Cuando un gobernante es electo, suele analizarse el bono democrático con el que asumirá el cargo: si la diferencia de votos entre el primero y el segundo lugar es amplia, será un bono robusto que quizá le permita emprender reformas de mediano plazo y mantener el apoyo ciudadano. Si la diferencia entre el ganador y el perdedor es reducida, estará obligado a dar resultados con rapidez, porque su bono será débil y requerirá fortalecerlo.
Como se ve, el bono democrático es otra forma de nombrar la legitimidad o el apoyo ciudadano, pero, en este caso, refiriéndolo a un gobernante recién electo. Muchos políticos suelen confundirlo con un “cheque en blanco”, es decir, una especie de blindaje que los protege de las críticas. Años después, generalmente cuando ya no se puede recuperar, entienden que era un apoyo condicionado a los resultados y al comportamiento del gobierno.
Del ex presidente Fox se esperaba que utilizara su bono democrático para realizar reformas que cambiaran el régimen político No sucedió y pagó el costo con su prestigio. El ex presidente Calderón buscó incrementar su limitado bono emprendiendo acciones contra el crimen organizado, a lo cual llamó “guerra contra el narco”. Y los resultados de tal decisión han marcado la vida nacional en la última década. El presidente Peña aprovechó su legitimidad para realizar reformas estructurales. Inicialmente fue un propósito exitoso, pero otros factores, sobre todo los escándalos de corrupción, afectaron la percepción y es muy probable que próximamente sean derogadas.
En el caso del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, su bono democrático es sólido, ya que obtuvo 53% de los votos emitidos. La diferencia entre él y el segundo lugar es significativa. Aún si sus oponentes se hubieran unido, no hubieran logrado vencerlo. Parece un mandato contundente. Pero no es, nunca es, definitivo.
Los apoyos del presidente electo no provienen solamente de su base consolidada de votantes. De los 30 millones de votos que obtuvo, cerca de la mitad son de electores críticos, con un perfil independiente, que votaron por un cambio en la forma de gobierno del país… y que esperan resultados.
El presidente electo entiende bien el mandato y por eso está tomando decisiones que mandan el mensaje de cambio. Sin embargo, para esos votantes críticos, la forma también importa.
Y eso no deberían olvidarlo ni el presidente ni sus colaboradores.
Justificar todas las decisiones en el número de apoyos obtenidos puede ser una apuesta riesgosa. Es cierto que la contundencia del triunfo debe promover transformaciones profundas. Y que si no lo hacen al inicio, después estarán involucrados en otras dinámicas de negociaciones con grupos de interés y de presión, que podrían retrasar los cambios. Pero deben considerar que un sector importante de los ciudadanos espera que los cambios se realicen con respeto al estado de derecho, y sin simulaciones.
La pérdida del bono democrático no suele darse por una decisión o dos, sino por la acumulación de eventos y resultados que expresan el alejamiento del gobierno de las causas sociales.
No es espontáneo. Pero este sí es definitivo.