Al fin tenemos nuevo Presidente. Tras 18 años en campaña, dos elecciones fallidas y un larguísimo proceso de transición -5 meses que parecieron una eternidad-, el Señor Andrés Manuel López Obrador, bajo las leyes e instituciones republicanas y democráticas mexicanas, tomó posesión del cargo y rindió protesta como presidente de la nación para, luego, ser ungido (marcado de forma sagrada como un soberano o rey) bajo los rituales indígenas que el mismo determinó fueran parte de su ceremonia de investidura. Un auténtico culto a la imagen que trivializó rituales divinos y espirituales que suelen practicar algunas de nuestras comunidades indígenas.
En lo personal, me hubiera encantado ver ya no a un candidato, sino a un hombre de Estado. Su primer discurso campañero ante el Congreso de la Unión me llegó, al menos en dos ocasiones, como una patada en el estómago. Primero con la frase “me canso, ganso”. ¿Qué seriedad se le puede dar a un presidente que banaliza un acto tan solemne y que ridiculiza incluso a la propia imagen presidencial? Y segundo, cuando, palabras más o menos, dijo que perdonaría a todos los corruptos del pasado. Si justo fue por ello que muchos decidimos votar por él, para dar fin al cinismo y al saqueo de funcionarios públicos de todos los niveles y de varias administraciones, quienes sin el menor pudor se enriquecieron a costa de los mexicanos y de México y sus recursos. Y no porque esperemos una cacería de brujas, es simple: no puede hablarse de una política anticorrupción basada en la impunidad, del ayer o del mañana.
Estos hechos y los desaciertos, pifias, errores, escándalos y derroche de autoritarismo durante los 5 meses transcurridos entre su triunfo electoral y la toma de posesión del cargo, nos tienen a muchos preocupados. Meses que se hicieron interminables ante el exceso de protagonismo de un presidente entrante y la desaparición del escenario de un presidente saliente.
Dos consultas sobre asuntos de gobierno ya decididos y anunciados como promesas de campaña que, además de la ilegitimidad de sus resultados por la nula transparencia, falta de rigor metodológico, poca convocatoria, ausencia de un ente reconocido y prestigiado para su elaboración, terminaron por mostrar a un Andrés Manuel López Obrador arbitrario y caprichoso.
El arropamiento a uno de los personajes más despreciados y desprestigiados de la política mexicana: la Maestra Elba Esther Gordillo, dio por sentado que el Gobierno de la Cuarta Transformación también tiene complicidades turbias e impresentables, distintivo de las administraciones anteriores que tanto ha criticado.
El nombramiento de Paco Ignacio Taibo II como Gerente Editorial Encargado del Despacho del Fondo de Cultura Económica, quien hace unos días en un arranque de elegancia soltó un “sea como sea, se las metimos doblada”, refiriéndose a la próxima aprobación de la hoy conocida Ley Taibo y que le permitiría ocupar el cargo de Director del FCE sin ser mexicano por nacimiento.
El asunto de fondo no es si el señor princeso, aunque nacido en España y quien, aparentemente, aprendió a hablar en un mercado mexicano alcanzado el doctorado en vulgaridad y pésimas maneras; sino que demostró un absoluto desprecio por las leyes y las instituciones. Sus dichos, además de corrientes, resaltaron que, decidiera lo que decidiera el Congreso, el ocuparía la titularidad del Fondo de Cultura Económica. Lo grave es que así pasó. Pese al escándalo desatado, López Obrador lo nombró encargado del despacho en tanto, esta semana, en el Senado se retoma la discusión de la Ley Federal de las Entidades Paraestatales para eliminar el requisito ya mencionado y pueda ser nombrado oficialmente Director. ¿Qué no se supone que la Cuarta Transformación significa un cambio en estas formas de hacer política? ¿Acaso no el acomodo de las leyes y el uso del Congreso al servicio del Ejecutivo son prácticas de la clase política anterior que tanto ha despreciado AMLO? ¿Qué no votamos en contra de todo esto?
Para colmo, el ambiente de cambio y festivo por el arribo de López Obrador no frenó a la delincuencia organizada. Asesinatos, ejecuciones y balaceras estuvieron a la orden del día el fin de semana pasado en varios puntos del país. Esta es la realidad a la que habrá de enfrentarse la Cuarta Transformación. Esta realidad que no atiende llamados, amenazas, invitaciones, discursos. Una realidad que, tarde que temprano, alcanzará al nuevo gobierno que habrá de hacer uso de todos sus talentos para enfrentarla y darle a los mexicanos que depositaron en el su voto, RESULTADOS.
Tenemos claridad acerca del estado en que Enrique Peña, Calderón y Fox, junto con su runfla de tarados y delincuentes, dejaron a la nación, pero ¿es necesario sumar más amenazas? El tema de la cancelación de las obras del aeropuerto en Texcoco (NAICM) es una. Tanto así, que el nuevo Gobierno anunció continuarán las obras –no para concluirlas sino para cumplir con los inversionistas y tranquilizar los mercados-, y tuvo que iniciar la recompra de bonos extranjeros, por seis mil millones de dólares, que habían sido ofertados en la Bolsa de Valores de Nueva York, para evitar costosas y anunciadas demandas internacionales. En resumen, las obras no pueden pararse en tanto esos bonos dejen de estar en manos privadas.
Y ya para finalizar, nada como exponerse permanentemente a los medios de comunicación es tan riesgoso y dañino para una figura pública. Ni aun suponiendo que el trato sea terso, amable y cuidado, es de esperarse que en algún momento el funcionario en cuestión se resbalará. Es preocupante, por tanto, la idea aberrante de mantener conferencias de prensa matinales diarias, tal como hacía cuando era Jefe de Gobierno del DF. A nadie conviene un presidente debilitado.
El fin de semana “inició un cambio de régimen político”, o al menos eso dijo Andrés Manuel López Obrador en reiteradas ocasiones, sin embargo, con todo lo antes señalado tengo pocas esperanzas de que eso sea una realidad. Todos deseamos que le vaya bien a la nueva Administración. Todos compartimos el anhelo de acabar con la corrupción y la impunidad, la delincuencia organizada y el narcotráfico, la pobreza y la desigualdad. Así que Señor Presidente, no crea que el gran bono democrático que se le otorgó en las urnas es un cheque en blanco, esperamos resultados y, las contradicciones en su actuar y toma de decisiones últimas, nos tienen bastante preocupados. Esperemos que con Usted no se siga cumpliendo aquél dicho de “cuando crees que no puede llegar uno peor, llega”.