La sorpresiva renuncia a la presidencia de Bolivia de Evo Morales, horas después de que aceptara la realización de nuevos comicios y, sobre todo, de que el ejército y la policía le exigieran su dimisión, generó una crisis sin precedentes en el país andino. La turbulencia política de los acontecimientos mereció a la condena de los gobiernos latinoamericanos de izquierda, por lo que consideran un “golpe de estado” muy técnico. En el plano formal, no se trata de un golpe de estado, sino de una renuncia del poder ejecutivo, que pudo estar forzada por las fuerzas armadas ante los disturbios masivos en Bolivia.
En todo caso, sí se trata de una crisis constitucional, y eso es suficiente para ofrecer el asilo político en términos formales, pero en términos políticos la decisión debió ser sopesada con mucho mayor cuidado. Sobre todo, porque el presidente López Obrador se congratuló del llamado a nuevas elecciones y, horas más tarde, también consideró que la renuncia de Morales “fue una decisión acertada, que evitó mayor violencia y sufrimiento a la población boliviana”. En tanto, el canciller Marcelo Ebrard anunció que México daría asilo político a Evo Morales si llegaba a solicitarlo, lo cual era una gran posibilidad dado que más de 40 ex funcionarios bolivianos, junto con Eva Luz e Intry Cárdenas, hijos del ex mandatario, ya estaban asilados en la embajada mexicana en La Paz.
Ahora bien, el asilo político otorgado al ex presidente de Bolivia, Evo Morales, ciertamente abona a la tradición de asilo en México. Es de hacer notar que ya en el pasado México otorgó asilo a personajes poco comprometidos con la democracia, como fue el caso de León Trotsky o el Sha de Irán. No es de extrañar, pues, que se haya otorgado asilo a un personaje asociado con la ideología del gobierno de López Obrador, aunque es de hacer notar que tal condición podría ser muy temporal, dadas las ambiciones de perpetuación en el poder que ha manifestado sin rubor el ex mandatario boliviano.
Por cierto, es falso que las manifestaciones en contra del asilo a Evo sean por motivos racistas o discriminatorios. Prácticamente todos los comentaristas críticos de medios reconocidos apuntan a lo mismo: a Evo se le reprocha haber hecho trampa en las elecciones pasadas, con la burda maniobra de la “caída del sistema”, que le funcionó a México en 1988 pero que, a estas alturas, nadie puede pasar por alto.
También se ha criticado que se le haya enviado un avión de la Fuerza Aérea Mexicana para transportarlo a México. Esto tiene un precedente cercano: en 2009, el entonces presidente Felipe Calderón envió un avión de la Fuerza Aérea Mexicana a Honduras, para transportar al depuesto mandatario Manuel Zelaya; sin embargo, el interfecto no abordó la nave al decidir rechazar la oferta de asilo político del gobierno mexicano. Es necesario apuntar que, en el caso de Evo, éste se encontraba en Cochabamba, Bolivia, donde no hay representación diplomática de México, y los términos de la Convención de Asilo Diplomático, o Convención de Caracas de 1954, obligan a que los solicitantes de asilo deben hacerlo desde una representación tal, o desde una nave oficial del país que concede el asilo.
Ahora bien, una vez otorgado el asilo y transportado a México, a Evo se le debió otorgar una condición de estancia como residente permanente, como lo establece la Ley de Migración (Art. 52, V, c). En lugar de ello, se otorgó a Evo una Visa de Residente Temporal, en la modalidad de Visa Humanitaria, lo cual indica que hay una intención de estancia muy corta en México por parte del asilado. Conviene aclarar que si bien la Ley de Migración establece que, de inicio se debe otorgar una Visa Humanitaria a los solicitantes de Asilo, es claro que ésta sólo será válida en tanto se resuelve la situación migratoria del asilado, pero una vez otorgado el asilo –como lo anunció formalmente Marcelo Ebrard desde el lunes 11 de noviembre—, “se otorgará la condición de estancia de residente permanente” (art. 52. V. c.)
En su entrevista con Carmen Aristegui, Evo dejó entrever que puede decidirse por la tercera opción: regresar a Bolivia si la Asamblea Legislativa no acepta su renuncia. Si esto fuera así, las opciones para Evo son: 1) Irse a Cuba para reorganizar sus apoyos; 2) Ir a Argentina, luego de que Alberto Fernández tome posesión el 10 de diciembre; o bien, c) Regresar directamente a Bolivia, para convocar a sus huestes y desafiar a la presidente Jeanine Áñez. Según Morales, estaría dispuesto a organizar nuevas elecciones en las que él mismo no sería candidato, al tiempo que convocó a la ONU o al Papa Francisco para mediar en el conflicto que convulsiona a su nación. Es decir, el asilado ya expresó sus intenciones de retornar a Bolivia prácticamente de inmediato, lo que explica que sólo tenga una Visa Humanitaria y no la residencia permanente –como correspondería según la Ley de Migración—, pues su paso por México podría ser muy, muy temporal.
En cuanto a la revelación de un video que muestra a Evo Morales movilizando a sus huestes, por vía telefónica desde México, para evitar que lleguen alimentos a las ciudades y alterar así el orden social el Bolivia, el instrumento a aplicar no es la Convención de Montevideo, que data de los años 30, sino es el más actual de Caracas, de 1954. En su artículo XVIII, la Convención de Caracas sobre Asilo Diplomático establece claramente:
XVIII. “El funcionario asilante no permitirá a los asilados practicar actos contrarios a la tranquilidad pública, ni intervenir en la política interna del Estado territorial.”
A todas luces, Evo Morales está organizando una guerra civil en Bolivia, desde México, con la plena complacencia del gobierno mexicano quien no solo omite su responsabilidad, sino incluso la justifica. Pues la Convención de Caracas establece una obligación al Estado que otorga el asilo diplomático, no al asilado. Con ello, resulta irrelevante que Bolivia no haya ratificado dicha Convención, pues la obligación de hacer comportar a Evo Morales recae sobre el funcionario correspondiente del estado asilante.
En el fondo de las causas, y dadas las circunstancias actuales, hay una gran probabilidad de que Evo sólo esté esperando a que Alberto Fernández tome posesión en Argentina el 10 de diciembre, pues ya sus hijos hasta ahora asilados en la embajada de México en La Paz han cambiado su intención de venir a México, por una solicitud formal de asilo político a la Argentina. Evo se irá pronto, poca duda cabe, pero deja a la diplomacia mexicana en un severo trance de identidad y de enredos, fruto del muy desgarbado manejo que tuvo el otorgamiento de asilo diplomático en esta ocasión. La tradición sale manchada y la diplomacia mexicana resulta muy deslucida en este episodio de asilo, sobre todo porque el asilado ya se apresta a dejar nuestro país, movido fundamentalmente por la posibilidad de retornar a Bolivia para recuperar el poder, o caer en el intento.