Al inicio del proceso electoral 2017-2018 se leía con frecuencia que los candidatos arrancarían la contienda por la Presidencia de la República con un piso y un techo determinados. Los datos para tal proyección provenían de resultados electorales anteriores y aunque es bien sabido que ninguna elección es igual, se suponía que sí lo era dentro de ciertos márgenes que operaban como límites para los cambios posibles.
Así, Andrés Manuel López Obrador tenía un techo de 35%, es decir, el porcentaje obtenido en la controvertida elección de 2006, el cual, anticipaban, no podría superar. No lo hizo en 2012, cuando obtuvo 32.61% y no lo haría tampoco en 2018. Lo cierto, es que sería uno de los finalistas; el que arrancaba en posición de liderazgo.
A Ricardo Anaya le asignaban un piso de 25%. Al porcentaje obtenido por Josefina Vázquez Mota en 2012 (22%) se le sumaban porcentajes mínimos del PRD y de Movimiento Ciudadano. No se preveía que pudiera bajar. Sobre todo, por el notable desempeño electoral que tuvieron el PAN y sus aliados en los procesos locales de 2017 para renovar gubernaturas.
José Antonio Meade lograría, al menos, 22%, lo mismo que Roberto Madrazo en 2006. Pero, si se cerraba la competencia entre dos, Morena y PAN, en este caso, se auguraba que el PRI podría obtener 20%; con sus 14 gobernadores y gobernadora, no se esperaba un desempeño menor.
Y para todo ello, se daban plazos: la precampaña era una especie de elección primaria para determinar al candidato (del PRI o el PAN) que enfrentaría a López Obrador. Después, cuando la contienda fuera entre dos, el tabasqueño cometería errores importantes que cerrarían las brechas y la llevarían alrededor de 5 puntos.
Sí, pero…
AMLO obtuvo 53%, 18 puntos arriba del techo previsto. Ricardo Anaya igualó el porcentaje de Josefina Vázquez Mota, pero yendo en coalición con dos partidos más. Y José Antonio Meade obtuvo casi 6% menos que su peor escenario.
Otra vez error de cálculo… pero en los análisis; no en las encuestas…
Recuerdo la seguridad con que los comentaristas hacían estas afirmaciones y me asombraba pensar que la Ciencia Política pudiera llegar a ese grado de predicción y precisión. Especialmente en un contexto de rompimiento de paradigmas y asunción de fenómenos políticos propiciados por liderazgos carismáticos que parecían inexplicables y que, ciertamente, no se previeron.
Los resultados nos muestran que los pisos y los techos no contuvieron la voluntad electoral de los votantes. Y, a diferencia de lo que señalaban los analistas, sí fue captada por las encuestas (aunque con sobre representación para el PRI y sub representación para Morena).
¿Qué fue lo que no se leyó correctamente? Se sabía del hartazgo, del enojo social por la corrupción, del miedo por la inseguridad, del sentimiento antisistémico que crecía… También eso se reflejaba en las encuestas.
Lo que no estaba claro, es que, al realizar la oposición de valores, aquéllos relacionados con la conservación (miedo o incertidumbre) eran débiles -como nota al pie, me gustaría que los estudios electorales incluyeran careos de sentimientos y expectativas, para matizar la preferencia electoral expresada fuera de contexto.
Esto no era evidente en las encuestas, pero sí lo era en redes sociales. Aunque no son representativas de la sociedad mexicana, pueden orientar la mirada con la que se analizan los datos de la realidad. Por ejemplo, más allá de los Trending Topics, la lectura de los comentarios era muy reveladora. Distinguiendo a los bots, que no es tan difícil, se podía notar un deseo de probar una opción distinta; de darle la oportunidad a algo nuevo; de “perder el miedo porque hasta eso nos quitaron”, leí en una manta.
También era evidente en las conversaciones. Personas que en procesos previos habían repudiado al candidato de Morena, ahora lo veían con esperanza. “Vamos a ganar”, decían y se negaban a escuchar razones en contrario. Así, mientras escuchaba las opiniones de amigos, vecinos, taxistas y colegas; me asombraba con los comentarios de conocidos en redes sociales, incluso de consistentes panistas o priístas; mientras a ras de piso escuchaba eso, por otro lado estaban los analistas y estrategas que apostaban por un escenario que no se dio.
¿Todo se podría explicar por el sentimiento antisistema? No lo creo. Hubo aciertos y desaciertos que potenciaron las condiciones con las que arrancaron las campañas. Algunos de ellos los analizaremos en la siguiente entrega. Por lo pronto quiero destacar, nuevamente, la relevancia del pensamiento contraintuitivo para entender los fenómenos sociopolíticos contemporáneos.