Las pausas son necesarias, poner un freno a la rutina, cavilar un poco acerca de la cotidianidad de la que somos presos y del simple deseo mudo pero presente que se alberga en nosotros mismos para no tomar conciencia de nuestra realidad, de nuestro entorno, por miedo a lo que nos vamos a encontrar.
Mi pausa me ha permitido repasar los pasos dados y el camino recorrido desde hace ya mucho tiempo en un tema que, aunque muchos hoy consideran dominado, no siempre lo ha sido así, y de hecho no lo es. Los avances en la lucha por la igualdad y respeto de los derechos de todas y todos, ha sido constante y debe ser permanente.
Sobre de ello, me encontré a mí misma fastidiada de lo ofrecido en las plataformas digitales de entretenimiento, cansada de que los contenidos de las series a las que venía dando seguimiento también han sido, como todo, alcanzados por la pandemia y se han postergado. En esa búsqueda de algo medianamente interesante, encontré una serie llamada “Hollywood” que narra un poco acerca de la historia de la industria del cine a finales de la Segunda Guerra Mundial pero que, más allá de eso me permitió reflexionar acerca de las condiciones y prejuicios que permeaban a la misma en cuestión de raza, género y sexo, y cómo esto condicionaba las oportunidades que los actores tenían dentro de la industria. Puede tener miles de desatinos o finales felices alejados de la realidad pero, lo interesante resulta en la presentación de esa desigualdad de derechos sistemática que permea en nuestras sociedades desde tiempos inmemorables y que no solo alcanza a las mujeres, como muchas veces suele encasillarse, sino que afecta a todos y cada uno de los grupos vulnerables existentes: colectivos raciales, personas con alguna discapacidad o enfermedad, adultos mayores, indígenas, comunidad LGBTI, etc., y la promueven de igual forma, todo tipo de actores. Es así que debemos recordar que los derechos humanos son eso, derechos inalienables de todas y todos sin importar ningún factor ajeno a la naturaleza humana.
En nuestro país existe, pese a la opinión contraria de muchos, una discriminación estructural que afecta a una significativa parte de la población. Existen grupos que, en pleno 2020 enfrentan y han experimentado a lo largo de su historia dificultades al momento de ejercer y hacer respetar sus derechos; es común escuchar o leer que este tipo de discriminación se da mayormente en el ámbito de la vida pública pero es una realidad que se da en todos y cada uno de los ámbitos de la esfera social; la discriminación no es excluyente de un tipo de interacción o de un género, o de un ámbito en particular; la discriminación y la exclusión son un fenómeno generalizado a todas las interacciones que tenemos como seres humanos y eso es lo relevante, no se da del “sistema” a un individuo como muchas veces se maneja en el discurso, es una práctica cotidiana en nuestra sociedad y las instituciones que la conforman, la cual siempre proviene en su naturaleza más básica de un individuo a otro, porque, para que esta exista, el denominador común es el factor humano.
México, se concibe por muchos (no todos) como un país libre de racismo, nuestra realidad, sin embargo, refleja que existe una alta discriminación hacia diversos grupos vulnerables que se incrementa cuando hablamos de grupos indígenas, centroamericanos y afromexicanos. Por dar un ejemplo, según datos del Conapred existen en nuestro país, 25 millones de personas que se reconocen como indígenas y de éstos, 7 millones hablan alguna de las 68 lenguas indígenas que existen, y el 75% vive en la pobreza. Lo anterior muestra que hay discriminación racial que se ve directamente reflejada en las oportunidades de alcanzar un mejor nivel de vida. Las oportunidades en México se ven fuertemente condicionadas por factores totalmente ajenos al mérito o al desempeño, eso no es un secreto, pero si es una forma de discriminación que conlleva a la permanencia del clasismo tan enraizado en nuestro país.
Los seres humanos, vivimos en estructuras sociales desde tiempos remotos, se generaron sistemas políticos y económicos, normas, lenguas, costumbres, tradiciones; el hombre por tanto, como lo decía Aristóteles, es un ser social por naturaleza, lo cual se va desarrollando a través de nuestra vida toda vez que, necesitamos de los otros para poder sobrevivir; aquí es donde me detengo para poder potenciar esta frase que pareciera tan simple pero que tiene toda la complejidad del mundo. Los seres humanos formamos parte de una colectividad en la que, la interacción entre nosotros nos permite subsistir ¿Lo han pensado? Qué análisis tan profundo se necesita para poder asumir que por nosotros mismos no somos, que somos gracias a todos, que necesitamos todos de todos… pero ¿qué estamos haciendo como individuos y como sociedad para respetar la vida del otro que, a la vez, es una parte prioritaria de nuestra vida misma?
Por supuesto que hay grandes avances, por supuesto que hay instrumentos jurídicos a favor de la erradicación de este fenómeno, por supuesto que las instituciones y los actores que la conforman llevan a cabo las acciones necesarias para intentar luchar contra la misma, sin embargo la discriminación, el clasismo, la intolerancia y los abusos que sufren algunas personas siguen siendo una realidad en nuestro país la cual, estoy realmente convencida que por más que haya esfuerzos en lo colectivo se requiere de un esfuerzo personal extraordinario para así poder avanzar hacia la transformación de todos como sociedad.
Tenemos que lograr dar el salto de vivir en una sociedad en donde no suceda que a una indígena nominada al Oscar por mejor actriz, le sea negado el acceso al recinto de premiación por su color de piel; en donde las mujeres que antes no tenían derecho al voto hacia una en donde puedan acceder al mayor cargo público; una en que el matrimonio entre personas del mismo sexo sea una posibilidad generalizada. Ya llevamos camino andado, sin embargo, no podemos olvidar que aún existen asesinatos por razón de raza, género, orientación sexual, creencias, salud, edad; que el bullying o acoso entre los niños es una manifestación incipiente de discriminación y exclusión.
Alcanzar sociedades igualitarias, incluyentes y tolerantes es cada día más tangible, sin embargo, aún se visualiza como un sendero lleno de piedras enormes y con gran arraigo que no solo hay que saltar o esquivar, el verdadero reto es desenterrarlas para que no formen más parte del camino, para poder transitar de mejor manera y dejar un sendero firme y libre de obstáculos para los que vienen, porque esta es una lucha que si bien empieza por uno mismo, se lucha por los que ya no están, por lo que estamos y por los que vendrán; porque quien piense que la igualdad se reduce a una lucha entre sexos y no una lucha por la equidad y la inclusión de todas y todos no ha entendido nada… y ahí radica la importancia de la lucha, de nuestra lucha.