México y el mundo entraron como en un estado de pausa, la pandemia del Covid-19, así declarada por la Organización Mundial de la Salud, ha hecho que todos los gobiernos del planeta tomen las medidas preventivas necesarias para contener su rápida propagación dado que, hasta ahora, no existe un tratamiento efectivo para la cura de la enfermedad, ni una vacuna para no adquirirla. La recomendación general a toda la humanidad es el aislamiento: “no salgas de tu casa y lávate las manos”.
A pesar de tener estas coincidencias, todos sabemos que lo primero que ocasionará este aislamiento será una crisis económica afectando, principal o primordialmente, a los sectores que brindan servicios turísticos, de alimentos, transporte, deportivos, recreativos, artísticos y un largo etcétera.
Hasta ahora hemos visto como los países desarrollados están sufriendo la epidemia, nos conmovimos primero con China, aparentemente el país culpable de los experimentos con el virus, pero después ha sido Italia, España y ahora Estados Unidos; países que en principio sabemos tienen una enorme cantidad de recursos económicos para enfrentar el problema y, aun así, parecen desesperados. No hay muchos datos sobre como lo están enfrentando países subdesarrollados o muy poblados como la India, Sudáfrica, u otros menos desarrollados en África, Asia y América Latina, tal vez con excepción de El Salvador por la buena actuación de su presidente y Ecuador por la cantidad de decesos y el colapso en sus sistemas de salud y funerario.
Casi todos los gobiernos de estos países desarrollados, al mismo tiempo que ordenan el aislamiento, anuncian paquetes de estímulos económicos que permiten a las empresas medianas y pequeñas no despedir a su personal y subsistir, por al menos dos meses, a partir de la orden de confinamiento. Esto no resolverá el problema, pero evitará que el desempleo y la mayor pobreza se conviertan en una crisis social, de seguridad, de depresión económica y de gobernabilidad política.
Seguramente, la mayoría de los líderes mundiales, advierten que la crisis sanitaria modifica toda programación económica que se hubiera hecho para 2020 y que lo primero que buscarán los ciudadanos será calificar cómo han actuado frente a esta emergencia, es decir, la prueba democrática de los actuales gobernantes será cuando se enfrenten a las urnas y los resultados, en general, son de pronóstico reservado; tentativamente de los primeros en sufrir este veredicto será Donald Trump en noviembre y, hasta ahora, las encuestas parece que califican bien su actuar frente a la pandemia.
Es en este ámbito político electoral, desde donde habremos de analizar el comportamiento del presidente de México. Sabemos ya que, si algo sabe hacer es estar permanentemente en campaña, desde la oposición o desde el gobierno. Y esta actitud le ha llevado a convertirse, hacia afuera, en el hazmerreír del mundo por su irresponsabilidad y ocurrencias; aunque hacia adentro todavía mantiene, según los sondeos de opinión, un 49% de popularidad. Sus mensajes, sus actos y sus dichos van dirigidos, como en toda campaña, a cuidar su voto duro. No podemos negar, sin embargo, que algunas áreas de gobierno actúan con mayor responsabilidad que la cabeza, ahí tenemos por ejemplo al Consejo Nacional de Salubridad, la SER y otras.
La primera decisión que, en su momento, habrá que juzgar del presidente fue que valoró que lo mejor era esperar lo más posible el llamado al aislamiento, ya que justamente su mayor apoyo electoral lo tiene en muchos trabajadores informales que viven prácticamente al día y que, al momento de dejar de percibir ingresos, la crisis política sería mayor que la sanitaria. Por esa misma razón y a pesar de las recomendaciones del Consejo de Salubridad, no paró de hacer giras ni recorridos, para demostrar, seguramente, que al igual que los comerciantes informales, taxistas, tianguistas etc., él también debe de salir a trabajar pese al riesgo que ello implica.
Lo segundo que habrá que juzgar es que el presidente busca, como en todo, encontrar culpables antes que asumir responsabilidades, por ello pareciera prepara el terreno para culpar de la crisis económica en ciernes, a los empresarios que tendrán que despedir trabajadores ante la falta de estímulos o beneficios fiscales por parte del gobierno, o en el mejor de los casos estos no serán suficientes.
Una tercera acción política, que ya se ve como posible por distintos analistas y expertos en propaganda, es que en una o dos semanas se dirá que el presidente dio positivo al Covid-19, para que cuando la curva de contagios llegue al pico y lamentablemente comience a crecer el número de decesos, el ya estará igualmente siendo víctima de esta enfermedad que los ricos trajeron al país.
El cálculo político de López Obrador parece ser es que, si mantiene un capital de por lo menos 20 millones de votos, gracias a sus programas sociales y su propia victimización, será suficiente para que Morena sin el 50% de sus prerrogativas, mantenga mayoría en el Congreso y gane la mayoría de las gubernaturas en el proceso electoral 2021; ganar la revocación de mandato y otro largo etcétera. No en balde dijo el pasado 2 de abril: “nos cayó la epidemia como anillo al dedo”.
Este aparente cálculo político no considera que los ingresos del Estado sufrirán una merma considerable, tanto por los impuestos que no pagarán los empresarios ni los desempleados, así como por la disminución de las remesas de los migrantes, por lo menos en un 30%, sumado al precio del petróleo en el suelo que se calcula puede llegar hasta cinco dólares por barril la mezcla mexicana. Todo ello pondrá, inevitablemente, en riesgo sus famosos programas sociales.
Nuevamente la apuesta electoral es lo que, para este gobierno, está en juego, aunque la vida y el empleo de miles también lo estén. El doble discurso es ya la marca del presidente: actúo para mis seguidores y en lo posible gobierno para la mayoría.