Mucho se ha dicho ya acerca del hecho de que diversos indicadores de medición de confianza en las instituciones y apoyo a la democracia, principalmente en las Américas, es muy bajo. Menos de 48% en promedio. Chile, Argentina y Colombia los países que tienen mejores apoyos y algunos países de Centroamérica de los más bajos. México que en 2016 tenía 48% de apoyo, ahora se encuentra dentro de los más bajos con 38%, seguido de Brasil y Honduras con 34%. Nuestro país encabeza la lista de menor confianza en las instituciones, en los gobiernos y en los partidos políticos. Todo gobierno en la zona tiene la responsabilidad de tener en cuenta este ambiente, para tomar las mejores decisiones.
Los políticos y líderes que están arribando al poder, principalmente en México y en Brasil, cuyos nuevos mandatarios ganaron sus elecciones con amplios márgenes de votación y cuentan con una popularidad arriba del 55%, deben de hacer una buena lectura de sus apoyos en las urnas y de sus mediciones de popularidad, principalmente en un contexto de influencia de redes sociales en amplios sectores, que cambia los humores públicos de momento a momento.
No existen recetas fáciles para ello, por tratarse de contextos sociales inéditos. Un ejemplo claro de un gobernante que busca el aplauso de sus seguidores pero que mantiene la gobernabilidad y el rumbo de su país es el del presidente Donald Trump. Tiene pleito con los medios de comunicación, con nuestros paisanos migrantes, con países europeos y asiáticos, y a veces con nuestro país, pero su economía sigue adelante y su nación conserva el rumbo de bienestar. Una base que le permite a este personaje, a pesar de sus múltiples declaraciones y tuits de estruendo, mantener su rumbo político y económico como país, es el de respetar en lo general lo dispuesto en su Constitución, respetar a los Poderes Judicial y Legislativo, respetar también las acciones de las autoridades electorales y gobiernos estatales y no lesionar la libertad de expresión. La consolidada democracia americana permite que los inversionistas confíen en el Estado de derecho, que la economía siga creciendo y que, en general, el mundo esté tranquilo y en paz a pesar de que, día a día, su Presidente tiene alguna sorpresa mediática electoral.
Es desde luego deseable que lo mismo suceda en economías emergentes y en las democracias llamadas de la tercera ola, es decir aquellas que se empezaron a consolidar hace apenas 30 años, como la mexicana o la brasileña. Ambos países con nuevos mandatarios enfrentarán de inicio la crisis de confianza. De acuerdo con la última medición de Latinobarómetro en México, solo 18% está satisfecho con la democracia y en Brasil el 9%.
Los dos nuevos mandatarios tendrán que ser muy precisos en sus políticas, en sus acciones y en sus declaraciones para recuperar la confianza de la sociedad en sus gobernantes. El trabajar para el aplauso de la tribuna tiene muchos riesgos y, en general, ese aplauso como en los estadios de futbol o en la plaza de toros, en cualquier momento se puede convertir en abucheo. El movimiento en las redes sociales es un buen ejemplo de cómo se vive esta cambiante dinámica.
Tanto López Obrador como Bolsonaro, estarán siendo vigilados y, en su caso, contenidos por los mercados financieros y las reacciones internacionales sobre sus acciones y las de sus seguidores en el Poder Legislativo y en los Congresos estatales.
Ambos mandatarios han presentado estrategias diferentes, una por ejemplo tiene que ver con el tema de seguridad: por ejemplo, el brasileño ha criticado el meter al ejército en tareas de seguridad, mientras que el mexicano camina por ese rumbo. El secreto parece estar en afirmar que, a pesar de las distintas estrategias planteadas, los dos han garantizado el respeto a los derechos humanos y a la autonomía de las instituciones encargadas de su defensa.
A pesar de que, en el caso mexicano, algunos asuntos públicos se someterán a consulta popular, es importante -como ya se ha declarado- que estas consultas sean realizadas por el organismo electoral reconocido y que este organismo constitucional sea respetado para que pueda realizar las elecciones durante los siguientes seis años.
Difícilmente cambiará el humor social en poco tiempo, pero lo más importante es que en la búsqueda de lograrlo, estos nuevos líderes no expongan lo que se ha ganado en la democracia: estabilidad económica y el cambio de gobiernos en paz. Así debería ser en las democracias sin fronteras.