“La certeza no es una palabra vacía,
es un principio que nos ayuda a organizar
la compleja vida en sociedad”
Me cuesta mucho trabajo entender el razonamiento de quienes apoyan la extensión de mandato del gobernador electo de Baja California, Jaime Bonilla, como resultado de una reforma legal y no por voluntad popular. Me explico: el candidato de Morena fue electo por un periodo de 2 años y con intentos legales pretenden extenderlo a 5 años. Todo ello ex post, es decir, pretenden modificar el término después de que se realizó la elección y se entregó la constancia del triunfo.
Es inaceptable pretender gobernar por un periodo mayor por el que contendió. No sólo es inaceptable, es inconcebible y, si me apuran, aberrante.
Una acción así lastima profundamente el principio de certeza que debe regir cualquier proceso democrático. Esto significa que todas las normas que regulan el juego electoral deben establecerse ANTES de iniciarlo y no se pueden modificar durante el proceso. Los gastos de los partidos, las formas de elegir las candidaturas internamente, los tiempos dedicados a radio y televisión, por ejemplo, se definen antes de iniciar las campañas y quienes deciden participar aceptan las condiciones establecidas.
El principio de certeza, por cierto, no es privativo de los procesos electorales; también es necesario en la vida cotidiana; por ejemplo, en el deporte: imaginemos una competencia de gimnasia en la que se realizan las rutinas, los participantes se retiran del escenario y después de ello se modifican los criterios para calificarles.
O pensemos en algo más cotidiano: usted toma un transporte público, paga por él y durante el trayecto, el conductor decide modificar la ruta. O un maestro, en la escuela, decide impartir las clases en francés, retirar la materia de Matemáticas e introducir la de Yoga.
La certeza no es una palabra vacía, es un principio que nos ayuda a organizar la compleja vida en sociedad. Los ejemplos a los que me refiero tratan de ilustrar que, si no honramos ese principio, el caos podría poblar muchos más aspectos de nuestra vida. El respeto al principio de certeza es un rasgo civilizatorio incuestionable.
Y la incredulidad que me provoca el intento en Baja California, me recordó la espléndida novela de Stevenson en la que un científico respetado se transforma en un depredador nocturno; aquél que durante el día se dedica a buscar formas para el progreso humano y por la noche se concentra en asaltar y crear destrozos. Según recuerdo, la intención de la novela era señalar que en todos existe esa dualidad: impulsos creativos e impulsos destructivos.
Siguiendo la analogía podemos pensar en quienes se caracterizan por ser demócratas estrictos desde la oposición y adquieren impulsos autocráticos una vez que llegan al gobierno.
Para controlar esos impulsos, las sociedades han creado normas, leyes, y -con más empeño durante los últimos 30 años- instrumentos internacionales que se proponen garantizar la preeminencia de normas democráticas, con un sentido progresivo y amplificador. Hacer valer esas disposiciones nos previene de amanecer un día y seguir viendo a Mr. Hyde en el espejo.