Se llegó el día de contarles una nueva crónica y déjenme decirles que desde que sucedió he tenido en la cabeza la idea de compartirla. En cuanto pasó supe sería perfecta pues forma parte de esa colección de vivencias tontas de las que tanto me gusta escribir, pero antes quiero aclarar que no solo soy idiota por naturaleza si no que, en ocasiones, me convenzo a mí mismo no es cierto y empiezo a actuar como si fuera el adolescente más concentrado, menos despistado, más brillante y entonces mis deducciones se convierten en ley de vida.
Les explicare los sucesos, uno por uno, y de ahí los dejaré para que tomen en consideración los hechos y reflexionen sobre la cantidad de tonterías que pasaron y lo que ustedes hubieran hecho en una situación igual.
Este relato comienza como todos: yo soy el super héroe y mi toma de decisiones y pensamientos son los mejores. El día era algo especial pues empezaban los entrenamientos en línea del equipo representativo de futbol americano de la liga juvenil y del que soy parte. Aunque no haríamos entrenamiento presencial y solo sería gimnasio, yo estaba muy emocionado.
La cosa no sería nada sencilla pues normalmente utilizamos muchas máquinas y cosas que nos proveen las instalaciones de nuestra prepa, pero ahora al hacerlo en casa pues no todos contamos con ello, sin embargo, los coaches nos tienen un gran seguimiento y nos dan tips sobre cosas que podamos tener a la mano para suplir algunos aparatos. Así fue que, tuvimos que innovar para hacer las rutinas. Por ejemplo, nos invitaron a buscar garrafones de agua llenos para usarlos como pesas, pero el problema -no sé si se han dado cuenta- es que no es fácil sostenerlos y manejarlos pues el movimiento del agua hace que el peso no sea uniforme y cambie de lugar conforme los manipulas. Yo no lo sabía y lo descubrí de la peor forma.
Entonces, imaginen mi situación: estoy a punto de hacer ejercicio, me pongo a preparar mi zona de gimnasio, bajo a la cocina, tomo dos garrafones de 20 litros y mi madre al verme me pregunta que pienso hacer con ellos, yo super conocedor y experto, le cuento mi genialidad. Ella, como siempre, incrédula y dudando de mi gran capacidad, me contesta: “no vayas a hacer la pendejada de tirar esos garrafones en mi piso de madera”. Yo, seguro de mis habilidades y super fuerza le respondí groseramente y de mala gana, “obvio no”, pues se me hace repetitivo que siempre tenga que decirme qué hacer y qué no.
Ya instalado en la sala de tele cuyo piso es de madera y en donde solo hay dos sillones grandes de tela, cuadros, libreros, un aparato para hacer ejercicio y por supuesto un mueble para la televisión y demás aparatos, puse mi computadora para conectarme con mis coaches y demás jugadores. Estaba listísimo para mi primer entrene.
Conforme pasaron los minutos y después de no haber hecho casi nada de ejercicio por meses, me empecé a sentir muy cansado, muerto diría yo y, para colmo, los garrafones no ayudaban, era muy difícil hacer las rutinas con ellos. El caso es que al terminar uno de los ejercicios traté de poner el garrafón en el suelo, pero la fuerza me abandonó y ¿qué creen? ¡Lo tiré! El estúpido garrafón era más débil que yo y se rompió por la parte de abajo, entonces vi como la vida y mi felicidad se escapaban junto con el agua que inundaba todo el piso de madera. Esto solo significaba una cosa, mis días estaban contados. Igual tenía que buscar soluciones y decidí atravesar el cuarto, tomar el garrafón y correr con él; mis tenis estaban empapados y así me subí a uno de los sillones para poderlo sacar por la ventana, esperando que el agua que quedaba se saliera ahora hacia el jardín. Ya en esa posición le grité a mi madre, necesitaba toda la ayuda posible, apenas podía respirar por el cansancio, el susto y el hecho de estar trepado como chango en una ventana con medio cuerpo de fuera cargando mi nuevo y defectuoso equipo de entrenamiento que, además dada mi habilidad, también había mojado el sillón.
Ella al ver y analizar profundamente la situación, soltó un “idiota” y se volvió loca y me gritó mil cosas, me dijo que volteara el garrafón de manera que no siguiera saliendo agua, que bajara y le trajera algo con que secar el lago que se había formado. Ella mientras agarró una toalla que yo tenía ahí para tratar de remediar el desastre. Bajé lo más rápido que pude, agarré una jerga mojada y una cubeta con agua. Cuando se los di, ahí les encargo la gritoniza que me volvió a poner. Mi cerebro me había traicionado: como por qué se le ocurrió que podía secar agua con más agua. Para colmo el zoom seguía abierto, así que creo que todo mundo se dio cuenta de todo lo que hoy les estoy narrando. Mis idioteces en vivo y a todo color por culpa de la pandemia. ¡Fue horrible!
No recuerdo nada más, después de eso todo quedó en blanco. Solo supe que estaba castigado no por el caos sino por haberle contestado horrible cuando me advirtió lo que podía pasar. Hoy ya me parece una anécdota bastante graciosa que puedo contar sin llorar (ok, estoy exagerando).
Mi conclusión es que con o sin pandemia sigo siendo el mismo de siempre y mis idioteces me siguen llevando por los mismos caminos.