“Somos como mariposas que revolotean por un día
y piensan que es para siempre”. Carl Sagan
A menudo los seres humanos, olvidamos que la vida es un instante, que las personas no somos eternas y que las oportunidades que se nos presentan tienen fecha de caducidad; lo olvidamos más de lo permitido o simplemente, dentro de nuestro egoísmo -ese característico de nuestra naturaleza según Hobbes-, decidimos pensar que nuestro revoloteo en este mundo es infinito, olvidando ese pequeño lugar que tenemos en el universo, el cual seguirá su curso con o sin nosotros.
La pandemia que se vive hoy en día, esa que puso a nuestros gobiernos en jaque y que está cambiando todo como lo conocemos, nos brinda una enorme oportunidad de retomar el camino y rescatar la solidaridad que nos caracteriza como seres humanos, entender que hay cosas más allá de nosotros y que hay que darle calma de vez en cuando a nuestro revoloteo, ese que hoy más que nunca, sabemos no durará para siempre.
Dentro de este encierro que tantos condenan, aquel que nos está recordando lo efímera que es la vida, lo relativa que puede llegar a ser nuestra libertad, esa que hoy tenemos pero no nos permite abrazar a nuestros seres queridos, que te orilla a tener las más profundas interrogantes acerca de la existencia del ser; tenemos una oportunidad para reconocernos finitos, frágiles, intentar volver a esa simplicidad que te permite brindarle la mano a alguien sin tocarlo, abrazarlo sin apretujarlo o ayudarlo sin siquiera conocerlo; hacer equipo y aceptar, que no siempre tenemos el control; el reto radica en saber afrontarlo desde nuestra individualidad para impactar positivamente en nuestra colectividad.
Ya lo decía Carl Sagan, “Ustedes son una especie interesante…; son capaces de sueños tan hermosos y pesadillas tan horribles… Se sienten tan perdidos, tan desconectados, tan solos; solo que no lo están… Observa, en todas nuestras búsquedas, lo único que hemos encontrado que hace soportable el vacío, es el uno al otro”; y efectivamente, a donde volteemos la mirada en esta crisis, lo único seguro que tenemos es el uno al otro, reconociéndonos como iguales, como lo que somos, seres humanos a los que no nos distinguen clases sociales, ideología política, religión, o género, igual de frágiles pero también igual de fuertes para tomar esto como un motor para mejorar y no un motivo de segregación. Decide pues quedarte y seguir caminando, pero más despacio, más reales, más unidos, más humildes, más humanos.
Hagamos de nosotros mismos un lugar seguro para poder brindar a los demás, conscientes de que de las ruinas se renace, y siempre, siempre tenemos permitido reinventarnos; un lugar seguro en el cual pueda incubar permanentemente el virus de la resiliencia y la solidaridad, con síntomas de empatía aguda y humildad crónica, ese que se agrava cuando evitas juzgar a los demás sin conocer sus circunstancias o cuando tomas pequeñas dosis de ayuda al prójimo; y que para eso si nunca se encuentre cura y que sea pues, sumamente contagioso.