El entorno social de América Latina se está complicando. En los últimos meses, las democracias que se habían consolidado desde finales del siglo pasado dejando atrás los regímenes autoritarios, están entrando en una crisis de existencia. Parece ser que el enojo social en contra de los sistemas políticos, partidos y gobernantes está rebasando los pronósticos que se habían hecho de que los sistemas democráticos y las reglas electorales serían suficientes para soportar los cambios políticos y sociales que provocan el hartazgo, el enojo y, más allá de ello, la tristeza de la ciudadanía que se está quedando sin esperanza, sin felicidad.
La crisis en Chile motiva a una reflexión mayor. La primera economía en la zona latinoamericana, ejemplo a seguir respecto a crecimiento económico y abatimiento de la pobreza, hoy es una democracia incendiada. El pretexto de que hubo un aumento marginal al transporte no parece explicar que sea este el motivo de las manifestaciones de odio que se están dando en las calles. Hay una clase media desesperada, endeudada y decepcionada; a la par, hay un gobierno sordo e insensible, represor; y, a pesar de que existe menos pobreza, prevalece una gran desigualdad social.
Sin duda, las herramientas que están ayudando a difuminar la rebelión son las redes sociales. El discurso de odio hacia el sistema, los escándalos y las denuncias que se ven diario en las redes están provocando ya no una lucha en contra de la corrupción como hecho aislado, sino una lucha en contra de todos los que representan autoridad y sus instituciones.
Ninguna sociedad en Latinoamérica puede decir que estará ajena a estos fenómenos sociales que, si bien se habían manifestado en otras democracias en Europa, como con el Brexit en Inglaterra, la crisis de gobierno en España o los grupos antinmigrantes en Alemania, la solidez de sus instituciones democráticas y un alto nivel educativo, pronostican superarán esta ola de odio. Es decir, los canales institucionales pueden drenar las inconformidades y los odios.
Latinoamérica, sin embargo, es distinta ya que las diferencias sociales son más profundas y los atrasos y la pobreza en gran parte de su territorio son mayores, la ronda de decepción hacia los partidos políticos y los gobiernos en turno parece ser que se ha consolidado después de las últimas elecciones en Argentina, Brasil y Uruguay, que decir de Guatemala, El Salvador y el mismo México. La pregunta que está en el aire es ¿si los resultados electorales, producto del odio y la tristeza, serán suficientes para detener que el rencor social llegue a las calles?
Gobiernos nuevos que llegan con fuerte apoyo popular pero sin conocimiento de la problemática nacional e internacional, pueden ayudar a paliar el enojo momentáneamente ya que la persecución en contra de los “anteriores” da esperanza y sentir de venganza; pero los factores “falta de resultados” y crisis económica, provocarán nuevos fenómenos sociales en la región que pueden ser iguales o parecidos a los que se están presentando en Chile.
No hay salidas fáciles. Administrar el enojo en contra del pasado e inventar enemigos internos, no alcanzarán como soluciones de mediano o largo plazo; los bonos de confianza y credibilidad se agotan cuando llega la necesidad, la escasez y el hambre; las frases comunes y la vuelta al pasado, no son una apuesta segura.
Valdría la pena que los nuevos gobiernos de Argentina, Brasil, México, Bolivia, el Salvador, Guatemala y Uruguay puedan aprovechar su llegada para establecer nuevas reglas democráticas, económicas y sociales; nuevos lenguajes, nuevas formas, un nuevo pacto social -dice Francisco Guerrero de la OEA- que salve a las democracias latinoamericanas de la recesión en la que se encuentran, de ser caldo de cultivo para las luchas sociales y del regreso del autoritarismo. “Hemos sido tolerantes hasta extremos criticables”, frase de Diaz Ordaz en el 68 que no queremos volver a escuchar.
Sin duda es necesario un cambio, lo que no parece sensato es realizarlo sin tomar en cuenta a un gran porcentaje de la población, afectando a las clases medias y avasallando a los medios de comunicación, empresarios, instituciones autónomas, etc. Esa tampoco parece ser la solución, veamos a Chile, a Cuba y a Venezuela.