“Esta y no otra es la raíz de donde surge el tirano;
cuando él aparece como un protector.” Platón
No me considero del tipo pesimista, sin embargo las noticias que nos llegan por todos lados y la posibilidad real de empeoramiento en muchos rubros, no me da margen para no sentirme así últimamente.
Sin duda, desde hace unos meses nuestra mayor preocupación se centró en la pandemia del Covid-19. La multiplicación, en días, de enfermos y fallecidos; la saturación de los sistemas de salud que venían acompañados de imágenes apocalípticas de decenas de cuerpos apilados en bolsas negras; y la posibilidad, aunque remota, de convertirnos en parte de la estadística, hizo que en nuestra agenda mental solo existiera espacio para ese tema.
Hoy en día, nuestra atención está puesta en la severidad de la crisis económica y fiscal en ciernes que fue acelerada por la pandemia porque, no podemos negar, venía gestándose desde hacía muchísimos años por malas decisiones y peores políticas económicas y monetarias en el mundo.
Hay que resaltar que el coronoavirus ha puesto en evidencia las falencias de muchos países. Por ahí leí, que nos hacía iguales. Nada más lejos de la realidad. El Covid, como cualquier otra tragedia o fenómeno natural, impacta exponencialmente a los más pobres, a los más marginados. Y la desigualdad, marca indudable de nuestra era, ha sido desnudada con toda su crudeza. Mientras el confinamiento para unos pocos ha representado el solo encierro, para la gran mayoría se ha traducido en hacinamiento, violencia y hambre. Y ni qué decir de las diferencias en la atención hospitalaria para unos y otros.
Y entre la crisis sanitaria y la crisis económica, no estamos siendo lo suficientemente analíticos y críticos para darnos cuenta que somos atacados, y desde hace ya tiempo, por una pandemia “silenciosa” y antidemocrática, es decir que pretende limitar nuestras libertades y derechos individuales, y que, por tanto, es aún más peligrosa: la del populismo, que aunque no es un fenómeno nuevo, si está permeando aceleradamente las democracias liberales[1].
Esta pandemia, si la vemos como una enfermedad viral que se reproduce dentro de ellas mismas y alimenta de sus debilidades, tiene como protagonistas a una serie de cavenícolas con una gran capacidad para la verborrea, que se disfrazan de supuestas “derechas” o “izquierdas” (aunque en realidad no tienen ideología), y que comparten el objetivo común de explotar, para su beneficio, el legítimo descontento social hacia sus sistemas tradicionales de gobierno y élites.
Nota bene. Los populismos “de izquierda” latinoamericanos se han alineado dentro del Foro de Sao Paulo[2] para “rescatar y reformular el comunismo”, es decir, están básicamente contra el derecho a la propiedad. ¿Les suena en México? ¿Qué tal el gobernador de Puebla y su ley educativa “expropiatoria”?
Ese enojo del que fuimos testigos, a principios de este año, con múltiples e importantes manifestaciones sociales a lo largo de la orbe, es el caldo de cultivo para que liderazgos con tentaciones y perfiles autoritarios ya instalados en el poder o por hacerlo, puedan continuar incrementando su influencia y presencia minando la credibilidad de los sistemas democráticos liberales que, en mucho, ya la habían perdido ante su incapacidad y fracaso para satisfacer las necesidades y demandas básicas de la mayoría de la población; para detener la creciente desigualdad social y económica; y, básicamente para resolver los rezagos derivados de la pobreza. De hecho, me da la impresión que, en estos días y en muchos estratos poblacionales, hablar de “democracia” es como una mentada de madre[3].
Lo cierto es que ante tal desigualdad, el discurso populista es el único éticamente aceptable. No podemos decir que no estamos de acuerdo con regresar al pueblo la democracia y arrebatársela a las élites corruptas, o generar una mejor distribución de la riqueza, detener la migración, proteger los empleos de los nacionales, etc. Lo interesante es lo que el populista hace y esconde tras esos discursos: un modelo democrático antiliberal, es decir, una falsa democracia que aparentemente dota al pueblo de mayores instrumentos para la toma de decisiones públicas cuando en realidad, está anulando la transparencia de los canales de participación; y la dominación, control o desmantelamiento de las instituciones liberales (parlamento, poder judicial, órganos autónomos, instituciones electorales, medios de comunicación e, incluso, la constitución).
Ahora bien, con la crisis sanitaria parecieran fortalecerse y arraigarse fuertemente. Esta emergencia sui generis les está dotando del telón perfecto para, tras bambalinas, horadar los poderes, fuerzas y herramientas republicanas que les representan contrapesos o, vistos desde su óptica, les estorban. Por lo tanto, estamos siendo testigos de un ataque sistemático verbal, operacional y presupuestario a su sistema de leyes, normas e instituciones.
Al utilizar el antagonismo entre pueblo y élite como su fuente legítima de autoridad, la lucha entre clases, el nacionalismo xenófobo, el supremacismo y el fundamentalismo se convierten en sus principales herramientas. La polarización es su arma más eficaz y peligrosa. Basta ver las imágenes del asesinato racial en Estados Unidos de George Floyd, ciudadano afroamericano, a manos de la policía de Minneapolis; o los actos vandálicos de “chairos” contra “fifís” en Polanco en la Ciudad de México. Y no es que se acuse directamente a Donald Trump o a López Obrador de los hechos, pero sin duda, con su lenguaje de odio han avivado el fuego y, por tanto, son absolutamente responsables de los mismos.
Y, por si fuera poco, interviene el factor China quien aprovechando la debilidad institucional democrática de varios países en América Latina, Asia y Africa, promueve modelos autocráticos de gobierno a la par que amplía su red comercial; hace fusiones empresariales altamente ventajosas (un ejemplo, los yacimientos de Litio bolivianos de propiedad estatal con un conglomerado chino); se ofrece como prestamista, bajo mejores términos que el Banco Mundial o el FMI, a cambio de ciertas facilidades que, en democracias inestables como las nuestras y con élites altamente corruptas, se han traducido en la depredación salvaje de nuestros recursos naturales y en la obtención de contratos gubernamentales, particularmente en los sectores energético y de transporte, con dudosos esquemas de transparencia (aquí entra, por ejemplo, el Tren Maya de la 4T).
Resumiendo, el populismo no es una ideología, no está basado en políticas públicas específicas o en ideas y principios definidos, es una enfermedad o degeneración de las democracias liberales disfuncionales. Se nutre de sus falencias y, paradójicamente, también del concepto romántico del líder emanado del pueblo y para el pueblo, autoconvirtiéndose en la única voz autorizada del pueblo, colocándose así por encima de la misma democracia y su institucionalidad.
Esta nueva era oscurantista, requiere de un cambio estructural para legitimar nuevamente el concepto de democracia liberal con todo lo que ello conlleva. Para ello, debe existir un compromiso explícito y el trabajo coordinado de TODOS los democrátas ya sea que pertenezcan a la sociedad civil organizada, que sean empresarios, académicos, periodistas, artistas, científicos, políticos, etcétera. Se debe poner especial énfasis en la reconstrucción institucional, en la provocación de una mayor participación y educación ciudadana, y en el uso de los nuevos medios de comunicación que se han convertido, casi exclusivamente, en los vehículos propagandísticos más útiles del populista.
Finalmente, tenemos que tener claro que, no son los populistas o China quienes representan la mayor amenaza para las democracias, es la desigualdad y la pobreza. Mientras amplias mayorías padezcan hambre, difícilmente podrá arrebatárseles el discurso y la emocionalidad de sus liderazgos.
[1] “La democracia liberal es un sistema político que se distingue no solamente por elecciones libres y justas sino también por el Estado de derecho, separación de poderes, y la protección de nuestras libertades fundamentales de expresión, reunión, religión y propiedad. Las democracias liberales consideran la libertad individual como su valor fundamental”. https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article234620802.html
[2] “El Foro de São Paulo surge en 1990 a iniciativa de partidos de izquierda de América Latina para debatir sobre la caída del socialismo en Europa del Este. La primera reunión ocurrió en São Paulo (de ahí su nombre) convocada oficialmente por el Partido dos Trabalhadores (en realidad por Lula Da Silva y Fidel Castro), reuniendo a 48 partidos y organizaciones y, a partir de ahí, ha habido 4 más: en Brasil nuevamente, en México, Nicaragua y Cuba. Su principal objetivo, al menos en lo público, es “construir un modelo alternativo de desarrollo a través de una mayor integración continental, por medio del intercambio de experiencias, discusión de las diferencias y búsqueda de un consenso político para la región”.
[3] Según la RAE es una “injuria u ofensa dirigida a alguien con insultos contra su madre”. En términos llanos es EL INSULTO, o casi mantra, por excelencia de los mexicanos.