La escala, difusión y velocidad del cambio provocado por la tecnología digital no tiene precedentes, sin embargo, los niveles actuales de cooperación internacional restan de ser iguales al desafío.
En pocos meses, la crisis de salud ha acelerado la digitalización en todos los sectores, amplificando sus principales retos. Cada día vemos como se acentúan, aún más, las brechas en conectividad y acceso digital dentro y entre los países. La participación en actividades sociales, políticas y económicas se ve facilitada principalmente por infraestructuras digitales y el acceso a Internet. Ahora, más que nunca, la cooperación entre dominios y fronteras es urgente para aprovechar todo el potencial social y económico de las tecnologías digitales, mitigar los riesgos que plantean y reducir cualquier consecuencia no deseada durante y después de la crisis desatada por el COVID-19.
Durante años, empresas y sociedad civil hemos abogado a favor del potencial de las tecnologías digitales para que actúen como catalizadoras en una implementación acelerada de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
Recientemente, el Secretario General de Naciones Unidas reconoció el imperativo de aprovechar el poder de la tecnología como una fuerza fundamental de cooperación efectiva en el contexto del COVID-19, tanto en términos de contener la pandemia como de permitir una reconstrucción económica sostenible. La tecnología es esencial para garantizar una recuperación rápida que siente las bases para un futuro más seguro y próspero.
Sin duda, las soluciones digitales han desempeñado un papel clave para ayudar a mitigar los efectos humanos y económicos de la crisis.
Desde permitir el aprendizaje a distancia y facilitar hasta la firma remota de contratos, la tecnología ha ayudado a conectar a las personas y permitir que el comercio continúe ante la interrupción generalizada en el mundo físico.
La tecnología ha permitido estrategias innovadoras en salud pública, como la telemedicina, los sistemas de clasificación basados en inteligencia artificial en hospitales y el intercambio rápido de información para los investigadores que estudian el virus.
Recientemente el Banco Mundial organizó una consulta para conocer cómo los países de América Latina y el Caribe están respondiendo a la crisis educativa actual y cómo están adaptando formas innovadoras y flexibles tales como la incorporación de diferentes canales y medios para facilitar la enseñanza y el aprendizaje, el uso de WhatsApp, teléfono y redes sociales para proporcionar orientación pedagógica y apoyo a maestros y padres.
Sin embargo, no todos los niños del mundo tienen las mismas oportunidades. Casi todos los días desde que comenzó la emergencia por el coronavirus, un grupo de niños que viven en la aldea aislada de Kantati Ururi, en la región de Puno, en Perú, caminan casi 15 kilómetros a través de tierras altas, ubicadas a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar, hacia una colina en la que pueden recibir una señal de radio que transmite contenido educativo, debido a que no cuentan con acceso a internet, ni señal de radio en su aldea. Existen proyectos, como la estación de plataforma de gran altitud o HAPS, sistema que puede integrarse en los aviones con el fin de transmitir Internet de alta velocidad a comunidades remotas, que en estos momentos harían la diferencia no solo para esta comunidad sino para millones de niños en el mundo.
El COVID-19 ha expuesto y exacerbado las brechas entre quienes tienen acceso a las tecnologías digitales y las oportunidades que brindan, y quienes no lo tienen. Nuestra experiencia ante la pandemia subraya lo que análisis económicos han demostrado durante años: que aquellos que no tienen acceso significativo a soluciones digitales, como los 3.600 millones de personas que aún no tienen internet de alta velocidad, corren un riesgo real de quedarse atrás.
La triste verdad es que aquellos que a menudo no tienen acceso significativo (mujeres y niñas, migrantes, refugiados, personas desplazadas, ciudadanos de comunidades rurales y remotas) son precisamente quienes más beneficios obtendrían en el desarrollo que la digitalización puede traer.
No podemos permitir que el mundo continúe fragmentándose entre los que tienen y los que no tienen. Pero esto va más allá de garantizar el acceso a una infraestructura digital asequible y de buena calidad. También debemos asegurarnos de proporcionar contenido, servicios y aplicaciones relevantes, disponibles en idiomas locales y que satisfagan las necesidades de cada comunidad.
La hoja de ruta del Secretario General de Naciones Unidas es especialmente oportuna, porque, aunque todavía no podemos predecir cómo será la nueva normalidad, una cosa es clara: la cooperación digital será vital para una recuperación posterior al COVID-19.
La rápida adopción de tecnologías digitales, que ha permitido la continuidad de servicios esenciales tanto para empresas como gobiernos fue posible gracias a una cooperación rápida y eficiente entre las partes interesadas, a menudo, a través de las fronteras, logrando implementar soluciones digitales que han ayudado a mitigar los efectos humanos y económicos de la crisis.
Para ello, es imperativo que mantengamos los mercados abiertos y garanticemos el libre flujo de datos a través de las fronteras. Las innovaciones digitales pueden quedar paralizadas sin el movimiento fluido de información entre países y, si bien, las preocupaciones de privacidad y seguridad son un sesgo legítimo para poner límites al flujo de datos, no deben usarse arbitrariamente para restringir el comercio y la innovación.
El despliegue de tecnologías digitales puede, por supuesto, plantear una amplia gama de cuestiones económicas, técnicas y socioculturales, muchas de las cuales se detallan correctamente en la hoja de ruta del Secretario General. Sin embargo, frecuentemente, estos problemas se abordan en silos del siglo XX, en lugar de hacerlo de manera holística para construir entornos propicios para maximizar el potencial de la innovación digital.
Finalmente, en el corazón de una cooperación digital fortalecida, debe estar la colaboración entre empresas, gobiernos, la comunidad técnica y la sociedad civil.
El COVID-19 nos muestra claramente el imperativo de la cooperación mundial frente a los desafíos globales. Necesitamos ese mismo espíritu de cooperación para reconstruir mejor, poner en línea a la otra mitad del mundo y cerrar las divisiones existentes. Las tecnologías digitales presentan sin duda desafíos. Pero, afortunadamente, también presentan ventajas únicas para evitar el posible camino de división y fragmentación, y así, abrazar la cooperación digital como base de la reconstrucción del futuro, ante la crisis que enfrentamos hoy.