Una Perspectiva Mexicana
En días recientes, recordando el festival anual irlandés de San Patricio, el periódico Excelsior[1] publicó una nota sobre los llamados héroes de México, popularmente conocidos como el Batallón de San Patricio. A mi juicio, ellos fueron al mismo tiempo desertores de su ejército y traidores de Estados Unidos.
La nota de Ricardo Alexander narra: “… un día del 17 de marzo, cuando se conmemora al santo patrono de Irlanda, San Patricio, vale la pena contar la historia poco conocida y no tan clara del llamado Batallón de San Patricio, aquella unidad militar compuesta por extranjeros europeos, en su mayoría irlandeses y alemanes, que lucharon de la mano del Ejército mexicano en la intervención estadunidense de 1846 y 1847.” Y nos informa que los San Patricios fueron capturados por el ejército de EU y tratados como traidores, castigados y ahorcados en San Jacinto, en la Ciudad de México. La leyenda mexicana no cuenta la historia completa.
Alexander nos cuenta el relato “romántico” del batallón, compuesto principalmente de irlandeses y otros europeos quienes, como la mayoría de mis compatriotas en el siglo XIX, eran inmigrados. A raíz de la anexión de Texas a la Unión Americana, el presidente Polk decidió que era su destino llevar a cabo la expansión total al oeste con la adquisición de los territorios mexicanos -prácticamente sin población- hasta llegar al Océano Pacífico. Bajo el pretexto de proteger la integridad de Texas, inventó una serie de incidentes que llevaron a la declaración de guerra a México.
El autor continúa con este narrativo: “Dentro de ese ejército estadounidense existía una unidad militar compuesta por europeos que habían emigrado a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades, pero viendo la injusticia que se les ordenaba hacer…empezando por un joven de nombre John O’Riley, decidieron pasarse del lado mexicano —que además era católico como ellos— y defender a nuestra gran nación de la política imperialista.” Así continúa relatando las batallas en las que participaron con gran valor y termina con lo siguiente: “No obstante, su valor y coraje en la defensa del Convento de Santa María de Churubusco, varios de los San Patricios fueron capturados por la milicia estadunidense y tratados como traidores, severamente castigados y, posteriormente, ahorcados en San Jacinto, en la Ciudad de México, mientras ese ejército izaba su bandera en territorio mexicano.” El comentario sobre el valor es, por lo menos, controversial.
Una Perspectiva Americana
En contraste, la revista American Heritage[2] relata una historia más apegada a la realidad en relación con el tiempo y circunstancias de las deserciones.
Es importante tener presentes las acciones de otros actores en esta guerra invasora. No todos mis compatriotas estaban de acuerdo con la invasión y la adquisición de territorio mexicano. El congresista Abraham Lincoln, posteriormente presidente y aliado de Benito Juárez; y el teniente Ulises S. Grant, parte del ejército invasor y posteriormente general durante la guerra civil de Estados Unidos, presidente y gran amigo de México y de Matías Romero, son un ejemplo. Ambos consideraron la guerra como algo injusto. Sin embargo, su opinión no hizo que abandonaran sus deberes a su patria. Del lado mexicano, poco se dice de por qué Santa Ana tuvo que luchar con pocos recursos. A pesar del patrioterismo que se demuestra hoy en relación con la guerra, una gran mayoría de los gobernadores, por desdén a Santa Ana, no se molestaron en enviar tropas, suministros y dinero para tratar de detener a las fuerzas invasoras. Y no se habla de los mexicanos que recibieron al ejército americano con fiestas y misas -como en Puebla- y la Compañía de Espías comandada por Manuel Domínguez, equipados con caballos, uniformes y armas americanas, quienes llevaban mensajes y misiones secretas, acompañando al General Scott en su entrada triunfal a la Ciudad de México.
El sargento John O’Riley (John Patrick Riley también conocido como John Riely, John O’Riley, John O’Reilly, Juan Reyle, Reley, Reely o Reiley), organizador y comandante del batallón de San Patricio, era un buen soldado amante de impartir disciplina, pero no de acatarla. Como parte de una unidad de infantería en la frontera, fue castigado por indisciplina. Enojado, pidió licencia para ir a misa y nunca regresó. El ejército americano perdió un buen líder de infantería y Santa Ana ganó un gran comandante de artillería. O´Riley cruzó la frontera con otros desertores, antes del inicio de la guerra. La mayoría eran recientemente inmigrados, una mezcla de alemanes, ingleses, franceses, polacos e indios americanos, y no todos católicos. El gobierno mexicano los animó con ofertas de tierras. Otro factor que contribuyó a esta ola de deserciones, era la actitud anti irlandesa en Estados Unidos, muchos servían como esclavos para pagar su deuda de transporte y entrada al país.
Riley optó por organizar una unidad de artillería pesada, con cañones ofrecidos por Santa Anna. Capacitó a sus compañeros logrando una unidad que se distinguió en las batallas de la defensa de Monterrey y Buena Vista. En ambas causó un gran número de bajas entre sus antiguos compañeros de armas.
En su último enfrentamiento, en Churubusco, los San Patricios se enfrentaron a una de las batallas más sangrientas. Lucharon con gran desesperación. Pelearon hasta quedarse sin municiones. De un batallón de 260, sobrevivieron 75.
Post Data
El gobierno mexicano acusó el castigo a los desertores como un acto de ‘Barbarismo Gringo’, según la anécdota “una muerte cruel o torturas horribles, impropias de una era civilizada llevados a cabo por un pueblo que aspira a un título humano e ilustrado”. La realidad es que fueron juzgados de acuerdo con la ley y las sentencias fueron dadas estrictamente de acuerdo con las reglas de la guerra y la enormidad de su ofensa. Algunos fueron absueltos al haber sido capturados y forzados a servir en el ejército mexicano rehusándose a pelear. Riley u otros que desertaron antes del comienzo de las hostilidades, fueron sentenciados a latigazos y marcados con la D de desertor con hierro caliente en la cara. Cincuenta y cinco fueron condenados a muerte por desertar en tiempo de guerra.
El exsargento Riley, ya como convicto, fue rapado, los botones de su guerrera arrancados de su uniforme y echado fuera del campo militar al tono de una música insultante. Pasó el resto de su vida en Estados Unidos en la deshonra.
Los San Patricios, a pesar del romanticismo que les da México son, a final del día, desertores y traidores a su patria y su bandera. Sus motivos no fueron amor por México. La leyenda romantizada seguirá siendo parte del folklor mexicano. Sin embargo, como militar americano y bisnieto de un capitán de caballería, inmigrante de Irlanda que peleó con honor en la guerra civil, cada vez que voy al parque de San Jacinto en San Ángel, donde fueron ejecutados la mayoría de los condenados a muerte, y veo el monumentillo a Riley, me da vergüenza.
Epilogo
¿Héroes? Un poco, por su valentía en batalla. ¿Traidores? totalmente, por romper su juramento de lealtad. Cualquiera que sea la causa, los militares no elegimos en que guerra peleamos. En uniforme, solamente tenemos patria, bandera y honor.
[1] https://www.excelsior.com.mx/opinion/columnista-invitado-nacional/el-batallon-de-san-patricio/1302165
[2] https://www.americanheritage.com/tragic-story-san-patricio-battalion