Tuve la oportunidad de participar recientemente en un foro para analizar el futuro de la democracia gracias a la invitación que me hicieran los organizadores del Proyecto Democracia y a los becarios del NDI (National Democratic Institute), fue una gran oportunidad para reflexionar sobre los últimos acontecimientos democráticos en el mundo y como existen patrones similares en las conductas de los electores a partir de la aparición de las redes sociales y la presencia de ciudadanos más comunicados.
Al parecer, ante una decepción generalizada respecto de los resultados de la democracia en general, estamos ante el fin de la llamada tercera ola democrática que algunos autores, como Martha Lagos de Latinobarómetro, han establecido que inició a principios de los años 90 con la democratización global y el reconocimiento de un modelo de órganos electorales autónomos, reglas electorales previamente establecidas, presencia de observadores internacionales y asistencia de organismos multilaterales a los países con democracia en construcción como fue, sin duda, el caso de México, con la fundación del IFE ahora INE. Sin duda, pareciera estamos en el umbral de su extinción.
A lo largo de estos treinta años, en nuestro caso, este cambio ha generado que las reglas se hayan ido modificando después de cada elección para lograr con ellas erradicar conductas que fueron cuestionadas después de cada proceso electoral. Así, después de la elección de 2006, se realizó una reforma para evitar que el gasto en los medios de comunicación, principalmente en televisión, fuera un factor de inequidad en la competencia; se determinó que con los tiempos del Estado, se hicieran las campañas en los medios; se estableció el voto de los mexicanos en el extranjero; y, se hicieron las reformas legales para que se permitiera, en algunos supuestos, volver a contar todos los votos de la elección.
En 2012 el tema fue el del financiamiento en las campañas y se aprobó en 2014 la reforma en materia de fiscalización electoral para que todos los candidatos informaran a la autoridad el gasto, en tiempo real, que fueran realizando; también se incorporó como causal de nulidad, el rebase de tope de gastos de campaña; de igual manera, dicha reforma se ocupó de crear un sistema nacional de elecciones encabezado por el INE, reformándose así el consejo de lo que hasta ese momento era el IFE.
Otras democracias en Europa y en América Latina, como las de Colombia, Argentina, Panamá y Brasil, han estado también perfeccionándose en estos temas: han avanzado en la implementación de urnas electrónicas o voto electrónico; han establecido el voto desde el extranjero en los consulados y embajadas; han dado pasos adelante, de forma importante como en México, en la paridad de género en las candidaturas y en acciones afirmativas para grupos políticamente subrepresentados. Es decir, cada sistema electoral busca permanentemente, ampliar el derecho del voto y cuidar los avances alcanzados.
No obstante ello, la democracia como sistema en la mayor parte de los países principalmente latinoamericanos, lejos de consolidarse se encuentra cada día más débil, en estado terminal dicen los especialistas en el tema. Dos explicaciones rápidas: por un lado, la democracia no ha solucionado los problemas de las mayorías: pobreza, desigualdad e inseguridad; y segundo, la aparición de las redes sociales tiene en permanente cuestionamiento a lo público, entendido como contrario a lo ciudadano, es decir, gobiernos, instituciones, partidos políticos, autoridades electorales etc.
Esta situación de rechazo social ha sido aprovechada políticamente para lograr preferencias ciudadanas cuestionando, en las campañas políticas e incluso desde el poder, lo que también se cuestionan los ciudadanos: la dura realidad enmarcada en desigualdad, pobreza, inseguridad, etc. y que la democracia y sus instituciones no han logrado resolver. Si el sistema no da resultados pronto, seguramente será necesario cambiarlo o decir que ha cambiado para renovarlo y ahí vendrá una posible reconstrucción del sistema.
Lo importante será conservar la paz pública y acordar que a pesar de que, el sistema democrático no es perfecto, es el mejor que se ha encontrado para conservarla en la búsqueda del poder político. Sin duda, habrá que adaptarlo a las nuevas exigencias ciudadanas, con mayor vigilancia y participación, pero también habrá que atender el fondo del problema que es la insatisfacción y la desconfianza que existe en la sociedad hacia lo político, lo gubernamental y lo institucional.