El 14 de mayo, en la Casa Blanca, rindió protesta ante el vicepresidente Vance el nuevo embajador de Estados Unidos en México, Mr. Ron Douglas Johnson. Dos días después, ya estaba en nuestro país. Se trata de un hombre precedido por su fama en temas de seguridad: coronel retirado, exmiembro de la CIA y de las fuerzas especiales del ejército. Esto lo perfila como un agente de Trump, cuya misión sería obtener información sobre los temas que preocupan a Estados Unidos respecto a México, y que podría servir, en su momento, para que se tomen acciones unilaterales o bilaterales —según el caso— en contra de todo lo que atente contra la seguridad de su país, principalmente los cárteles y sus apoyos. “Voy a representar y cuidar al pueblo de Estados Unidos”, declaró.
El nuevo trato hacia México, estrenado hace unas semanas, ha sido poco diplomático y es probable que empeore. El retiro de visas a la gobernadora de Baja California, la transmisión de spots del gobierno estadounidense amenazando a los migrantes, el cierre de la frontera al ganado, los aranceles al aluminio y al acero, y las negociaciones no transparentes con los Chapitos sin previo aviso, dejan clara la rudeza con que se está tratando al gobierno mexicano, aunque no se diga o no nos guste. El plan de Trump no respeta formas ni acuerdos, y México es uno de sus objetivos clave para lograr su éxito político. La pregunta es: ¿por qué el cambio respecto al trato que dio al gobierno de Peña Nieto y los dos primeros años de López Obrador? ¿Hubo una traición? ¿Se intentó engañarlo? Desgraciadamente, si así fue —como es probable— le tocará lidiar con ello a la presidenta mexicana.
Ron Johnson fue embajador en El Salvador durante el periodo anterior de Trump. Recordemos que, en febrero de 2019, en esa misma época, ganó las elecciones —vía redes sociales— un outsider llamado Nayib Bukele, joven empresario de derecha y exalcalde de San Salvador, quien en pocos años logró abatir al grupo criminal Mara Salvatrucha, un cáncer social que, por cierto, se originó en cárceles estadounidenses. Con el uso de la fuerza y sin mayores consideraciones de derechos humanos, fueron encarcelados en masa bajo condiciones, digamos, poco humanitarias. Hoy, El Salvador goza de seguridad e inversión, y su presidente es aplaudido internacionalmente y considerado un aliado cercano de Donald Trump. ¿Se buscará un “Bukele mexicano”?
La pesada bota de Ron Johnson —“Rambo”— se hará sentir pronto. No es Ken Salazar, personaje folclórico que gustaba de aparecer en todas las portadas y que parecía más “Mr. Amigo de AMLO” que embajador, y del que se decía había sido colonizado tras sus muy frecuentes visitas a Palacio Nacional. Tampoco es Christopher Landau, quien llegó en 2019 y decía haberse enamorado de México, sus mercados y su comida típica. Ambos eran más políticos que diplomáticos. Ahora se trata de un coronel retirado del ejército más poderoso del mundo. Si al menos la mitad de lo que vemos en las series sobre la CIA y fuerzas especiales es cierto, hay muchos motivos de preocupación, incertidumbre e incluso temor. No para todos, pero sí para algunos. Y ellos lo saben.
¿Qué información tiene? ¿Cuáles los objetivos y de qué forma pretende conseguirlos? ¿Es cierto que existe una lista Marco -por Marco Rubio, que involucra a personajes públicos, entre ellos gobernadores en funciones y líderes del Congreso? ¿Solo les cancelarán visas y cuentas o habrá detenciones? ¿Se limitará Mr. Johnson al tema de seguridad o también tiene objetivos políticos?
Lo cierto es que el tema de los cárteles ha tocado fondo. No por nada el acuerdo familiar de los Chapitos de quienes, según se dice, tienen fuerte presencia en Estados Unidos en forma de pandillas urbanas. Están en territorio estadounidense y representan un peligro real para su seguridad. Están más cerca que Bin Laden en su momento: no a miles de kilómetros como los árabes, chinos o rusos, sino en las calles de Los Ángeles, Nueva York, Chicago, Miami y otras ciudades. Su abatimiento será, muy probablemente, una de las primeras tareas de la Embajada, al costo diplomático que sea necesario.
Llama la atención que, antes de presentarle sus cartas credenciales a la presidenta, el excoronel fue a persignarse a la Basílica de Guadalupe para pedir iluminación a la Virgen del Tepeyac. ¿Es un mensaje? ¿Conoce la separación constitucional entre Iglesia y Estado? ¿Quiere decir que está del lado del pueblo? Lo cierto es que nos ha estudiado a fondo.
Como nunca, hay temas preocupantes que vienen del norte sobre México y los mexicanos: una semana se sortean los aranceles, otra se plantea la posible presencia del ejército estadounidense en territorio nacional; luego, el paso de la familia de los Chapitos con maletas de información; los intentos por imponer un impuesto del 3.5% a las remesas —lo que le dejaría al Tesoro miles de millones de dólares, afectando gravemente la estabilidad de varios estados—; el despliegue de 20 mil elementos de la Guardia Nacional en la frontera; la petición de deportaciones masivas de indocumentados y sus familias; y la propuesta para quitar la nacionalidad a los hijos de indocumentados nacidos en EE.UU. El plan va más allá del discurso: es una estrategia de inteligencia bélica de sofocamiento, con presiones económicas, políticas y sociales.
Mr. Johnson llega en un momento en que la casa no está limpia ni en paz. Hay una cascada de cuestionamientos por la elección judicial, una economía frágil y varias cloacas abiertas del sexenio pasado. ¿Qué pensará? Da hasta pena ajena. ¿Estaremos como El Salvador cuando él llegó allá? ¿Pensará que puede defender los intereses económicos de su país en México pese a la reforma? Muchas preguntas, y probablemente muchas noches de insomnio para algunos.
Por lo pronto, para bien o para mal, Trump ha provocado un cambio en la política de seguridad de nuestro país. Incluso el FBI ha reconocido los avances de México en el control fronterizo. Pero aún falta. Su pretensión es que su electorado lo vea como un superhéroe luchando contra los grandes cárteles del mal, y esa encomienda es la más importante para su nuevo embajador. Habrá que estar pendientes de lo que se dice… pero sobre todo de lo que no se dice.
