En 1974 el Departamento de Justicia de EEUU interpuso una demanda antimonopolio contra AT&T, proveedora de servicio telefónico en la mayor parte de ese país y Canadá. Diez años después AT&T se dividía en 7 empresas regionales, reduciendo el valor en libros de la empresa en 70%.
A partir del 1 de enero de 1984, las numerosas empresas miembros de Bell System se fusionaron de diversas formas en siete “Sociedades Regionales”. Esta regulación del mercado produjo múltiples beneficios para los consumidores y la propia empresa. Durante muchas décadas los usuarios tenían que rentar los aparatos telefónicos a la empresa. Inmediatamente surgió un mercado de teléfonos, más baratos y con mejores características de funcionamiento. Otro beneficio para los consumidores fue la disminución en las tarifas de larga distancia que se dio conforme la competencia con Sprint y MCI, crecía.
Con la ruptura al monopolio de AT&T las compañías resultantes en 10 años eran más grandes que la original. Regular los monopolios es bueno para incentivar la innovación, por ejemplo, de esa ruptura surgió la fibra óptica, la telefonía celular, el valor de los datos y la información, plataformas como paypal e ebay que hoy en día aportan mucho más a la sociedad que los monopolios originales. Hay muchas buenas razones para regular monopolios, es bueno para los accionistas, para los consumidores, los empleados, y los contribuyentes. Aplicar leyes antimonopólicas es una regulación que el mercado necesita y esto ha sido demostrado en innumerables ocasiones.
El pasado 30 de julio el Subcomité de Defensa de la Competencia del Poder Judicial de la Cámara de Representantes estadounidense llevó a cabo una audiencia en la que aparecieron virtualmente Jeff Bezos de Amazon, Tim Cook de Apple, Mark Zuckerberg de Facebook y Sundar Pichai de Google. Las 4 ‘Big Tech’ con un valor en conjunto de 5 billones de dólares.
La investigación del Congreso se centró en los supuestos abusos del poder monopolístico: el dominio de Google en el mercado de la publicidad digital; el control de Apple del software en su App Store; el trato de Amazon a los vendedores externos utilizando su información de ventas para crear productos propios; y, la adquisición agresiva de Facebook sobre sus competidores.
Se supone que la ley antimonopolio asegura la competencia en el mercado, y el sector de la tecnología es un objetivo digno de su intervención: está presente en todos los rincones de la vida cotidiana.
El Subcomité ha estado investigando el dominio de las empresas de tecnología durante más de un año, recopilando 1.3 millones de documentos y realizando cientos de horas de entrevistas. Las cuatro empresas son acusadas de dominar sus respectivos ámbitos y de asfixiar a la competencia. Las quejas contra los gigantes tecnológicos son variadas, pero las críticas generales son que han utilizado su posición dominante para aplastar a sus rivales y cobrar de más a las personas y empresas que dependen de sus servicios.
Lo que vimos en esa audiencia, bien podría ser el final de los monopolios tecnológicos como los conocemos hasta ahora. En 1914, el presidente Wilson creo la ‘Federal Trade Comission’ para proteger a los consumidores de prácticas desleales por parte de las empresas. Una discusión que estuvo en el ambiente por más de 20 años y que, eventualmente, llevo a la disolución de la Standard Oil Company, (Carnegie) US Steel, Northern Securities Company de J.P. Morgan, entre otras. Para 1904, 318 empresas representaban el 40% de la producción de EEUU. Posteriormente, le llevó al Congreso 10 años terminar con el dominio de AT&T. La pregunta en este momento que nuestra dependencia de la tecnología se ha vuelto mayor debido a la pandemia es, si el proceso se llevará acabo más rápido.
La audiencia se centró sobre si las empresas de tecnología explotan su dominio del mercado para sofocar a la competencia y aprovechar sus propios productos y servicios: tomamos nuestro Iphone (apple) para entrar a FB, googleamos algo que nos interesó y que nos lleva a comprar un producto que apareció en nuestro perfil, en Amazon.
Por primera vez en la historia de la humanidad, alguien afuera nos conoce mejor que nosotros mismos. No es una fantasía de ciencia ficción, la tecnología de hoy está diseñada para manipular nuestras emociones. Pero también ofrece grandes promesas y oportunidades. Siempre hemos pensado que todo avance, desde la rueda, hasta los elevadores, están ahí, para servirnos. El problema es que, por primera vez, tenemos una tecnología que espía nuestras necesidades y empieza a caerse el mito del libre albedrio. Las personas más fáciles de manipular son aquellas convencidas que su decisión está basada en su libre albedrio.
Todos los días tomamos decisiones que están determinadas por factores externos, genéticos, ambientales y cada vez más tecnológicos. Diferentes entidades en el mundo, empresas, gobiernos e instituciones nos están hackeando. Lo que aprendimos tras darse a conocer Analítica y su participación en las elecciones de 2016, es solo un ejemplo de la capacidad que los algoritmos y el Big Data que estas empresas manejan.
Este es el momento de hacer algo para poner un alto a la capacidad que estas tecnologías han desarrollado para determinar nuestras acciones. Necesitamos por su puesto de una legislación nacional al respecto, pero también de una internacional. Como todos los grandes retos que enfrentamos, no pueden ser regulados únicamente a nivel Estado, se requiere de acuerdos globales tal como se ha hecho con las tecnologías y avances más peligrosos.
Los errores de los gobiernos son muy costosos para sus ciudadanos, ejemplos sobran: el manejo de la pandemia en México y Estados Unidos en donde se ha privilegiado la política y proyectos personales por sobre el bienestar de la población; la tragedia más reciente en Beirut es un claro fracaso de la evaluación y actuación de sus autoridades. En medio de la mayor crisis económica y de salud de los tiempos modernos, se abre una ventana de oportunidad. ¿Sabremos aprovecharla?