Finalmente el proceso electoral 2018 terminó. Pareciera que caminamos cuesta arriba durante varios meses. Tanta incertidumbre y enfrentamiento nos dejó agotados. Y no porque no supiéramos quien iba arriba –no solo la mayoría de las encuestas presentaban datos contundentes-, se sentía en el ambiente el rechazo generalizado hacia un sistema político caracterizado por la corrupción, la impunidad y el cinismo, que bajo las banderas del PRI y del PAN, habían hecho de México y sus recursos, un botín; sino porque la sombra de fraude era percibida por cerca del 80% de los mexicanos y la posibilidad de estallidos sociales, si esto se concretaba, era altamente probable.
Pero también el alto nivel de polarización alcanzado durante este ejercicio cívico fue extenuante. El enfrentamiento entre los contendientes se reducía a dos bandos: Andrés Manuel López Obrador (AMLO) contra todos los demás. Y esto se trasladó a los ciudadanos que se dieron con todo en redes sociales, en todo tipo de sobremesas y dentro de las mismas familias. El país se dividió entre “pejezombies” y “pejefóbicos”. Ambos bandos igualmente agresivos, igualmente violentos. Ambos clasistas, ambos prejuiciosos, ambos irracionales.
Por primera vez en mucho tiempo, las casas encuestadoras arrojaron resultados cercanos a la realidad. AMLO obtuvo una mayoría clara e indiscutible. La democracia funcionó. Los mexicanos salieron a votar masivamente. Los perdedores reconocieron su derrota. Lejos quedó la idea de fraude y el consecuente levantamiento social. México se fue a dormir en paz. Ni la derrota de la selección nacional contra Brasil y su eliminación del Mundial, ha podido mermar el ánimo de los mexicanos.
Aún queda trabajar en la reconciliación nacional para dar por cerrado este capítulo electoral. Los “pejefóbicos” no quedan aún tranquilos con el resultado y continúan expresando groseramente su rechazo al nuevo presidente electo; mientras los “pejezombies” tampoco logran olvidar tantos meses de insultos y responden envalentonados con igual virulencia. No obstante, varios mexicanos ya logramos salir de este círculo de descalificaciones y, en este sentido, fue alentador el primer mensaje público de Andrés Manuel López Obrador tras su triunfo: “Llamo a todos los mexicanos a la reconciliación y a poner por encima de los intereses personales, por legítimos que sean, el interés general. Como afirmó Vicente Guerrero: “La patria es primero”.
Esta polarización habrá de evolucionar hacia una mayor tolerancia: Los que piensan distinto no son enemigos. El respeto hacia las creencias del otro, hacia las posturas del otro, deberá ser el máximo principio del próximo gobierno.
Aunado a ello, lo importante es analizar lo que sigue para poder actuar en consecuencia. Para nadie es un secreto que la decisión mayoritaria plasmada en las urnas, provocará cambios:
- De inicio, en los partidos perdedores habrá un recambio en sus élites de poder. Sería muy optimista pensar que con ello vendría una transformación profunda en función de lo que el electorado espera y de lo que el país necesita –no lo hizo el PRI tras su debacle en el 2000 y 2006, tampoco el PAN después de perder la presidencia en el 2012-. Pero también el nuevo ganador habrá de consolidarse como auténtico partido político y, pasar de ser un simple trampolín para todos los vividores salidos de otras fuerzas políticas -porque seamos sinceros, los verdaderos morenistas fueron rebasados por estos-, a una auténtica caja de resonancia y puente entre los ciudadanos y los gobernantes emanados de ese partido.
- La inexistencia de contrapesos institucionales. Muchos analistas consideran que la mayoría alcanzada por Morena en el Congreso de la Unión sería un retroceso para la democracia y el entramado institucional del país. Otros en cambio, sugieren que con ello se dará cierta gobernabilidad al nuevo gobierno. Yo, por otro lado, tengo mis dudas sobre estas dos posturas. Me es claro que los diputados y senadores morenistas que tomarán posesión el próximo 1° de septiembre, si bien fueron seleccionados por López Obrador, en su gran mayoría no son cercanos a él. La coyuntura los llevó a ser parte de ese bando. Sin embargo, cada uno responde a diferentes intereses y ambiciones. En su mayoría son maestros del chantaje y la manipulación. Así que, una vez que termine la luna de miel y el bono democrático decaiga, podremos ver realmente con quién están y hacia dónde se mueven. La elección de medio término será un buen termómetro.
- Cruzada contra la corrupción y la impunidad. Estoy cierta que quienes votaron por esta opción, no esperarían menos. El cumplimiento de esta promesa de campaña le será prioritario. La edad de Andrés Manuel –es de dudarse que a su edad tenga como meta enriquecerse o brincar hacia algún cargo internacional, como lo hicieran sus antecesores-, y su anhelo de trascendencia, pareciera le llevarán a tomarse en serio dicho postulado. Las palabras que pronunció la noche del domingo sugieren van en correspondencia: “Confieso que tengo una ambición legítima: quiero pasar a la historia como un buen Presidente de México”.
- Economía, TLCAN y EUA. Cúpulas empresariales, otrora totalmente contrarias, manifestaron su apoyo antes, durante y después del proceso electoral. Los mercados respondieron favorablemente a su triunfo, incluso el peso se vio fortalecido ligeramente. Donald Trump envió un mensaje de felicitación vía twitter y luego tuvieron una conversación que duró cerca de 30 minutos. En cuanto al TLCAN y su incierto desenlace tocará a ambas administraciones, la saliente de Peña y la entrante de López, rendir cuentas sobre su futuro y su repercusión inmediata en los mercados financieros. Por lo pronto, según información tanto del lado de López Obrador como del Presidente de EUA, ya se estaría dialogando sobre la posibilidad de lograr acuerdos bilaterales.
- En cuanto al tema de seguridad y crimen organizado, esperaríamos ver un cambio en la política hasta ahora implementada que ha resultado errática y fallida. Este es un tema realmente sensible que requerirá acciones inmediatas aunque los resultados no lo sean tanto.
En fin, sin duda, tendremos un nuevo Jefe del Ejecutivo en apariencia muy fuerte debido a la increíble legitimidad que le dio el voto de más de la mitad del electorado mexicano. Sin embargo, la debilidad institucional producto de un sistema rebasado, más los diversos y contrarios intereses de las distintas fuerzas políticas, económicas, internacionales e incluso criminales, no le abrirán fácilmente el camino. En consecuencia, la posibilidad de una crisis de gobernabilidad se mantiene en el aire. Siendo así, la participación de la ciudadanía organizada podría ser factor determinante en el apoyo del fortalecimiento democrático que requerirá el próximo Presidente de México y el país en general.