“La guerra es un acto de violencia que intenta obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad”
KARL VON CLAUSEWITZ
Imaginémonos por algún momento, una ciudad gobernada por un político que promueve el amor, la concordia y la tolerancia, el pueblo es noble y sabio, todas las decisiones se toman en el Ágora de la plaza, no hay persona que no participe en los debates, es más, no hay debates porque todos están de acuerdo con el supremo gobernante. No hay guardias de seguridad ni instituciones que sancionen la corrupción porque ésta no existe, tampoco existen el poder legislativo ni el judicial, pues ni uno ni otro sirven cuando las reglas están claras y todos están de acuerdo. La vida es blanco y negro pues no hay colores que hagan distinciones entre unos y otros. Tampoco hay enfermos y, por tanto, no hay médicos ni medicinas.
Reina una infinita paz en los aposentos de aquella gran ciudad. De pronto, llega un sujeto llamado Gengis Kan y su horda de barbaros, y se limita a decir “Ten el valor de la astucia que frena la cólera y espera el momento propio para desencadenarla”.
El gobernante lo recibe como Moctezuma a Cortés y pide a su pueblo colmen de abrazos a aquel mongol, a lo que este le dice: “Soy el castigo de Dios, si no hubieses cometido grandes pecados, Dios no habría enviado un castigo como yo sobre ti”.
Atónitos, los “sabios y nobles” observan a su líder ante la consigna, pero el líder minimiza al conquistador y lo invita a charlar para decirle que no son necesarias sus armas, que piense en quien lo espera en casa, pero el señor no tiene casa, es nómada y su tiempo lo dedica a la conquista, a tomar pueblos enteros, a destruir lo que hay a su paso.
Los nobles de aquel pueblo no conocen la maldad, por ello no dimensionan lo que este conquistador dice. El patriarca ofrece hospitalidad, nacionalidad y una copa del mejor vino, a lo que Gengis responde “Bebamos de la copa de la destrucción”.
Una vez instalados en su nuevo territorio, los bárbaros comienzan a violar mujeres, corromper a los jóvenes, asesinar a quienes les estorban. El gobernante trata de entender la manera de pensar de los mongoles, justificándoles, pues ellos no fueron educados con el cariño de los habitantes de Chairópolis. Y entonces, pide a sus habitantes que consideren como pueblo a estas nuevas personas y les instruye que, bajo ningún motivo, utilicen la violencia aún y cuando ellos les superan en número. La convivencia comienza a volverse densa.
Posteriormente llega otra persona con otro grupo de locos llamados Atila y los Hunos, quienes también reclaman el territorio descubierto. Enfrentándose a quien se interponga a su paso, los mongoles contratacan, no para defender a los habitantes originarios sino para mantener el territorio ya ganado. Aquello es una guerra. El gobernante deja que ambos bandos se enfrenten entre ellos. Atila advierte al mongol: “Donde pisa mi caballo, jamás vuelve a crecer la hierba”; y Gengis Kan responde: “No basta con que yo triunfe, los demás deben fracasar”.
El Gobernante cada vez con menos poder e injerencia sobre la masacre que se vive ahí, pide a su pueblo no intervenir, sin embargo, uno y otro bando comienzan a reclutar a los del “pueblo noble y sabio” como guerreros para sacrificar lo menos posible a sus elites. Ahora ya la guerra es entre chairos, que comienzan a pelear tanto en el bando mongol como en el de los hunos.
El poder lo tienen ya las hordas que han invadido Chairópolis. No hay indicios de que la paz aparezca, sin embargo, el gobernante, que ya no gobierna nada, pero aún se ostenta como tal, festeja que de haber intervenido en la guerra muchas personas inocentes hubieran muerto. Atila y Gengis le permiten seguir nombrándose líder (aunque no lo sea), pero bajo ningún motivo dejarán ni las armas, ni el dominio de sus terrenos ganados, mucho menos el derecho de asesinar personas. Deciden apoyar al gobernante para que, legítimamente, cuide sus intereses, le piden que sea severo con quienes no contribuyen en el gasto, y que sea recio e implacable con quien critique su manera de gobernar y protegerlos.
El nuevo imperio se ha formado. Hubo muchos muertos y habrá mucho más, pero el pueblo no puede atacar al pueblo. En Chairópolis lo más importante es proteger los intereses de Gengis Kan y de Atila.
Algún día quizá, los barbaros entenderán que se están portando mal y no se piensan en sus progenitoras, por lo pronto, amor y paz para todos ellos porque son el nuevo pueblo de la transformación.