«Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno; era, en una palabra, un siglo tan diferente del nuestro que, en opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal». Estas son las primeras líneas de uno de los más famosos principios de la literatura universal, Historia de Dos Ciudades, de Charles Dickens. Parecería que, en estos primeros veinte años del siglo XXI estamos, precisamente viviendo a la vez, en el mejor de los tiempos y en el peor de los tiempos.
En los últimos quince años, hemos logrado avances extraordinarios, contamos con una mayor integración global que ha permitido sustraer a más personas de la pobreza que en el resto de la historia de la humanidad; más asisten a la escuela, tienen acceso a agua limpia y servicios sanitarios. De hecho, la meta del milenio de apartar a la mitad de la población mundial de la pobreza se cumplió en 2015. Sin embargo, a pesar de ello, nos enfrentamos a retos extraordinarios: la crisis económica-financiera de 2008 dejó atrás a millones de personas, incrementándose la deuda global, de entonces a la fecha, en 57 trillones de dólares, es decir, un 40% más; el sistema económico continúa siendo el mismo, lo que significa que Arabia Saudita sigue extrayendo petróleo, China produciendo plásticos y los Estados Unidos consumiéndolos; mantenemos, desde la Revolución Industrial, el mismo patrón de consumo lineal: producimos, consumimos y tiramos (solo 10% de los empaques se reutilizan) que genera una gran presión a los ecosistemas dado que los recursos no renovables, que durante muchos años se consideraron inagotables, están alcanzando los límites de la oferta asequible. Además, el impacto ambiental que este sistema conlleva, como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad es cada vez mayor lo que deriva en que las regulaciones a nivel local, nacional e internacional también sean cada vez mayores.
El World Business Council For Sustainable Development (WBCSD) asegura que el 80% de las empresas encuestadas, para un informe realizado en 2017, afirmaron que sus principales incentivos para adoptar estrategias circulares fueron el crecimiento acelerado y la competencia generada por modelos de negocio emergentes, no lineales. El 20% de las mismas, reconoció que su razón para el cambio fue la mitigación de riesgos.
Es urgente cambiar el patrón de consumo lineal a uno circular[1].
Los 1.2 billones de la población mundial en el percentil más alto, del que todos nosotros somos parte, consume 75% de los recursos del mundo, mientras que el billón de personas que se encuentran en el percentil más bajo, consume únicamente el 1%. El problema es que la totalidad de la población mundial aspira a consumir como nosotros, y esto ya no es posible, ya que estamos consumiendo mucho más allá de lo que nuestro planeta nos puede dar, y el cambio climático es el resultado de esto.
De hecho, el cambio climático debiera ser una de nuestras principales preocupaciones. Desde el inicio de la Revolución Industrial, alrededor de 1750, y hasta 2009, los niveles de dióxido de carbono habían aumentado casi 38% y los de metano 148%.
Sí bien es cierto que, a lo largo de la historia de nuestro planeta han ocurrido procesos de calentamiento global, hemos de considerar que tardó alrededor de cinco mil años en calentarse cinco grados centígrados. La tasa prevista de calentamiento terrestre para el próximo siglo es, al menos veinte veces más rápida. Hoy día, la temperatura de la Tierra es un grado centígrado más alta de lo que era en el siglo XIX. En el año 2015, considerado el año más caliente de los últimos 11,000 años, se alcanzó uno, de los dos grados, que los científicos han señalado como hito antes de que las consecuencias sean catastróficas.
Medio grado puede no parecer mucho, pero de llegar a .5 grados más, decenas de millones de personas quedarían expuestas a olas de calor, escasez de agua e inundaciones costeras. Medio grado puede significar la diferencia entre un mundo con arrecifes de coral y hielo marino de verano en el Ártico, a un mundo sin ellos. La vida de un billón de personas estaría en riesgo y cien millones de personas más caerían en pobreza extrema. Los cultivos globales se verían reducidos debido a sequías, principalmente en África, el sudeste Asiático, Centro y Sud América.
El Cambio Climático se ha convertido en un tema esencial en la agenda de desarrollo ya que son los más pobres los que más sufrirán y sufren ya sus consecuencias.
El FMI ha estimado que el costo actual del cambio climático es de 5.3 trillones de dólares en costos conocidos, pero de acuerdo a la London School of Economics las pérdidas por no actuar contra el cambio climático podrían llegar a 27 trillones de dólares, lo que representa el 20% de los bienes del mundo. El Sustainable Accounting Standard Board señala que un 90% de las acciones que cotizan en las bolsas de Estados Unidos están en riesgo de perder valor debido a la inacción contra el cambio climático. Pero no se trata únicamente de cuestiones económicas, el World Wildlife Fund advierte que de los años setenta a la fecha, hemos perdido 50% de nuestros mamíferos, aves y reptiles. Si no tomamos ya las acciones necesarias, también nos llegara nuestro turno de desaparecer. Al respecto, Hubert Reeves, astrofísico y filósofo canadiense escribió: “El hombre es la especie más insensata; venera a un Dios invisible, mientras masacra a una naturaleza visible, sin darse cuenta de que esta naturaleza a la que destruye, es ese Dios invisible al que venera”.
Pero 2015 no solo pasará a la historia por ser el año más caliente de la Tierra en 11,000 años, sino también porque 193 países del mundo se unieron para fijar las metas para los siguientes 15 años, dentro de un marco más sostenible e igualitario. De ahí surgieron los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. También ese año se llevó a cabo la COP21 en donde 190 países se comprometieron a tomar medidas para revertir el Cambio Climático. En ese momento nos encontrábamos en una trayectoria de calentamiento global de cuatro grados y, gracias a lo ahí acordado, se logró cambiar esta trayectoria disminuyendo la perspectiva a dos grados. Este acuerdo cubre que contó con, prácticamente, la totalidad de los países del mundo (cuatro veces más que el protocolo de Kyoto) estableció un fondo de 100 billones de dólares al año en financiamiento para apoyar a los países más pobres a lograr sus metas, sentando las bases para erradicar la pobreza en nuestra generación y mitigar los riesgos del cambio climático. Sin embargo, equilibrar las tendencias de cuatro siglos definidas por fuertes intereses económicos, políticos y sociales tomará tiempo. La realidad es que, si solo se ve a los ODS como objetivos aspiracionales y los gobiernos continúan simplemente etiquetando lo que están haciendo como parte de la obligación de los SGD, las metas no se alcanzarán.
Otro problema es que a menudo hay una compensación entre diferentes ODS, lo que significa que un objetivo se logra en detrimento de otros. Un ejemplo es el del mar de Aral en la frontera entre Kazajstán y Uzbekistán, anteriormente el cuarto lago interior más grande del mundo. Los ríos que alimentan este lago se han desviado para regar las tierras agrícolas del desierto, lo que ha ocasionado que se reduzca su tamaño en más de un 90% desde la década de 1960. El riego de las tierras agrícolas ayudó a lograr un objetivo de los ODS, el número dos, que apunta a mejorar la seguridad alimentaria, pero ese progreso se logró sacrificando otra meta, el ODS 14, que tiene como objetivo proteger la vida silvestre acuática.
La situación es crítica, pero al mismo tiempo esta urgencia debería darnos esperanza porque ya sabemos lo que se debe hacer. Debemos acelerar la aplicación de los ODS, las políticas públicas de todos los países deben enmarcarse en el futuro, las soluciones para lograr igualdad y crecimiento no pueden seguir siendo soluciones del pasado (como seguir construyendo refinerías), las inversiones de todos los países deberían enfocarse en energías limpias y proyectos sustentables. Recordando a Barak Obama: “¡Sí, podemos!”
[1] La economía circular, a diferencia de la economía lineal, se basa en un proceso sostenible basado en el análisis del ciclo de vida, que va desde el diseño, materias primas, producción, procesado, uso, reutilización, reprocesamiento y reciclaje. Todo ello basado en un diseño que se preocupa por ser ecológico y eficiente en todas las fases de producción, e incluso cuando el producto o servicio ya se ha utilizado. Así, se busca terminar con la obsolescencia programada, privilegiando la durabilidad de los productos, convirtiendo los residuos en recursos.