El pasado 1° de julio de 2018, se llevó a cabo la elección más grande que haya habido en México, tanto por el número de cargos de elección popular (más de 3000), como por el número de candidatos y partidos políticos que participaron. La sociedad salió a votar y a participar con entusiasmo, salió a buscar un cambio de gobierno en su mayoría y salió a votar por una esperanza de mejora social.
Lo que caracterizó a los resultados electorales de esa jornada, principalmente, fue la alternancia en los gobiernos, es decir, los partidos políticos que gobernaban en los estados en donde hubo elecciones cambiaron, las mayorías en los congresos de los estados también se reconfiguraron, y el partido que logró la Presidencia de la República también obtuvo una importante mayoría en el Congreso de la Unión.
Dentro de los resultados destacan, sin embargo, diferencias importantes en algunos estados de la República y, contrario a lo que se piensa, si bien Morena el partido político del presidente tuvo triunfos importantes como en Tabasco, Veracruz, Chiapas y CDMX, también es cierto que no obtuvo el triunfo en otros estados como en Jalisco, Puebla, Yucatán y Guanajuato. El sistema democrático funcionó y dados los resultados se alcanzó cierto equilibrio en la distribución del poder estatal.
Asimismo, a pesar de obtener una importante votación para la conformación de la Cámara de Diputados y de Senadores, la sociedad no le dio a Morena la mayoría absoluta, por eso es que las reformas constitucionales no han logrado pasar como hubiese deseado la mayoría morenista.
El presidente de la República obtuvo el 52% de los votos lo que significa también que el 48% no votó por él. La sociedad se encuentra entonces dividida, existen minorías políticas importantes y estas, como en todo régimen democrático, deben de ser escuchadas, incorporadas y principalmente respetadas.
Vale la pena por eso recordar que las minorías desde el año 1997 hasta la fecha siempre han sido tomadas en cuenta y, precisamente, por ello tenemos un régimen democrático constitucional que ha sido perfeccionado dados los acuerdos alcanzados entre las mayorías y las minorías políticas, a eso se debe la creación de los órganos autónomos y también los pactos de crecimiento y desarrollo, como por ejemplo, el Pacto por México, o el Acuerdo para el Crecimiento Económico y la Paz, o las Reformas Electorales de 1994,1997,2007 y 2014, entre otras.
Nadie ganó ni perdió todo. El presidente López Obrador tuvo más de 30 millones de votos a favor, pero también 28 millones en contra y cerca de 30 millones que no votaron en la elección, es decir, el triunfo obtenido fue contundente en las urnas, pero sigue siendo minoritario a nivel nacional considerando a una población de más de 120 millones y 90 millones en el padrón electoral.
Por estos datos es que no se puede decir que se votó por un cambio de régimen. Los que votaron en su mayoría apoyaron las políticas de campaña del hoy presidente: austeridad, honestidad lucha contra la corrupción. Pero, sin duda, no votaron (porque ni siquiera fueron temas de campaña) por la desaparición de los órganos constitucionales autónomos, por darle más poder al Ejecutivo, por reducir los presupuestos de salud y educación, etc., o por regresar al presidencialismo de 70’s.
El pretender un cambio mayor debe de ser motivo de un nuevo poder constituyente y de una elección especial en donde habría que discutir qué cambio de régimen se pretende: presidencial, monárquico o parlamentario, qué implicaciones tiene para la sociedad un estado asistencial, para los derechos de los ciudadanos o para la tasa de pago de impuestos, etc…
Mientras eso sucede habría que respetar, tal como fue jurado en la toma de protesta, el orden democrático constitucional: equilibrio de poderes, elecciones, respeto a la soberanía estatal, garantías constitucionales, respeto a órganos autónomos, democracia. El país no está para burlas ni para juegos.