Con esta crónica, quiero compartir con los lectores de La Llave de Pandora mi experiencia al contender en la elección de nuevos consejeros del INE. Un proceso enriquecedor y transparente.
La democracia ha sido la causa de mi vida.
Mis primeras actividades en el espacio público fueron demandas para ejercer las libertades de asociación política y de expresión; que, en los años 90, en Tamaulipas, no estaban plenamente garantizadas. Me sorprendía ver cómo habíamos normalizado las reglas del sistema hegemónico y decidí involucrarme para tratar de convencer a mis paisanos de que la censura y las restricciones no son propias de sociedades democráticas. Había que hacerlo con cuidado y evitar a la policía porque, aunque actuábamos en el marco de la ley, ellos contaban con amplios márgenes de discrecionalidad.
Desde entonces me comprometí con la apertura política y he persistido. La complejidad del mundo me resulta más entendible en contextos democráticos que en construcciones autoritarias porque aquéllos brindan un camino posible, conocido y aceptado para realizar cambios sociales.
En el transcurso, fortalecí la noción de qué parte de la defensa de la democracia pasaba por la construcción de instituciones formales y sociales. Y, animada en ello, al concluir el doctorado en El Colegio de México busqué la oportunidad de colaborar en el INE. Se volvió una aspiración entender a una institución que, con altas y bajas, estaba dando estabilidad a los procesos electivos en México; que había construido cauces para las energías ciudadanas y que, en los casos en los que no lo hizo, fue objeto de reformas que terminaron fortaleciéndolo. El INE es un crisol que refleja las movilizaciones sociales y las transformaciones políticas en México.
Cuando se emitió la convocatoria para integrar a cuatro personas a su Consejo General pensé en la posibilidad de inscribirme. No fue fácil decidirlo porque no provengo de la burocracia electoral y para algunos ése era un requisito esencial. Decidí participar porque consideré que mi experiencia podía aportar ángulos enriquecedores a los procesos de toma de decisiones; y confirmé esa decisión cuando dieron a conocer la integración del Comité Técnico de Evaluación, que es el órgano constitucional encargado de procesar la selección, fijar criterios específicos y proponer los finalistas a la Junta de Coordinación Política. La selección de Silvia Giorguli, Blanca Heredia, Ana Laura Magaloni, Sara Lovera, José Roldán y Diego Valadés me confirmó que la primera parte del proceso seguiría criterios técnicos y que, entonces, yo podría tener alguna oportunidad de avanzar.
Me concentré, entonces, en escribir la exposición de motivos y el ensayo sobre la situación del INE. La primera, decidí hacerla en tono lírico, a pesar de que es considerado no profesional por estándares que castigan el reconocimiento de las emociones en el espacio público; pero, cuando una aspira a este tipo de cargos lo hace llena de convicciones y emociones y no hay por qué negarlo. Quizá fue un riesgo, porque me podrían penalizar ese atrevimiento, y quizá sí lo hicieron, pero es necesario cuestionar patrones patriarcales que descalifican características asociadas a las mujeres.
Me inscribí, casi al final. Folio 311 de 390 participantes, en total. Mientras hacía fila para entregar mis documentos, percibí un ambiente de algarabía entre quienes, como yo, estaban dispuestos al escrutinio de sus trayectorias, de sus conocimientos y de su personalidad.
Días después, nos citaron al examen de conocimientos que enfrentó algunas dificultades técnicas. Tuvimos que hacer una larga fila durante un par de horas para poder ingresar al salón de plenos de la Cámara de Diputados, donde se realizaría la prueba. A algunos aspirantes nos tocó hacer fila en pleno sol, así que nos pusimos a conversar para aligerar la espera. Ahí estaban los aspirantes estrellas, a quienes todos conocían y caminaban de un lado a otro para saludar y platicar. Hubo también, quienes se metieron a la fila con el pretexto de saludar a alguien; pequeño detalle, pero mala señal. Nuevamente, el ambiente era de cordialidad, nerviosismo, por supuesto, pero también de algarabía. Recuerdo que una consejera de Morelos nos convidó pastillas de menta para aportar algo de glucosa al momento. ¡Gracias por eso!
Eventualmente, el Comité Técnico resolvió los problemas logísticos y pudimos entrar al pleno, ubicarnos en una curul y esperar la entrega del primero de dos exámenes escritos. Estaba nerviosa porque no sabía si me preguntarían sobre sentencias y números consecutivos: “Indique el nombre correcto del expediente en el que se resolvió tal o cual aspecto”. Este tipo de pensamientos ilógicos se pueden apoderar de una en un momento tan decisivo; sobre todo si el procedimiento es lento y algo desorganizado. Para mi sorpresa, el examen giraba en torno a las capacidades analíticas de los aspirantes: razonamiento, comprensión lectora y conocimientos de historia, de teoría política y algo de estadística. Me resultó alentador. No fue así para todos los contendientes: durante el receso, en el que finalmente pudimos comer un sándwich, escuché muchos comentarios de inconformidad por la estructura de las preguntas y porque algunos no entendían qué relación tenía un episodio del Quijote con la función electoral. Concluido el receso, regresamos al salón de plenos a resolver el segundo examen, este más enfocado en aspectos normativos: aquí sí había sentencias y aunque no teníamos que nombrarlas, sí se requería saber el estado de la cuestión en materia jurisdiccional; vi a muchos más contentos con este formato.
Al concluir el examen, pasamos a recoger nuestras pertenencias a un salón habilitado como paquetería. Temprano, al llegar y registrarnos, tuvimos que dejar todo lo que traíamos en ese lugar y recogerlo al concluir. Pues bien, había que recuperarlas y dar el reporte sobre nuestro estado de ánimo a amigos y familiares: “cómo te fue” resultó una pregunta más difícil de responder que las incluidas en el examen.
Hubo que esperar días para conocer si el desempeño había sido suficiente para pasar a la siguiente etapa. Felizmente, lo fue. Ahora habría que esperar la evaluación de la trayectoria y de los escritos entregados al inscribirnos: el ensayo y la exposición de motivos. Sabía que esta etapa era muy compleja para mí, no tanto por los textos presentados sino por la valoración de la trayectoria: ¿considerarían adecuado mi perfil multidisciplinario o preferirían a personas con carreras desarrolladas en la administración o jurisdicción electoral?
Afortunadamente, fui una de las 30 mujeres elegidas para pasar a la etapa de entrevistas. La felicidad duró poco, porque la pandemia obligó a suspender todas las actividades presenciales. La montaña rusa había sido detenida en algún momento de su trayectoria ascendente.
Las prioridades se alinearon en torno a la salud: organizar las actividades en casa para cumplir con las tareas escolares, laborales, domésticas y personales de toda la familia Así pasaron los días del 18 de marzo al 30 de junio, viviendo entre la incertidumbre y las responsabilidades cotidianas.
Una vez que la Junta de Coordinación Política reanudó el proceso y se programaron las entrevistas, la montaña rusa volvió a echarse a andar. El 7 de julio se publicaron los horarios para cada aspirante; a mí me tocó el primero de los 5 días destinados a esta etapa: 9 de julio a las 12:00 hrs. Recibí la invitación para realizar la sesión virtual, la confirmación por whatsapp, y los oficios formales de parte de la Jucopo; por cierto, mi nombre tenía un error ortográfico, decía Iulisca Zirecey. Como no es algo novedoso, ni se trataba de un documento clave, lo obvié.
Tenía que prepararme. Relajarme. Concentrarme. Recuperar el motivo de mi inscripción en el proceso. Y ser auténtica. La entrevista se realizó. Fue dura, como una supone que serán este tipo de ejercicios en los que se deciden cargos tan relevantes. Querían saber cómo reaccionaría ante circunstancias incómodas, si tenía el temple para analizar situaciones bajo presión, si tenía conocimientos electorales actualizados y mi posición sobre el avance de las mujeres en la política. Algunas preguntas insistieron en saber si era una mujer independiente que toma decisiones autónomas o si influyen en mí, mi esposo o mi superior jerárquico. Entiendo que estas preguntas tengan que hacerse, pero deberían realizarse también a los hombres, porque en el fondo lo que se mantiene es la presunción de que las mujeres estamos siempre bajo la tutela de algún varón. Me sentí satisfecha con el desempeño, más allá de la determinación a la que llegara el Comité.
Hubo que esperar siete días para conocer la integración de las listas finales que serían remitidas a la Junta de Coordinación Política. Y sí, ¡ahí estaba mi nombre! Fui considerada por personas a quienes admiro como un perfil idóneo para integrar el Consejo General del INE. En ese momento valoré que, para mí, el proceso había sido exitoso.
Concluido el periodo de valoración técnica, continuaba uno puramente político. Fuimos entrevistados por la Junta de Coordinación Política y -algunos aspirantes- por la Fracción Parlamentaria de Morena. Todos querían confirmar que no mantuviéramos vínculos con los partidos políticos y que estuviéramos comprometidos con la autonomía e independencia del INE. Nuevamente se formularon preguntas sobre mi independencia respecto a los varones a mi alrededor. Esta vez fui más contundente porque creo que para disipar las dudas algunos necesitan que se eleve la voz y se tome una actitud de fuerza; nuevamente, los comportamientos patriarcales se manifiestan. Pero, sí, tuve que decirles mirándolos a los ojos-cámara y con voz fuerte y firme -que casi me recordó una película de Pedro Infante- que sí, que soy una mujer que piensa por sí misma y que ha construido su carrera con su propio esfuerzo.
Entiendo que en la construcción de los acuerdos estuve en un par de listas, como una opción viable. Al final, ya bajando a toda velocidad por la curva más aguda de la montaña rusa, me queda el gusto de haber decidido participar. De arriesgarme y aportar legitimidad a un proceso que por primera vez fue conducido por estrictos criterios técnicos. Quiero aplaudir el riesgo que tomaron los coordinadores parlamentarios al dejar la primera etapa en manos de académicos prestigiados. Es un reconocimiento a la importancia de la preparación técnica y a la influencia que debe tener en procesos sustantivos para el Estado mexicano. Ojalá que este espíritu se mantenga en futuras decisiones.
Deseo éxito a los consejeros y consejeras electos y espero que el Instituto, con el concurso de todos, salga airoso de los grandes retos que se avecinan. Por mi parte, y como muchos ciudadanos hacemos, seguiré trabajando por la democracia con la misma pasión y convicción que lo he hecho a lo largo de mi vida.