Estimados lectores, hoy ya tenemos nuevo gobierno y la Cuarta Transformación del país ha empezado oficialmente. Para bien o para mal, viviremos situaciones que traerán cambios sociales, políticos, económicos y ambientales que afectarán nuestro entorno de manera sustancial, y la interrogante es: ¿si serán realmente para una mejora de las condiciones de vida de los habitantes de este país o, como hasta ahora ha sucedido, solo cambios en beneficio de unos cuantos, sobre todo de la clase política y empresarial, teniendo como base la explotación irracional de la riqueza natural de México?
¿Será posible que ese recorrido que, por todo el país, durante varios años ha realizado nuestro flamante Presidente de la República, le haya servido para darse cuenta que las necesidades de cada localidad son diferentes y variadas, y ello le permita, junto con su gabinete, planear acciones que favorezcan el desarrollo de la nación?
Por lo propuesto hasta ahora y con las consultas realizadas, parecería que no. En lugar de pensar globalmente para actuar localmente, se está haciendo al revés y con un pensamiento local se quieren llevar a cabo acciones globales (aeropuerto, tren maya, refinería, etc.). Con relación a esto y reflexionando sobre qué tan complejo o sencillo resultaría elaborar propuestas que conduzcan a acciones efectivas, me vino a la mente un ejercicio que llevamos a cabo en días pasados un grupo de personas, que nos incluyó a mi esposa y a mí, y que nos permitió palpar que la tarea de definir lo que realmente requieren las diversas comunidades del país para mejorar, no es tan complicada, solo basta convivir un poco con la gente para detectar sus verdaderas necesidades.
Retomando la inquietud de seguir conociendo la República Mexicana, sobre todo aquellos sitios un tanto alejados de la urbanización, fuimos a visitar dos localidades en meses pasados. Una, a media hora de la ciudad de Puebla dentro del mismo estado; y la otra a dos horas del puerto de Tampico, Tamaulipas, en el corazón de la huasteca hidalguense. Me refiero a San Jerónimo Almoloya y Huejutla de Reyes, respectivamente. Hablando del primer sitio, éste se localiza unos kilómetros adelante del zoológico “Africam Safari” en el municipio de Cuautinchán, Puebla. Es una comunidad con alrededor de 3,000 habitantes, en su mayoría dedicados a la agricultura y está clasificada como pobre y marginada. Festeja a su santo patrono “San Jerónimo” en el mes de octubre y, por tradición, muy mexicana, en esas fechas se realiza la feria del pueblo, organizada y solventada por la propia comunidad, motivo por el cual, fuimos invitados a asistir. La convivencia con autoridades y habitantes del “pueblo”, durante la visita de un día, nos permitió enterarnos que siembran el 80% de lo que comen. Al carecer de recursos económicos, no emplean pesticidas y abonos químicos, todo es producido y fertilizado en forma natural; el agua que emplean para consumo doméstico y agrícola es de pozo de agua limpia. Prácticamente todas las familias, tienen sus animalitos (vacas, chivos, cerdos, gallinas, pollos, guajolotes, etc.), que alimentan con productos y desechos naturales y les sirven para consumo personal; son dueños del terreno donde viven, siembran y juegan. Pudimos observar que sus calles, fuera de la calle principal y algunas aledañas, no están pavimentadas, son de tierra, sin alumbrado, ni banquetas; no hay semáforos, tráfico, ruido, smog y esa contaminación que causan las diferentes luces de las ciudades. La gente no sabe apresurarse, de todo les da tiempo, no viven estresados ni sufriendo por la inseguridad. Mi esposa y yo comentamos posteriormente: ¿estos son los pobres, pero de qué? Tal vez les faltan algunas comodidades, como adoquinar sus calles y banquetas, alumbrado público, internet. Los temas de agua y basura lo tienen solucionado y sin contaminación. Solo encontramos que requieren de un verdadero apoyo en salud, educación y mejorar el transporte y las vías de comunicación con la capital del estado. Por lo demás, es gente que vive como quisiéramos o buscamos vivir muchos de los capitalinos: el contacto con la naturaleza sin contaminación.
Semanas después, fuimos invitados junto con un grupo de profesores, a la Universidad Tecnológica de la Huasteca Hidalguense, ubicada en Huejutla de Reyes en el estado de Hidalgo, justo en los límites con los estados de Tamaulipas y Veracruz. Localidad con cerca de 40,000 habitantes y por ende, más urbanizada que la comunidad antes mencionada. Sus principales actividades son la agricultura, la ganadería y el comercio. Llegamos un miércoles por la tarde, procedentes del aeropuerto de Tampico, Tamaulipas, que es la ruta más corta y segura para viajar por carretera en esa región a decir de las autoridades que nos recibieron. Nos hospedaron en un céntrico hotel y nos sugirieron conocer, después de la cena, el zócalo que estaba a unas cuantas cuadras para ver la ofrenda monumental de muertos que se había colocado y que estaba iluminada. Mi esposa y yo, junto con las personas que nos acompañaban, nos quedamos pensando: ¡nueve y media de la noche, obscuro, pueblo extraño, fuereños! ¿Cómo vamos a salir a la calle? Estaba bien que el clima era muy agradable y la ofrenda bonita, pero exponerse a esas horas no tenía caso. Pero fue tanta la insistencia que salimos a caminar. La plaza principal estaba a tres cuadras y ¡oh, sorpresa! vivimos algo que, como hacía mucho tiempo no experimentábamos. Ya para llegar al zócalo, (por cierto muy bonito e históricamente interesante, incluyendo su iglesia y torre del siglo XVI), se cruzaron unos jóvenes y se pararon a saludarnos “buenas noches, que se diviertan y descansen”. Unos a otros, nos hicimos la misma pregunta: ¿los conoces? Más adelante, de igual forma, otras personas hicieron lo mismo. Acabamos imitando aquellos gestos de amabilidad y sintiéndonos parte del pueblo, respirando una tranquilidad y seguridad que se nos había olvidado que existía en México. Solo un problema tuvimos en el restaurante del hotel -si a eso se le puede llamar problema-, es que en el desayuno algunos pidieron yogurt light, otro café con leche deslactosada y splenda, uno más hotcakes ligeros. Ya saben, alimentos de nivel dietéticamente avanzado. Querido lector, hubiera visto la cara de “what” que puso el joven mesero de escasos 18 años, al oír todo nuestro repertorio alimenticio. Simplemente se concretó a decir que había yogurt, leche, café, azúcar, todo natural, y que los huevos, hotcakes, manzana, chilaquiles, tortillas, pan y demás eran preparados en el momento, es decir, alimentos sin ningún apellido. Lo mismo nos pasó en las comidas que tuvimos en la cafetería de la universidad y otros restaurantes. Todo natural y sin adjetivos.
La institución que visitamos estaba en las orillas de la ciudad, motivo por el cual, el primer día, decidimos irnos media hora antes de la cita para estar puntuales, ya que era hora de entrada de escuelas, comercios, oficinas, etc. Usted ya sabe cómo se pone el tráfico entre 8 y 9 de la mañana. Y de nuevo ¡oh sorpresa! Salimos a las 8:30 del hotel y a las 8:40 ya estábamos en la oficina del rector, por cierto, apenado por no haber estado antes de nuestro arribo para recibirnos, él llegó 8:50. Y así podría seguirles contando de más incidentes que nos ocurrieron al no estar acostumbrados a la calma y tranquilidad con que se vive en ese tipo de poblaciones, no hay contaminación, stress, tráfico, segundos pisos, estacionamientos, parquímetros, Vips, Starbuks, Sanborn´s, etc., etc., etc.
Debo comentarles este detalle que, parece simple pero es bastante simbólico. Vimos como los jóvenes indígenas que vienen diariamente de la sierra y con muchas ganas de estudiar, se quitaban sus huaraches o chanclas a la entrada de la universidad y se calzaban tenis o zapatos para, según ellos, entrar correctamente vestidos. Los alumnos que entrevistamos reflejaron la nobleza y el valor que le da a los estudios la gente de la región, y el cómo se las ingenian para salir adelante con escasos recursos para su preparación como la falta de instalaciones y presupuesto adecuado. Sin embargo, con lo poco que tienen y en el estado en que se encuentran, pudimos constatar que los estudiantes salen preparados para competir, si bien, no a nivel internacional, si a nivel local y nacional.
Terminamos a los cuatro días la visita para volver al mundo de las prisas, la electrónica, la contaminación y la férrea competencia por sobrevivir. No solo mi esposa y yo nos preguntamos, sino también el resto del grupo, ¿Estuvimos en un paraíso escondido de México? Todos coincidimos que sí, y al hacer una reflexión sobre lo que necesitarían sus habitantes para mejorar su calidad de vida, llegamos a la misma conclusión que la del “paraíso” anteriormente descrito: apoyo a la educación e infraestructura más moderna.
Finalmente así, en un simple ejercicio aprovechando las visitas para otros fines, pudimos darnos cuenta de lo que realmente necesita la gente de esas localidades para elevar su bienestar. ¿Será que el nuevo gobierno seguirá con programas asistenciales que, sin importar si es lo que necesitan todas estas comunidades para alcanzar un verdadero desarrollo sustentable? ¿Se implementarán para lucimiento político, o realmente se analizará a fondo los requerimientos de cada población, para que sigan siendo o vuelvan a ser “mágicos pueblos” y no “pueblos mágicos”, cuyo título ha echado a perder a varios de ellos?
Esperemos que realmente esa Cuarta Transformación sea llevada a cabo con mesura e inteligencia, para no dañar nuestro medioambiente y lograr, en la medida de lo posible, elevar la calidad de vida de las personas que habitan esos paraísos escondidos de México y poder seguir su ejemplo en otros lugares. Desde luego, hay un concepto coincidente y prioritario en todo el país: mejor educación para todos. ¿Será posible en esta Administración entrante? ¿Usted qué piensa? Hasta la próxima.