El 6 de septiembre de 1949, Howard Barton Unruh, de 28 años, salió de su casa a dar un paseo. Caminó por doce minutos en su colonia, disparando y matando a trece personas, incluidos tres niños. Este incidente, conocido como “El Paseo de la Muerte”, marca el inicio de los tiroteos masivos de la historia contemporánea de los Estados Unidos.
En la noche del 1 de octubre de 2017, Stephen Paddock abrió fuego contra una multitud de asistentes al festival de música Route 91 Harvest, en el Strip de Las Vegas, en Nevada. Paddock, un hombre de 64 años de Mesquite, Nevada, accionó más de 1,100 disparos desde su suite en el piso 32 del hotel Mandalay Bay, matando a 58 personas y dejando 851 heridos, más de 400 de ellos por disparos y cientos de ellos más, debido al pánico consiguiente. El tiroteo ocurrió entre las 10:05 y las 10:15 p.m.; alrededor de una hora después, Paddock fue encontrado muerto en su habitación por una herida de bala autoinfligida. Su motivo sigue siendo desconocido.
El incidente es el tiroteo en masa más letal cometido por un individuo en la historia de Estados Unidos. Reavivó el debate sobre las leyes de armas de fuego en los EE. UU., y centró la atención en los cargadores modificados, que Paddock usó para disparar en rápida sucesión con resultados comparables a los de las armas automáticas. El gobierno, sin embargo, no tomó medidas al respecto: la presión que, sobre los legisladores norteamericanos, ejercen grupos de interés como la National Rifle Association, es brutal.
La reflexión es obligada. La frecuencia con la que se producen estos tiroteos masivos en Estados Unidos se ha triplicado desde 2011. Entre 1982 y 2011, los tiroteos de este tipo ocurrían aproximadamente una vez cada 200 días. Sin embargo, entre 2011 y 2014, esa tasa se ha incrementado a, al menos, un tiroteo masivo cada 64 días. Casi un tercio de los tiroteos masivos en el mundo, entre 1966 y 2012, ocurrieron en los Estados Unidos. El Centro Nacional para el Trastorno de Estrés Postraumático de EEUU, estima que el 28% de las personas que han presenciado un tiroteo en masa desarrollan un trastorno de estrés postraumático -TEPT- y aproximadamente un tercio desarrollan un trastorno de estrés agudo. Los estadounidenses representan solo el 4.4 por ciento de la población mundial, pero son dueños del 42 por ciento de las armas del mundo.
Los asesinatos en masa en los Estados Unidos no han surgido por casualidad. Varios factores son determinantes para la creación de un ambiente propicio para su desarrollo; entre los más comunes, se pueden contar los siguientes.
- Mayor accesibilidad y posesión de armas. Los EE. UU. tienen la mayor posesión de armas per cápita del mundo, con 120.5 armas de fuego por cada 100 personas; el segundo más alto es Yemen, con 52.8 armas de fuego por cada 100 personas.
- Enfermedad mental y su tratamiento (o la falta de estos) con medicamentos psiquiátricos. Muchos de los tiradores en masa en los EE. UU. sufrieron una enfermedad mental, pero el número estimado de casos de enfermedad mental no ha aumentado tan significativamente como el número de tiroteos en masa, y sin embargo tienen fácil acceso a las armas.
- El deseo de buscar venganza por haber sido víctima de bullying, y el sentimiento de fracaso ante las expectativas propias y los logros reales.
- Deseo de fama y notoriedad. Además, los tiradores masivos aprenden unos de otros a través del “contagio de los medios”, es decir, “la cobertura de los medios masivos de ellos y la proliferación de sitios de medios sociales que tienden a glorificar a los tiradores y minimizar a las víctimas”.
- Fallas en las verificaciones de antecedentes gubernamentales debido a bases de datos incompletas y / o escasez de personal.
La conclusión es evidente. Si todos estos factores son los que contribuyen a que la población viva temerosa, sabiendo que pronto habrá otra matanza en cualquier lugar del país, incluyendo su propia área, es fácil entender por qué la población se ha volcado sobre sus legisladores para que pongan mayores restricciones a la venta de armas, y se sienten indignados al no ser escuchados.
Los intereses, de nuevo, son demasiado grandes. Por eso, cuando el senador Chris Murphy, un demócrata de Connecticut autor de una legislación para ampliar los controles de antecedentes, dijo: “Somos responsables del nivel de atrocidad masiva que ocurre en este país, sin paralelo en cualquier otro lugar”, tiene toda la razón.
El Estado, comprendido en sus tres poderes, es el responsable de garantizar el cumplimiento del Pacto Social. Ese pacto social que hemos acordado entre ciudadanos, y por medio del cual fijamos ciertas normas para convivir pacíficamente en sociedad, a la vez que cedemos ciertos derechos. Esperando que quienes son elegidos para gobernar sean capaces de entender que, al ganar una elección, lo que están adquiriendo es la responsabilidad de conducir al país por el camino que permita a todos sus ciudadanos el acceso a las mismas oportunidades de desarrollo y prosperidad, y no sólo a su círculo cercano, partido o inclusive a los ciudadanos que votaron por ellos.
O a los grupos de interés que le llevaron al poder. Y esto aplica, lo mismo, en Estados Unidos que en México. Los mexicanos, al igual que los estadounidenses -en el caso del control de armas- no queremos seguir viviendo de acuerdo a los intereses que le sean convenientes a los grupos políticos que sólo atienden a sus propios fines, descuidando por completo los intereses de la ciudadanía, para los cuales fueron electos.
México necesita un punto de partida común: la realidad no ha sido nunca la misma para los ciudadanos y para los políticos. No lo fue durante el reinado del PRI, y no lo fue tampoco desde la llegada de la democracia a nuestro país. Los políticos mexicanos, al igual que los políticos norteamericanos, no han hecho sino responder al interés de un grupo particular, ya sea de naturaleza política, económica -o incluso social con las promesas clientelares- en vez de responder a la totalidad de una población que, literalmente, clama por ello y así lo demostró en las urnas. Nada es casualidad.
Podemos discrepar en la forma de solucionar los problemas, pero no podemos seguirlos aplazando. Tampoco podemos aplicar medidas que hace décadas fueron utilizadas, sin aceptar que el mundo ha cambiado, que la sociedad mexicana ha cambiado y que nuestra referencia debiera estar en el futuro y no en el pasado. Que la labor de los legisladores es diseñar normas y leyes que se cumplan de igual manera para todos, y que los beneficios de estas sean para todos los mexicanos y no solo para quienes ocupan el poder, su grupo, partido o electores.
No tenemos tiempo que perder. No podemos equivocarnos en las respuestas a los problemas que nos están impidiendo crecer, porque se cerrará la ventana de oportunidad que ahora se encuentra abierta. No podemos dejar que las agendas individuales primen sobre el interés colectivo: estamos en un momento crucial en el que, si aplicamos las soluciones correctas, nuestra nación podría ocupar el lugar que, por sus capacidades y recursos, le debería de corresponder en el mundo.