Piromanía, según la RAE, es una “tendencia patológica a la provocación de incendios”. A quien padece este trastorno de control de impulsos se le denomina piromaníaco o pirómano. El incendiario, en cambio, es una persona que intencionadamente decide provocar incendios para hacer daño.
Francamente no creo que AMLO sea un incendiario, no le considero mal intencionado o mala persona, aunque sí bastante irresponsable.
Con muchos cerillos y ningún bombero, Andrés Manuel López Obrador llega a los 100 días de gobierno que, no se a Usted pero a mí me han parecido una eternidad. La verborrea y ocurrencias diarias, que para su buena suerte ya puede seguir también por spotify, me han hecho perder la noción del tiempo.
Necedad, incompetencia, ocurrencias, soberbia son los cerillos con los que AMLO viene jugando desde el primero de diciembre.
La frase aquella de “no existe verdad absoluta” no opera en el gobierno de López Obrador, aquí la única verdad absoluta es la del tlatoani. Pero lo grave no es que pretenda que solo se escuche su voz, sino que no hay otras verdades. El resto de los actores políticos o no tienen fuerza o padecen de oportunismo o carecen de credibilidad y calidad moral para criticar, ni siquiera, lo criticable. Y lo mismo pasa con el sector empresarial y de los medios de comunicación. Fue tanto el abuso cínico y la podredumbre que, a nadie interesa escucharles.
Y entonces vemos a un Presidente que con cada acción y palabra lanza fuegos y fueguitos sin que, al momento, podamos hacer un análisis certero de las consecuencias futuras.
Nadie para apagarlos. Nadie para enmendarle la plana. Va solo. Su discurso aunque contradictorio, desordenado, aburrido y disparatado, es exitosamente contrastante y empático lo que lo lleva a tener, pese a todo, una aprobación de la opinión pública sumamente alta, más del 60%.
Y esta aprobación no concuerda con lo que estamos viviendo. Una tiradera brutal de dinero público (cancelación del NAIM, venta del avión presidencial, guerra contra el huachicol); un incremento importante de la inseguridad y la criminalidad; pérdidas multimillonarias en el sector empresarial por decisiones y omisiones del Gobierno Federal; freno de la inversión pública; recortes de nuestra calificación crediticia y varios etcéteras más.
La concentración absoluta del poder por parte de López Obrador al imponer a sus superdelegados estatales, quitando recursos a organismos e instituciones autónomas del Estado; y eliminando intermediarios como asociaciones civiles, academia, y ciencia, también están minando la democracia mexicana.
El Instituto Nacional Electoral (INE), la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), la Comisión Reguladora de Energía (CRE), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), el Conacyt, universidades, centros de investigación, entre muchos otros, todos sometidos a cambios constitucionales, recortes presupuestarios y relevos con personajes claramente cercanos a López Obrador. Incluso han atentado contra la independencia del Poder Judicial con ternas presentadas con perfiles de dudosa autonomía para el relevo de sus ministros, jueces y magistrados.
Una presidencia electorera que prioriza la construcción de clientes por encima del diseño de políticas públicas; un presidente que regala dinero a los ninis, a los discapacitados, a las madres solteras y a cuanto segmento social se le ocurre, con padrones que no surgen de estudios calificados o de las instituciones del Estado, y que lejos de ayudarles genera más pobreza y expone a los grupos más vulnerables. Tal es el caso de su decisión de cancelar las estancias infantiles y refugios para mujeres maltratadas o desaparecer el seguro popular. Esta forma de gobernar, que no es nueva ni mucho menos privativa de AMLO, está dejando desprotegidos a miles de mexicanos. Este nuevo gobierno no sabe o no quiere saber que el Estado tiene responsabilidades ineludibles y que el simple reparto de dinero no las suplirá de ninguna manera. La política social no es asunto de repartir dinero.
Sin contrapesos la democracia se tambalea.
Sin inversiones la economía se tambalea.
Sin políticas públicas eficientes el gobierno se tambalea.
En conclusión, México se tambalea
Pero aclaremos, todo esto no es culpa de AMLO. Una democracia sin alternativas incentivó el populismo y el autoritarismo. Andrés Manuel es consecuencia de la crisis del sistema democrático mexicano al que nos llevó una clase política rapaz, corrupta e ineficiente que hoy día, sigue peleando por los pedazos de partidos políticos, espacios de poder y recursos que aún les quedan.
Veremos hacia donde avanza o retrocede México. Lo que sí es claro es que como ciudadanos y sociedad debemos, como nunca antes, ser más analíticos, críticos y participativos.