Después de pensar un rato y de haber recapitulado sobre todo cuanto me pasa, he llegado a la conclusión de que soy un idiota y, no solo por el hecho de que generalmente suelo actuar sin pensar mucho en lo que hago y, por tanto, las cosas no me salen como espero, sino porque además resulta que también hago lo que, específicamente, me dicen no haga.
Y por poner solo un ejemplo. Hace no mucho tuve una experiencia mala que, después del susto, resultó también graciosa y se las quiero contar siempre y cuando no juzguen mi estupidez.
Estaba en el colegio en una clase que tenemos llamada Maker. En ella debemos ser creativos e inventar y construir cosas de acuerdo al tema que nos dan. El salón de Maker está lleno de herramientas y cosas útiles, hasta contamos con una impresora 3D.
El profesor nos estaba explicando paso a paso las propiedades de un foquito LED. Nos decía con total calma y de forma muy completa que estos focos se prendían con cierta potencia y que, para probarlo, usáramos unas pilas que debíamos conectar a los alambres que salían de los focos. Nos pidió ser pacientes para realizar el experimento, pues debíamos usar guantes y lentes de seguridad y no alcanzaban para todos.
Yo, la verdad, no soy del tipo paciente. Traté de esperar. En serio lo intenté. Pero mi mente me decía: “ya hazlo”, “tu puedes”, “no va a pasar nada”, “son unos exagerados”, “que payasada eso de los guantes y los lentes”. Como considero que mi mente es sumamente brillante, le hice caso. Acto seguido, tomé un foquito LED, agarré dos pilas y las conecté a los cables, pero no encendió. Así que en un acto de brutal creatividad, agarré otra pila y, justo mientras la conectaba con las otras dos, el profesor explicó que no rebasáramos el voltaje o podría explotar el foco ¡Qué horror! Era demasiado tarde. Segundos después un sonido de impacto se escuchó por todo el salón ¡fui yo! Acababa de estallar el foco en mis manos y el profesor no pudo evitar soltar un “idiota” –calculo que por el susto- y el resto del grupo una carcajada.
Ahí estaba yo. Parado en medio del salón con las manos negras por la explosión y mi cara de bobo.
Inmediatamente después fui al baño a lavarme. Afortunadamente no me pasó nada pero si me regañaron por no esperar mi turno, por no usar las herramientas de seguridad y, básicamente, porque mi creatividad no era tal. Mi mente me engañó una vez más.
En esta ocasión aprendí tres cosas: primero, a no pasarme del voltaje porque si no las cosas pueden explotarte; segundo, mi profesor es un grosero cuando se asusta; y tercero, soy bastante idiota.