Las crisis exponen nuestros sentimientos y nuestros miedos más íntimos, como personas y como sociedades. Somos vulnerables porque no tenemos certezas a las cuales asirnos. Buscamos explicaciones para dar sentido a la situación y queremos construir un punto de llegada al cual mirar. Buscamos otras certezas para sobrellevar la incertidumbre. Es un momento de gran fragilidad.
En un escenario así, los liderazgos democráticos buscarían orientar a la sociedad con información cierta, comunicando las acciones a seguir, los retos, las debilidades y la evolución de las expectativas. Los agentes políticos deberían fortalecer el sentido de comunidad, unirse, disminuir las disputas políticas y disminuir el desconcierto.
Eso “debería ser”. La realidad es otra.
En un gran número de países, los políticos han aprovechado para avanzar sus intereses, ya sea desde el poder o desde la oposición. Vemos casos de gobiernos que están ejerciendo poderes extraordinarios con el argumento de “controlar” la pandemia; en realidad quieren controlar a sus adversarios. En Hungría, por ejemplo, los periodistas pueden ser encarcelados por difundir información falsa sobre el virus y es el gobierno el que califica la infracción. Más grave aún es que el presidente, Viktor Orban podrá gobernar mediante decretos por tiempo indefinido, sin supervisión parlamentaria. El presidente Erdogan, en Turquía, vio adecuada la ocasión para perseguir a alcaldes de la oposición, a periodistas críticos y a usuarios influyentes de redes sociales. Promovió una ley de amnistía con motivo de la pandemia, pero excluyó de ella a activistas políticos y a periodistas críticos de su gobierno.
En España, las fuerzas de oposición decidieron cuestionar cada paso tomado por el gobierno nacional. Las críticas en democracia son bienvenidas, por supuesto, pero en ese país decidieron llevar a la agenda pública temas de la pandemia y otros, para descalificar a las autoridades. En todo caso, si hay malas políticas públicas, existen mecanismos de negociación parlamentaria para reconducirlas. Esto hubiera sido lo deseable, pero no; los líderes de los partidos prefirieron dirimir sus diferencias en el escenario público, en plena pandemia.
La confrontación parecería el único camino transitable; es decir, ¿qué actores políticos desaprovecharían la oportunidad de debilitar a sus adversarios y fortalecer sus posiciones electorales? Yo diría que la respuesta es: los demócratas. Los que saben que seguir horadando la credibilidad de la política termina por perjudicar a todos y abre el paso a actores que se consideran “outsiders”, ajenos al sistema político y que algunos llaman “populistas”.
El director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus, pidió no utilizar el virus para hacer política. Esa recomendación se sustenta en evidencia respecto a que la pandemia requiere enfrentarla con unidad nacional y comunitaria. Así sucedió en Alemania, que frecuentemente es referida como un ejemplo en el manejo de la crisis. Pero también sucedió en Portugal, donde el partido opositor decidió detener las críticas al gobierno de Marcelo de Sousa.
“Ahora es el momento de la unidad”, dijo Antonio Guterres, secretario general de la ONU, desde Nueva York, que es actualmente el centro de la pandemia. Se requiere una gran madurez y un formidable compromiso democrático para hacer a un lado la disputa por espacios políticos y permitir que la sociedad se concentre sólo en los desafíos del Covid-19. Veamos cómo se comportan nuestros líderes en México, y evaluémoslos después, cuando el momento de ir a las urnas llegue. ¿Quiénes quisieron aprovechar la crisis para avanzar su agenda? ¿Quiénes supieron dar un paso adelante para ayudar y un paso atrás para dejar su lugar a los expertos? ¿Quiénes, de verdad, se preocuparon y actuaron a favor de las personas y no de su posición política? Veremos.