Martin Niemoeller escribió un poema, erróneamente atribuido a Bertolt Brecht, en el que describe la apatía del pueblo alemán ante la crueldad nazi:
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Como se comporte un régimen con un grupo de la sociedad, terminará aplicándose a todos sus habitantes.
Actualmente, 12 millones de personas, la población total de Bélgica, Bolivia, o Suiza y Dinamarca combinadas, se encuentra sujeta a detenciones masivas, desapariciones, trabajos y esterilizaciones forzadas, destrucción de su patrimonio cultural y lugares de culto, y vigilancia mediante modernos y eficaces sistemas represivos.
El caso de los “Uigures” representa uno de los mayores casos de abuso a los derechos humanos en el mundo. Un experimento sumamente peligroso del que todos somos cómplices, al no decir nada en donde un Estado que revisita las peores ideas del pasado, como los campos de concentración acompañados de una brutal vigilancia tecnológica, y que de no detenerse por la comunidad internacional, puede ser exportada y adoptada por otros regímenes sobre distintos grupos sociales incomodos para gobiernos de tipo autoritario-dictatorial.
Los Uigures son un grupo étnico, mucho más cercano a otros de Asia Central como los Uzbeks y Kazajos, y menos a los Han, el principal grupo étnico de China, país al que también pertenecen. Su idioma, una lengua túrquica, es hablado por los 12 millones de Uigures que, en su mayoría son musulmanes.
Al menos un millón de Uigures, 10% de la población total, ha sido detenida ilegalmente e internada en 85 campos de concentración identificados en la provincia de Xinjiang, al noreste de China, construidos entre 2017 y 2018. El gobierno chino negó su existencia, hasta la aparición de fotografías satelitales en las que aparecen claramente las torres de vigilancia de los campos, bardeados con cercas de alambre. Hasta entonces confirmó su existencia y se refirió a estos sitios como ‘Centros de re-educación para Uigures’.
El resto de los 12 millones de este grupo étnico vive una constante supervisión física y digital, 24/7, individualizada a través de: cámaras de vigilancia en cada esquina equipadas con sistemas de reconocimiento facial; puntos de control entre jurisdicciones en los que deben identificarse y realizar reconocimiento facial; todos los autos están equipados con geolocalizadores; los teléfonos celulares contienen un spyware que informa en tiempo real a las autoridades sobre todos los movimientos del usuario, tanto físicos, como digitales; el uso de teléfono celular es obligatorio, deben portarlo en todo momento y constantemente son revisados por las autoridades; cualquier ciudadano puede ser detenido sin un debido proceso.
Además del spyware, todos los teléfonos celulares incluyen aplicaciones que limpian el teléfono de información no aprobada por el gobierno, les impide el acceso a sitios considerados inapropiados y reportan todas las actividades del usuario.
Pero quizás, la más innovadora, y perturbadora de las medidas represivas en Xinjiang es el uso de sistemas de vigilancia masiva de alta tecnología. Las autoridades de Xinjiang llevan a cabo una recopilación obligatoria de datos biométricos, como muestras de voz y ADN, y utilizan inteligencia artificial y big data para identificar, perfilar y rastrear a todos. Las autoridades han visualizado estos sistemas como una serie de “filtros” que seleccionan a personas con cierto comportamiento o características que indican una amenaza para el gobierno del Partido Comunista. Estos sistemas también han permitido a las autoridades implementar un control detallado, sometiendo a las personas a restricciones diferenciadas según sus niveles percibidos de “confiabilidad”.
Los Uigures viven bajo el yugo de un Estado totalitario que mantiene una supervisión constante sobre ellos. Son víctimas de un programa de reeducación ideológica destinado a arrebatarles sus creencias religiosas y tradiciones étnicas, buscando generar lealtad hacia el Estado Chino.
Los campos de concentración son el eje del sistema de control que ha implementado el gobierno chino sobre los Uigures de Xinjiang. Uno a uno, simplemente desaparecen un día, y sus familiares asumen que fueron trasladados a uno de los campos, como tantos otros, extraídos de sus casas durante la noche. Saberse vulnerable de ser llevado a un campo de concentración, en cualquier momento, sin haber sido acusado de delito alguno, es un factor de coerción extremadamente eficiente para lograr la sumisión en la población.
Xinjiang forma parte de China desde su anexión en 1949, muchos Uigures todavía se refieren a su tierra natal con su nombre original, Turkistán del Este, una de las cinco Zonas Económicas Especiales de China, que cuenta con abundante gas natural y petróleo. De hecho, es la mayor zona productora de petróleo de China y por su ubicación juega un papel clave en la iniciativa del ‘Belt and Road’.
El quebranto a los derechos humanos, la aterradora vigilancia tecnológica a la que son sometidos los Uigures, y la destrucción de un patrimonio cultural milenario, nos muestran una China despiadada y decidida a expandir su imperio, a cualquier costo.
La respuesta internacional hacia China ha sido muy débil, muchos países parecen privilegiar razones económicas por sobre la defensa de los Derechos Humanos. Arabia Saudita busca acercarse a China ante el debilitamiento de sus relaciones con Occidente. Pakistán, tiene una larga relación de dependencia con China y ha preferido ignorar el asunto. Los intereses económicos de muchos países están ligados a China, por lo que difícilmente le cuestionarán su política interna hacia los Uigures.
El gobierno chino, monitorea contantemente la opinión internacional sobre lo que sucede en la región de Xinjiang, y es precisamente por la falta de consciencia global sobre esta situación y el bajo nivel de protestas que continúan adelante con su programa.
El problema de los Uigures puede parecernos muy lejano y poco trascendente ante la inmensidad de problemas que enfrentamos actualmente, pero con la velocidad a la que avanza la tecnología y la falta de voluntad política y consensos para regularla, muy pronto podrían surgir estos sistemas de vigilancia en otros países y no habrá nadie más para protestar, cuando nos suceda a nosotros.