Desde que el coronavirus hizo su aparición a nivel mundial y luego tocó tierra azteca, nuestra forma de trabajar y de celebrar dio un giro de 180 grados.
Esto quedó más que claro el 30 de abril, una fecha nostálgica para los que tenemos hijos en pleno crecimiento, ya que cada año vamos viendo cómo se van alejando de esa hermosa etapa llamada infancia e, incluso nosotros, los adultos, rememoramos esos días de raspones en las rodillas, de largas tardes de juego con los amigos de la cuadra y, cuya única preocupación era sacar buenas notas en la escuela y, en algunos casos, evitar llevar a casa recados de mala conducta. Pero ahora no hubo jugueterías o heladerías abarrotadas, ni en las calles vimos niños presumiendo sus globos multicolores.
Tampoco en plena conmemoración del Día del Trabajo hubo trabajadores portando pancartas en las plazas públicas del país. Este 1º de mayo pocos trabajaron detrás de un escritorio, muy pocos compraron café en las esquinas de sus oficinas, y las calles se tornaron mudas. Fue una conmemoración totalmente atípica.
Así que por un lado, los niños fueron más apapachados porque mamá y papá estaban en casa y, por el otro, no vimos a la clase trabajadora en las calles, y todo debido a la contingencia sanitaria que se vive por el este vil virus.
Centrándonos en el asunto laboral, este año las consignas para exigir aumentos salariales o mayores prestaciones, fueron sustituidas por mensajes de aliento para aquellos que, por la pandemia, están a punto de perder su empleo y, por ende, la forma de sostener a sus familias.
También fue un momento de reconocer el trabajo de aquellos que por costumbre, tonta y egoísta, pensamos que es natural y hasta obligatorio lo hagan.
Eso hizo que se visibilizara ese ejército blanco, que con bata y sin ella, hoy por hoy le están haciendo frente a esta pandemia y, que trabajan implacable e incansablemente para que pronto regresemos a nuestras ajetreadas labores. Gracias a todos los profesionales de la salud: urgenciólogos, médicos generales y especialistas, enfermeras (os), laboratoristas, trabajadores de intendencia y de lavandería, afanadores y demás personal por su valiente faena a pesar de las carencias y riesgos tanto dentro como fuera de los hospitales. Indignantes las agresiones de las que han sido objeto.
De lo más profundo del corazón de esta sociedad apanicada, salió a flote ese sentimiento de solidaridad, empatía y reconocimiento; ese que se grita al unísono cuando se está en crisis.
Este mentado virus (literal, en todos los sentidos) con picos en forma de corona solar hizo que apreciáramos también la labor de taxistas, policías, bomberos, militares, agricultores, trabajadores de limpia, marinos, repartidores, transportistas, jardineros, periodistas, panaderos, camarógrafos, comerciantes de todos los giros, molineros, fotógrafos, marchantes, diableros, carniceros, tortilleros, etc., etc., etc., es decir, todos aquellos que cumplen labores indispensables para nuestra sociedad.
También nos arrancó de tajo la venda de la arrogancia, la soberbia y la torpeza e hizo que tengamos una actitud más humana y humilde hacia estas personas que son el motor de la economía del país, de las empresas, de los pequeños negocios y hasta de nuestro hogar. Esas personas cuyo oficio o profesión, hoy, nos permiten estar en casa cuidándonos y cuidando a los que más amamos. Esos a quienes no valorábamos se han convertido en nuestros guardianes y héroes.
Esta crisis nos está dando una lección, esa es la buena noticia, y es que más que nunca el valor del trabajo trasciende y toma un significado diferente. Entendimos que no hay trabajo menor, pues detrás de él siempre hay una historia de vida y con ella logramos desarrollar una vocación; entendimos también que trabajando en equipo es como saldremos de ésta y de muchas más pero, sobre todo, concientizamos que además de salud es importante contar con un trabajo, pues con esa mancuerna nos sentiremos realmente vivos.