En el último tercio del siglo XX, tras la conjugación de una serie de procesos económicos, políticos, tecnológicos, militares, ideológicos y culturales, se identifica un nuevo ordenamiento internacional conocido como “globalización”. Esta nueva etapa, tiene como principal característica la interconexión de todos los procesos que, por su impacto en cualquier área del quehacer humano, trascienden y le dan un nuevo rostro al mundo.
Para ser más explícito, la globalización es un proceso integrador y excluyente, profundamente contradictorio, no uniforme y que jamás avanza a los mismos ritmos; tiene como matriz al capitalismo (también identificada como “economía de mercado”) y que en su lógica de “integración”, mundializa a la vez la economía, la política, la ideología, los modos de vida… las aspiraciones; pero también condena a la pobreza, a la marginación, a la explotación de amplios sectores de la población a nivel planetario. La globalización la impulsan, en los hechos, los grandes consorcios monopólicos; es decir, las empresas transnacionales (también conocidas como “empresas de clase mundial”) dirigidas por los sectores oligárquicos que tienen el control mundial.
A partir de este momento ya nada es ajeno a nadie; los acontecimientos relevantes tienen una misma columna vertebral y se toma conciencia de que la problemática que enfrenta el mundo, al ser global, requiere de soluciones comunes y de estrategias compartidas para alcanzar el bienestar y el progreso. Sin perder de vista que las formas en que se expresa la globalización en los países desarrollados, es muy diferente a las formas en que se manifiestan en el mundo subdesarrollado. No es lo mismo hablar del mercado global europeo, que hablar del mercado centroamericano.
La velocidad y profundidad de los cambios que impulsa la globalización plantean retos y desafíos para todas las naciones, aunque bien sabemos que hay una clara diferenciación en cuanto a recursos y voluntades de los grupos gobernantes, tanto para destinar recursos, como para diseñar políticas públicas que fortalezcan áreas claves para el bienestar de la sociedad, tales como la generación de empleos, la creación de infraestructura de producción y de comunicaciones; modernización del sistema educativo, con énfasis en la educación superior; vivienda; atención a grupos vulnerables; transparencia y rendición de cuentas públicas; gobernabilidad democrática; etc. Todas estas acciones deben de llevarse a cabo en armonía plena con los actores públicos y privados y en correspondencia con las necesidades planteadas por la ciudadanía.
La problemática global es multifacética y para diseñar estrategias efectivas orientadas a su resolución, debemos promover la coherencia entre los nuevos, dinámicos, complejos y desafiantes escenarios internacionales y las decisiones y acciones requeridas por todos los “actores sociales” que, sin perder autonomía, deben articularse y obtener resultados positivos, sustentables y de largo plazo.
Mencioné que las Relaciones Internacionales son multifacéticas y tienen claramente identificadas, en mi perspectiva, 4 áreas de mayor trascendencia. Ver esquema N°1
Cada una de las áreas identificadas tiene su propia dinámica, pero sólo encuentran cabal entendimiento si lo analizamos holísticamente. Como puede observarse, partimos de una visión totalizadora e integradora de las Relaciones Internacionales. En futuras entregas abordaré con detenimiento cada una de las áreas de mayor trascendencia.
Ahora bien, el momento actual de las Relaciones Internacionales es de grandes cambios y de inestabilidad económica y política. En buena medida, el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los EEUU. en 2017, ha generado una serie de modificaciones, tanto en los esquemas de entendimiento político y diplomático, como en las formas en que se desarrollarán las inversiones, el comercio internacional y los flujos monetarios. Vivimos un momento de transición mundial, en el que “nuevos” actores, China en específico, reclaman una participación más activa en la toma de decisiones en el plano mundial y mantienen la expectativa de ganar los espacios que, en primera instancia, dejaría vacante la hegemonía norteamericana.
Por su parte, el resurgimiento del “nacionalismo económico” iniciado por el BREXIT y ahora retomado por Washington, amenaza con cancelar la era de la “globalización” y detener la expansión de los mercados integrados, situación que es contraria a la inercia de las últimas décadas y que afecta a las potencias económicas emergentes como India y China. En consecuencia, estamos presenciando una muy clara y bien planeada estrategia por parte de la dirigencia China, para erigirse como la potencia mundial emergente que encabece los esfuerzos por reanimar la economía global y encausar sus recursos para lograr una mayor cobertura de los mercados financieros y comerciales. En todo este proceso, es de gran relevancia identificar las posibles alianzas que América Latina en general y México en particular, pueden llevar acabo y palear los efectos de las agresiones económicas de los EEUU. Si somos proactivos, la actual situación, nos abre la posibilidad de diversificar los mercados y de tener un aliado alternativo en materia de inversión y de generación de empleos. Incluso, a nivel de América Latina, podemos identificar una serie de retos regionales que, en términos prácticos, nos hace voltear hacia el “Pacífico Asiático”, en donde, a la par de Corea del Sur, Japón y China, se perfilan como potencias financieras, comerciales y tecnológicas del presente siglo.
Las transformaciones en curso retan el “status quo” que por años se había consolidado en las Relaciones Internacionales. Podíamos ubicar a los “Centros de Poder Mundial” que mantenían una relativa estabilidad o “equilibrio inestable”, en donde los principales actores internacionales participaban y definían sus “zonas de influencia”. De manera muy sintética, podemos identificar una “Triada” que compartía el “liderazgo mundial”; triada en permanente movimiento y que planteaba una relación de “competencia – cooperación” entre los Estados Unidos de Norteamérica – La Unión Europea – Japón y el Pacífico Asiático. Estos centros del poder mundial definían los temas de la “agenda internacional”, controlaban los recursos y direccionaban las acciones a llevar a cabo. Constituían, en los hechos, un Gobierno Mundial de Facto”, muy por encima de lo que pudiera hacer la ONU o cualquier otro actor de las Relaciones Internacionales.
En las órbitas del poder mundial, ubicamos la participación de las llamadas “economías emergentes” que se destacaban al inicio del siglo por su notable crecimiento económico, su disposición de recursos naturales, su extensión territorial, por el activismo en sus iniciativas de política exterior y su numerosa población. Nos referimos a Brasil, Rusia, India y China que fueron llamadas como las economías “BRIC’s”. Sin embargo, en momentos actuales, dichas economías han perdido dinamismo y se han caracterizado por cierta inestabilidad política y por los niveles de corrupción de las autoridades locales, que les ha “devaluado” su etiqueta de potencias emergentes en el escenario internacional.
En una segunda órbita podemos incorporar a otros países que participaban con mejores resultados en el escenario internacional; el llamado G-5 que incluía a Sudáfrica, Australia, México, Chile y Argentina. Ver ESQUEMA N°2
Como podrá advertirse, la dinámica mundial es compleja y cambiante; plantea retos y desafíos que deben ser abordados con seriedad y con las herramientas metodológicas que nos permitan una visión integrada y coherente.
Por último, es necesario insistir que son innumerables los procesos de trascendencia mundial que hoy día se desarrollan y justo será ese el propósito de esta sección: interpretar de forma sintética y objetiva, aquellos sucesos que tienen un impacto significativo en el acontecer internacional.