños compañeros de cama. O para decirlo mejor: de la alcoba nacional.