Hasta hoy, han fallecido en el mundo alrededor de 400 mil personas a causa del COVID-19, número que va en aumento, pese a las medidas tomadas por la mayoría de los gobiernos. Si bien estas restricciones ayudan a que esta cifra no sea mayor, si están ejerciendo un control sobre la gente en muchos sentidos y con ello coartando su libertad. Hay un dicho que dice: “que del rayo te salvas, pero no de la raya”, u otro que dice “cuando te toca, aunque te quites, y cuando no, aunque te pongas”. Es decir, aunque te quedes en casa, pasarás a la estadística de muertos en el momento que te toque. Refranes de los que soy devoto por haberlo experimentado muy de cerca con familiares y amigos. Eso no quiere decir que dichos fallecimientos no sean muy lamentables y que no debemos tomar las precauciones posibles para evitar una muerte prematura o la saturación de los sistemas de salud. Sin embargo, para la vida del 99.98 % de los humanos, aún y si las defunciones llegarán a un millón, los efectos del virus no impactarán directamente en su vida cotidiana como si lo hará el aislamiento temporal en lo económico, ambiental, político y desde luego en lo social.
El distanciamiento social ha obligado a la mayoría de la gente a cambiar su estilo de vida y costumbres, provocando diversos conflictos en las relaciones humanas, que pronostican un futuro incierto y poco prometedor. Y, pese a esta difícil situación por descubrir, muchos gobiernos y empresas han sacado ventajas moralmente cuestionables de esta contingencia.
A efecto de continuar con las actividades laborales, académicas, económicas o sociales, la gente, sobre todo la que habita en las ciudades, ha recurrido a la tecnología digital, en donde el “teléfono inteligente” se ha convertido en una herramienta primordial para las comunicaciones y tareas de todo tipo. Hasta ahora, se habla de las bondades y lo útil de este tipo de aparatos, así como de las tabletas electrónicas, computadoras y similares que, gracias al internet, “apps o aplicaciones móviles” y a las redes sociales, las personas no han quedado tan aisladas. Sin embargo, cada individuo está proporcionando gran variedad y cantidad de información personal que ponen al descubierto su identidad. Estos datos pueden y, dado el antecedente de otros casos, son utilizados por los creadores o propietarios de las aplicaciones, organismos públicos y privados, como instrumento para la manipulación y control de los usuarios.
Peter Drucker, considerado el padre de la administración moderna, decía que la información bien administrada, se puede convertir en conocimiento y con ello en poder. Fenómeno que está aconteciendo de manera acelerada en todo el planeta a propósito del COVID-19.
Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, dice en su libro Desarrollo y Libertad, que “las libertades no sólo son el fin principal del desarrollo, sino que se encuentran, además, entre sus principales medios. El desarrollo debe ir más allá del crecimiento económico, ya que éste es un instrumento para conseguir otro fin”, y lograr la felicidad de las personas, sin restringir su plena libertad. Señala también que el no tener empleo es una de las mayores disminuciones de libertad que la gente puede tener en una sociedad. Por ello, la pérdida de millones de empleos en todo el mundo -tan solo en México se habla de poco más de 2 millones-, sumado a la vulnerabilidad en la transferencia de información personal a través del uso de aparatos inteligentes, estará coartando nuestra libertad de pensamiento y acción a futuro.
Aproximadamente el 75% de la población mundial tiene “teléfono inteligente”, equivalente a poco más de 6 mil millones de personas. En México, ¡casi el 60% de -76 millones de personas-, usa este tipo de aparatos! Imagine, estimado lector, lo que saben de nosotros las grandes compañías, instituciones bancarias y comerciales, así como nuestros propios gobiernos, y desconocemos el uso que le están dando a esa información o le darán. Eso es atentar contra nuestra libertad por debajo del agua. Como lo comenta Hugo Rodríguez, el miedo que impone el presente al contacto o cercanía con la gente, está siendo aprovechado por algunos gobiernos y empresas para legitimar las relaciones personales bajo un control estricto de la gente, sus contactos, sus movimientos y sus vidas. Urge legislar y regular las acciones de control y libertad en esta materia, de lo contrario nuestro bienestar personal se verá enormemente dañado. Hasta la próxima.