Este artículo ha sido rescrito al menos tres veces. Es alarmante la sucesión de noticias trágicas que ocurren en nuestro país siempre acompañadas de la inacción, o mala acción, u omisión del gobierno de López Obrador.
El tema obligado era primero el Culiacanazo; pero después a nuestro presidente se le ocurrió enfrentarse con las Fuerzas Armadas del país, agarrarlos de piñata pues, meterles varios palazos y denigrarlos públicamente; luego, y ante la filtración del discurso de un general del Ejército en que denotaba el enojo de ese sector, tuvo a bien aprovechar estas palabras para deslizar irresponsablemente la posibilidad de “un golpe de Estado”, tratando de desviar la atención sobre el desastre hecho en Sinaloa. Luego, como todo salió mal, insultó a los medios de comunicación de la forma más burda. Y finalmente, el hecho más triste, el cruel asesinato de 3 mujeres y 6 niños (dos aún bebés) en Chihuahua a manos del crimen organizado.
Vayamos entonces desagregando cada uno de estos temas y las implicaciones que tendrán para el futuro del país en el corto, mediano y largo plazo.
En el caso del Culiacanazo, quedaron claros varios hechos: primero, que el presidente solo es parlachin cuando de hablar estupideces y banalidades se trata; que sufre ataques de silencio y que se vuelve completamente mudo cuando la población requiere información veraz y oportuna ante situaciones realmente graves; que tanto él como el Secretario de Seguridad, además de mentirosos (hasta hoy no han podido dar una versión unificada, articulada y creíble), no tienen ni idea de estrategia, seguridad, inteligencia, combate al crimen organizado, técnica y táctica y, por supuesto, sentido común; que la Guardia Nacional sirve para nada y para lo mismo; que el Ejército fue usado como chivo expiatorio para lavar los evidentes errores de los mandos civiles cometidos en dicho operativo; que la población civil fue puesta en riesgo tras la pésima planificación y estrategia montadas; que dado que la única alternativa que quedaba para evitar una masacre y actos de real terrorismo, era la liberación del recién aprehendido “Chapito”, quedó en el aire la idea de un “Estado fallido”, es decir, la claudicación del Estado ante el crimen organizado. Nada de esto fue menor.
Pero por si lo anterior fuera poco y, lejos de solicitar la renuncia de, al menos, Alfonso Durazo, López decidió mejor apalear a las Fuerzas Armadas. Fiel a su política de fabricar enemigos imaginarios y crear culpables sobre quienes derivar los errores de su administración, puso en evidencia al Coronel de Caballería, Juan José Verdes Montes, asegurando su participación y responsabilidad en el operativo, culpándolo así veladamente de actuar sin autorización y, al dar su nombre, poniendo, con ello, en riesgo su vida y la de su familia. Su Comandante Supremo lo delató. Tras la andanada mediática en contra de esta delación, al día siguiente cambió la versión asegurando, como hace siempre, haber sido malinterpretado explicando que, en realidad, el Coronel no participó directamente y que, más bien, es el responsable nacional del Grupo de Análisis de Información del Narcotráfico, área que desconocíamos existía y que, seguramente y por razones de seguridad nacional, así debió quedarse.
Tras ello, vino el discurso que el General en retiro, Carlos Gaytán Ochoa, diera en un desayuno ante el Secretario de la Defensa Nacional en el que dijo expresar algunas de las preocupaciones de las fuerzas castrenses que se resumen en: “Nos sentimos agraviados como mexicanos y ofendidos como soldados”. Durísimas palabras de un militar al Jefe del Ejecutivo que denotan frustración y enojo en las filas del Ejército mexicano.
Como es costumbre, el presidente no pudo hilar una respuesta prudente y propia de un Hombre de Estado, contrario a ello y al más puro estilo de una Drama Quenn, a través de twitter dijo, entre otras brutalidades, que cuenta con el respaldo de “una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz, que no permitiría otro golpe de Estado”. Irresponsable es lo mínimo que puede decirse de su mensaje. En un contexto de recesión, con las inversiones paradas por la inseguridad y sus políticas erráticas, ahora suma esto para abonar a la desconfianza de inversionistas nacionales y extranjeros. Una nueva cortina de humo, en la que volvió a golpear a las Fuerzas Armadas al poner en tela de juicio su lealtad, fue lanzada para tratar de evitar seguir siendo cuestionado por el tema Culiacán. Obvio, tras ello, reculó en su Mañanera siguiente diciendo que lo hizo para que “nadie esté pensando en que hay condiciones para dar un golpe de Estado”.
A la par de todo esto, y tras otra Mañanera que se tornó caótica por la insistencia de los reporteros presentes para obtener respuestas sobre estos hechos, parafraseó a Francisco I. Madero diciéndoles: “muerden la mano de quien les quitó el bozal”. Y no nos confundamos, esta nueva embestida no fue contra los medios de comunicación, fue contra la libertad de prensa.
Y lo peor. La emboscada por parte del crimen organizado, en un camino rural entre Chihuahua y Sonora, que resultó en la muerte de 3 mujeres y 6 niños, entre ellos bebés, así como otros 6 pequeños lesionados con heridas de bala, todos ellos binacionales. Una narración de terror que, según la cronología del propio Durazo, fue a las 13:00 horas, a las 13:18 la familia LeBarón solicitó el apoyo de la Guardia Nacional y no fue sino hasta 4 horas después -a las 17:00 horas- que se movilizaron elementos policiales, el Ejército llegó hasta la noche. Cuatro horas!!! El argumento, la zona era de difícil acceso. Era un camino rural, no la selva amazónica. No hay explicación para, después de esto, mantener al Señor Durazo en el puesto.
Mientras seguía el curso de esta noticia, he de confesar, lloré. Tristeza, rabia, impotencia mezcladas. Por eso no me es congruente la actitud de nuestro líder mesiánico, que se vende a sí mismo como la imagen de Cristo vuelto a nacer, nuestro Ghandi reencanado. ¿No era como para que, en esa Mañanera después de la tragedia, apareciera desencajado, triste, enojado? Al final, esas muertes recaen sobre sus hombros. Pero no. Se dedicó a repartir culpas a la estrategia fallida de Calderón y al modelo neoliberal “que causó toda esta desgracia”. Es más, en un acto de brutal cinismo, mientras informaba de estos hechos, aseguró que “ya se ha podido detener la escalada de violencia”.
En cosa de una semana, México ha sido noticia mundial por los actos barbáricos narrados. Ante esto último, el gobierno estadounidense intervino. Primero el presidente Donald Trump quien, a través de twitter ofreció la ayuda de su gobierno para “limpiar a estos monstruos…a veces necesitas un ejército para derrotar a otro ejército”. Luego, varios Senadores republicanos hicieron duros señalamientos como: “Si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadounidenses en México, en EUA tal vez tengamos que tomar las cosas en nuestras propias manos” (Tom Cotton) y México está “peligrosamente cerca de ser un Estado fallido” (Ben Sasse).
Tras todo lo anterior, no olvidemos que nuestro vecino del norte está inmerso ya en la próxima elección presidencial y congresional; que Trump quiere relegirse; que la comunidad mormona en algunos estados de la Unión Americana es bastante fuerte; que este tipo de declaraciones estridentes serán bienvenidas en ciertos sectores de votantes. Así que, lamentablemente, esta tragedia también está siendo usada con fines político-electorales. Y luego nos sorprende saber que la gente no cree más y rechaza la democracia y sus elites políticas.
Lo cierto es que, me parece que a Andrés Manuel López Obrador se le acabó el tiempo de jugar a que es presidente. Hoy por hoy, y tras los horribles acontecimientos, primero de Culiacán y después de Chihuahua-Sonora, cualquiera que tenga tres dedos de inteligencia, dejará de aceptar como válidas las cantaletas vacías que nos ha recetado por 11 meses: dejaron el país muy destruido, vamos bien, no nos van a descarrilar, tengo otros datos.
Me atrevería a decir que el Culiacanazo marca un punto de inflexión en el Gobierno de López Obrador. Las consecuencias, producto de ese operativo fallido y de mostrar la debilidad de su gobierno, podrían haber empezado a salir a flote, pareciera que la masacre de estas mujeres y niños es muestra de ello. La imagen y retórica lopezobradorista (violencia no se combate con más violencia, lo peor que puede haber es la guerra, ya no hay guerra contra el narcotráfico, queremos la paz), que se resume en dotar de abosluta impunidad a cualquier transgresor de la ley, llámense capos del narcotráfico, huachicoleros, SNTE, CNTE, hace agua. Basta estar armado, organizar balaceras, tomar casetas y carreteras, desquiciar ciudades y matar niños inocentes, para que nuestro valiente, complaciente o cómplice Presidente, capitule el derecho del Estado al monopolio de la violencia, es decir, desista del legítimo uso de la fuerza para proteger la vida y patrimonio de los ciudadanos.