Vos que soñabas, que aún sueñas
con el hijo que no tuviste,
que no arropaste entre los brazos, mujer
que sentiste en terrenal nostalgia
lo lejos de la aurora, lo húmedo de la selva y el monte,
y las miserias del hombre.
A vos que no supieron entender
como tomar a sorbos, paladear ese amor
que nacía del árbol sagrado que es la ceiba,
hacia la otra luz, la del amor pagano de la tierra
y del maíz pisoteado.
A vos canto y sueño y escribo
en alevosa suerte de ave canora
sobre tu pecho herido,
a vos que llevas en silencio a cuestas
el peso de la gran loza
que representa tu silencio encerrado,
mudo, desahuciado.
María es tu nombre porque no concibo otro nombre
que encarne la pasión inmaculada
que te desborda venas, la voz que no conozco,
la inteligencia.
Canto. Me alegro y te canto
porque llevaste a buen puerto la entrega
de tu amor infinito, aún a costa
del primero y más sagrado de tus mandamientos,
de intereses creados, de soledades, de miedos.
Por regar y regalar como flores, palabras de tu aliento,
capaces de escampar tormentas
refugio de dos aguas en tardes de aguacero.