Desde hace años -un lustro, más o menos-, el incremento del rechazo social a los partidos políticos ha dado cauce a movimientos populistas orientados hacia la derecha. Lograron disputar y, en algunos casos, ganar gobiernos nacionales o incrementar su presencia en los parlamentos. Figuras como Marine Le Pen, en Francia, Boris Johnson, en Reino Unido y Donald Trump, en Estados Unidos, llamaron la atención de la comunidad política y académica sobre la expansión de liderazgos con escaso apego institucional y dispuestos a revertir décadas de cooperación internacional en distintas materias, como la agenda ambiental o los Objetivos del Milenio. La tendencia se presentó en Hungría, India, Polonia y sigue avanzando.
En América Latina, la llegada a la presidencia de Brasil de Jair Bolsonaro nos puso en el mapa de incidencias. Hay que decir que, en nuestra región, los populismos no son novedosos, pero históricamente se habían orientado a la izquierda. No estoy considerando los golpes de Estado, desde luego, porque en esos casos no tomaron el poder por la vía electoral.
México parecía alejado de aquella tendencia. En nuestro país ha dominado una derecha leal a las instituciones; por lo que la emergencia de movimientos populares conservadores se ubica en periodos históricos precisos; por ejemplo, la Cristiada, que tuvo lugar hace 90 años (1926-1929) y se concentró, principalmente, en los estados del Bajío. Más recientemente, algunos líderes herederos de esa tendencia trataron de organizarse en la Unión Nacional Sinarquista pero no tuvieron impacto social.
Sin embargo, en el último año surgió y ha tomado fuerza mediática el Frente Nacional Anti-AMLO, FRENAA, que se propone destituir al presidente de la República. Debo confesar que sus primeras apariciones públicas me pasaron inadvertidas, porque los argumentos de sus líderes eran francamente subversivos del orden constitucional; y las personalidades de sus voceros, notablemente desaforadas. Ellos quieren la dimisión del mandatario mexicano y no están dispuestos a esperar las elecciones federales de 2021 o la revocación de mandato, que será en 2022. En su página oficial se lee claramente, que quienes pretendan quitar el poder al presidente por las vías institucionales recién mencionadas “no caben aquí”. Su meta es lograr la renuncia en noviembre de 2020.
Empecé a poner atención a ese grupo porque personas conocidas me reenviaban información sobre sus acciones. Algunas enviaban memes, en redes sociales, para burlarse de su falta de consistencia argumental. Sin embargo, FRENAA es un movimiento al que se le debe poner atención, porque no promueven métodos de participación democráticos o institucionales. Tampoco basan sus discusiones en valores cívicos, de integración, tolerancia y respeto. Se dirigen al otro, a sus interlocutores sociales, en forma despectiva y derogatoria. No quieren dialogar sino imponer sus posiciones al resto. Y quizá piensen que los argumentos no son necesarios porque su fortaleza está en la fe; piden fuerza divina para resistir hasta que su objetivo político se concrete.
Es decir, no es un movimiento cívico. FRENAA es nuestro populismo de derecha. Hasta el momento es pequeño, pero las condiciones sociopolíticas que enfrentamos por la pandemia de COVID-19, pueden trastornar los humores sociales y allegarles simpatizantes inesperados.
Para concluir, quiero compartir mi preocupación por la actitud de la oposición ante este Frente. Los veo tolerantes con sus discursos, expectantes y retomando sus argumentos para criticar. Entiendo que no se confronten con un movimiento que puede atraerles votantes, pero deberían convencer a esas personas de participar por la vía institucional porque, al final de cuentas, para eso, precisamente para eso, son los partidos políticos.
También entiendo que les parezcan divertidas las burlas de los voceros de FRENAA, pero ese movimiento está desacreditando las vías del sistema electoral que costó décadas construir. Espero que los líderes de la oposición adviertan que las formas de socialización política que realiza FRENAA son incompatibles con cualquier sistema que se asuma como democrático.